La adhesión con reserva –que la Santa Sede había afirmado que podría superar en el futuro- se debía al temor de que la Convención autorizase una excesiva injerencia de órganos de las Naciones Unidas en los asuntos internos de los Estados que la subscribían. Por esta razón el Parlamento de los Estados Unidos nunca ha ratificado la Convención, a pesar de que el gobierno de Estados Unidos la había firmado en 1995, de modo que en Usa no ha llegado a entrar en vigor.
Antes de examinar el documento –cuya superficialidad y facciosidad ideológica causan auténtica perplejidad, y justifican de sobra las reservas por riesgo de injerencia y violación de los derechos soberanos de los Estados-, conviene precisar qué es el Comité para los Derechos del Niño. Se trata de un grupo de dieciocho expertos elegidos por los Estados que han adherido a la Convención, cuyas recomendaciones no son jurídicamente vinculantes. Es por tanto de una de las innumerables comisiones de expertos de las Naciones Unidas, nombrada con el «manual Cencelli» de la ONU, que tiende a repartir puestos en las diversas comisiones a todos los Estados.
Sólo para dar una pista, uno de los dieciocho miembros, que tiene función de vice-presidente, ha sido designado por Arabia Saudita, y hasta el 2013 otro miembro venía de Siria, conocidos modelos de protección de los derechos humanos en general y de los de los niños –y las niñas- en particular. Durante la investigación sobre la Santa Sede (también su mandato ha concluido en 2013) la persona más a la vista, influyente y conocida del Comité ha sido la peruana Susana Villarán, alcalde de Lima y católica «adulta» en permanente polémica con los obispos de su país, y en concreto con el cardenal arzobispo de Lima mons. Juan Luis Cipriani, por su desenfrenado activismo a favor del «matrimonio» homosexual, de la ideología de género y del aborto. Conocida participante de los desfiles del orgullo gay, la Villarán ha destacado por sus ataques a la Iglesia en materia de aborto y de homosexualidad y ha «casado» simbólicamente –en Perú por ahora no hay «matrimonio» homosexual- parejas de personas del mismo sexo, entre ellas a su compañera de partido y estrecha colaboradora Susel Paredes y su «novia» Carolina. Provocativamente, las ceremonias se han celebrado en el Parque del Amor de Lima, donde tradicionalmente los esposos peruanos se hacen fotografías bajo la famosa estatua «El beso» del escultor Víctor Delfín.
Aclarado entonces a quien se ha encontrado enfrente la Santa Sede, leamos juntos el extravagante documento. El Comité detecta una serie de sectores donde la Santa Sede parece no respetar la Convención sobre los Derechos de la Infancia, y recomienda al Vaticano las oportunas reformas. Examinemos los sectores principales.
Primero: homosexualidad, que no tiene mucho que ver con los derechos de la infancia, pero se le hace sitio afirmando que el Comité se preocupa de proteger «a los adolescentes y a los niños gay, lesbianas, bisexuales y transexuales». Para defender a estos niños precoces el Comité invita a la Iglesia a seguir «la declaración progresista realizada por el Papa Francisco en julio de 2013» –el famoso «¿quién soy yo para juzgar?», que sin embargo se refería a las personas, a las que ciertamente no se juzga en cuanto tales, y no a los comportamientos o a las leyes- y a repudiar «los precedentes documentos y declaraciones sobre la homosexualidad». No se explica en modo alguno cómo esta entrada en plancha en el campo de la doctrina moral católica puede formar parte de las competencias de un Comité para los Derechos del Niño.
Segundo: igualdad entre hombres y mujeres. Se critica a la Santa Sede porque no usa siempre un lenguaje «gender inclusive» y porque habla de «complementariedad» de lo masculino y femenino, lo que implica que son diversos, lo que es contrario a la ideología que el Comité quiere imponer.
Tercero: castigos corporales. Después de un excursus sobre las Casas Magdalenas irlandesas, que muestra como los miembros del Comité pasan demasiado tiempo en el cine y que han visto incluso la pésima película de Peter Mullan –dejando de lado las imprecisiones, el tema no parece de gran actualidad teniendo en cuenta que la última de estas casas se cerró en 1996-, el informe se declara contra cualquier forma de castigo corporal, con consideraciones no solo pedagógicas, que podrían ser en parte compartidas, sino también teológicas. Se pide que la Santa Sede «se asegure de que una interpretación de la Escritura que no justifique los castigos corporales se refleje en la enseñanza de la Iglesia y (…) se incorpore a la enseñanza y a la educación teológica». Prescindiendo ahora del contenido, es interesante notar cómo el Comité pretende incluso dictar a la Iglesia cómo se ha de interpretar la Sagrada Escritura.
Cuarto: pedofilia. Con una completa ausencia de notas y referencias precisas, se habla de «decenas de miles» de niños víctimas de sacerdotes católicos. Sería interesante saber de dónde salen estas estadísticas: sí que se sabe de dónde vienen ciertas informaciones del informe sobre una presunta intervención en 1997 del nuncio en Irlanda monseñor Luciano Storero (1926-2000) para que los obispos irlandeses ocultasen a las autoridades civiles quiénes eran sacerdotes pedófilos: vienen de un ataque del gobierno irlandés a la Santa Sede en 2011 lleno de inexactitudes, al que la Santa Sede –como hemos documentado en su tiempo en estas páginas- ha respondido de manera detallada.
Entendámonos: este diario ha puesto siempre como premisa a cualquier disquisición sobre los sacerdotes pedófilos que por desgracia, como nos han enseñado Benedicto XVI y el Papa Francisco, la pedofilia en el clero es un drama real, no inventado, que no hay que esconder y del que se han de investigar las causas, que provienen sobre todo de la difusión de una moral «laxista» y «progresista» en los seminarios y entre los sacerdotes. Sin embargo el informe retoma estadísticas folclóricas y acusaciones indiscriminadas. Alaba algunas medidas tomadas por la Santa Sede en el 2013, pero olvida todas las anteriores, en un torpe intento de contraponer el Vaticano del Papa Francisco al de Benedicto XVI. Sobre todo, se olvida de decir que estas medidas han funcionado y, es más, pueden constituir un modelo para otras instituciones que tienen los mismos problemas de pedofilia y que son bastante menos decididas que la Santa Sede para afrontarlos. Pido perdón por la publicidad, pero debo remitir al libro que acaba de salir y he escrito con el psicólogo Roberto Marchesini «Pedofilia. Una battaglia che la Chiesa sta vincendo» (Sugarco, Milano 2014), donde se encontrarán datos y cifras precisas.
Quinto: aborto. Después de evocar el habitual penoso caso de la niña brasileña de nueve años que había abortado en 2009, el Comité «reclama con urgencia a la Santa Sede que revise su posición sobre el aborto y modifique el canon 1398 del Código de Derecho Canónico que trata el aborto, con el fin de precisar las circunstancias en que el aborto es permitido». A esta «urgencia» ya ha respondido el Papa Francisco en la exhortación apostólica «Evangelii gaudium»: se engaña quien espera «que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones». No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana».
Sexto: contracepción. La Santa Sede es invitada a «garantizar a los y a las adolescentes el acceso a la contracepción», que por otra parte no es una alternativa al aborto, ya que a la vez hay que garantizarles la «salud reproductiva», lo que, como se ha visto, implica modificar la doctrina católica sobre el aborto. La Iglesia –ya lo hemos dicho- ha reconocido muchas veces la responsabilidad de un determinado número de sacerdotes y obispos en el vergonzoso drama de la pedofilia, y ha tomado medidas drásticas que se están demostrando eficaces. Este documento, sin embargo, es la prueba de cómo la tragedia de los sacerdotes pedófilos es usada como pretexto y como martillo para agredir a la Iglesia Católica e imponerle «con urgencia» cambiar su doctrina en materia de homosexualidad, aborto y contracepcion, confiando a comisiones de expertos «politicamente correctos» hasta la interpretación de la Sagrada Escritura.
El 18 de noviembre de 2013, citando la novela El amo del mundo de Robert Hugh Benson (1871-1914) Papa Francisco ha denunciado el intento totalitario de imponer a la Iglesia la «globalización de la uniformidad hegemónica». Los poderes fuertes -entre los que se encuentran sin duda ciertos comités de ciertas organizaciones internacionales- nos dicen, ha afirmado el Papa, que debemos ir «con el progreso adonde va toda la gente», con este «espíritu del progresismo adolescente». Después por desgracia «sigue la historia»: para quien no se pliega al pensamiento único llegan, como en tiempos de los antiguos paganos, «las condenas a muerte, los sacrificios humanos». Se equivoca quien piense que son cosas de un pasado remoto; «pero vosotros -ha pedido el Papa- ¿pensáis que hoy no se hacen sacrificios humanos? ¡Se hacen muchos, muchos! Y hay leyes que los protegen». Y es porque la Iglesia se opone a estas leyes que, usando la tragedia de la pedofilia entre el clero como punto de partida y como pretexto, se la ataca con agresiones que ya están llegando a ser intolerables.
Publicado originalmente en La nuova bussola quotidiana