Si a cualquier persona con un mínimo de cultura e incluso sin ese mínimo, se le preguntase: ¿qué celebramos en Navidades?, es indudable que la respuesta que nos daría es que festejamos el nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo. Incluso si no fuese creyente nos diría: celebramos el nacimiento de Jesucristo.
Las Navidades son unas fiestas de sentido indiscutiblemente religioso. Pero aún aquéllos que no son creyentes en muchos casos reconocen en Jesús el personaje más grande la Historia y su importantísima presencia en la vida y cultura de los países que tradicionalmente hemos llamado cristianos. El aporte del Cristianismo en Europa es, sin duda, la herencia más importante que hemos recibido, muy por encima del Derecho Romano o de la Filosofía griega, que por cierto conocemos gracias a los monjes medievales, por lo que muchos no creyentes no tienen ningún problema en celebrar estas fiestas junto a nosotros y aceptan, como personas civilizadas que son, que les demos además una dimensión religiosa, que es lo que Él Jesucristo, como luego veremos, quiere que tenga.
Cuando ya había iniciado este artículo, aunque sólo un poco más que el título, leo una Carta al Director en ABC que va exactamente en la misma línea. Cuenta como la autora con un grupo de amigas decidieron celebrar una fiesta de cumpleaños en felicitación a una amiga, pero cuando la amiga no apareció se dieron cuenta que ninguna le había avisado, por lo que suspendieron la fiesta. Aquí el problema es algo distinto, celebramos por todo lo alto el nacimiento de Jesús, o si queréis, porque es lo mismo, su cumpleaños, pero con la condición expresa y deliberada, no de olvido involuntario, de que se considera a Aquél por quien es la fiesta, persona no grata, por lo que ni se le invita, ni se desea su presencia y, cada vez más, ni se le menciona. Hoy buena parte de las felicitaciones navideñas no tienen nada que ver con lo religioso y se limitan a desearnos unas felices Fiestas, e incluso en las luces navideñas que alumbran a muchas de nuestras ciudades, por ejemplo en Madrid, se elimina todo símbolo religioso: Dios, Jesús, Navidad son palabras prohibidas.
Lo curioso es que esto se hace por algunos cristianos en nombre de la libertad y de la tolerancia. No se vayan a molestar los no cristianos, no les ofendamos con nuestra fe, dicen algunos creyentes especializados en avergonzarse de Jesucristo y hacer todo lo contrario de lo que Él nos pide. El récord de esta idiotez me la contó mi obispo que en una guardería infantil de la Iglesia una maestra le pidió que no se pusiese el Belén, por si había alguna alumna musulmana (ni siquiera sabía si la había o no). A mí eso me recordó la rendición preventiva de la que algunos se han hecho consumados maestros (no sé de qué tengo que rendirme, pero me rindo).
Pero también hay no creyentes que son unos totalitarios de mucho cuidado, aunque las palabras libertad y tolerancia las usan constantemente y, en algunos casos, como hemos visto en el párrafo anterior, con éxito. Son lo que intentan reducir la religión al ámbito privado, niegan el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones, los que intentan destruir la familia con leyes como el divorcio exprés, los partidarios de ese crimen horrible, así lo llama el Concilio Vaticano II, que es el aborto, es decir los adversarios de los Derechos Humanos, aquéllos a quienes les estorba Jesucristo, porque no creen que existan un Bien o un Mal objetivos, ni que haya unos mandamientos de la Ley de Dios que hemos de cumplir. Intentan imponernos su visión de la Sociedad y prohibirnos, en contra lo que dice el artículo 18 de la Declaración de Derechos Humanos, que defiende la libertad religiosa y su ejercicio, tanto en público como en privado.
La opinión de Jesucristo la encontramos en Marcos 8,38 y Lucas 9,26: «Pues si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria».
Cuando termino el artículo, y ojeando la Prensa Digital, veo que hay varios artículos en esta misma línea. Y es que empezamos a estar hartos que los totalitarios marxistas nos digan que ellos son los demócratas y nosotros los intolerantes, cuando lo que pretendemos es simplemente ejercer los Derechos Humanos de la ONU de 1948, que ellos sí quieren violar, aunque con frases hipócritas como los nuevos derechos humanos.
Pedro Trevijano, sacerdote