En estos días de Adviento voy al centro de mi ciudad más asiduamente de lo que acostumbro. Allí todo son grandes y pequeños locales comerciales con bonitos colores, luces y destellos. Las calles están repletas de gente que va y viene contenta y despreocupada.
Me dirigía yo con paso acelerado hacia la boca del metro cuando una pareja de chicas, apenas salidas de la adolescencia, se me cruzó y casi chocamos. Contentas por haberme esquivado se dieron un beso en la boca. Seguidamente una comentó a la otra: “me encanta este ambiente con tantas luces y cosas para comprar”. Al oír este comentario mis ojos se dirigieron, no sé por qué, hacia un cielo ya azul pizarra. Entre las farolas, largos frisos de luz en forma de estrella atravesaban las calles. Sobre la línea del horizonte un enorme cartel decía: “Bones Festes”. En todo mi trayecto por el centro de la ciudad no vi una sala referencia a la Navidad.
No sé que opinarán ustedes, pero me doy cuenta de que desde hace ya algunos años las referencias cristianas han desaparecido de nuestras calles. Más aún, les propongo un experimento: prueben a entonar cánticos cristianos y la gente les mirará como diciendo: “de dónde han salido estos tíos”. Seguidamente prueben a entonar algún cántico espiritual orientalista o reciten algún mantra entonado con instrumentos orientales y acompasado de movimientos ecoyoga. Verán ustedes como se convierten en “güais del paragüais” e incluso “¡faran negoci!” si pasan la gorra.
Y es que, puede que sea una impresión mía, tengo la sensación que ya estamos plenamente inmersos en la Nueva Era. Esta nueva religión nos augura un nuevo orden mundial donde todos seremos felices porque cada persona podrá tomar aquello que le guste y dejar todo lo demás. Y no importarán las responsabilidades y consecuencias porque -sencillamente- éstas habrán dejado de existir. Lo único que importará será que yo me siente bien y este conectado con el Cosmos y el Gran Arquitecto de la Sabiduría:
Que el conyugue o pareja agobia pues… ¡a “pasar un ratito” con una “amiguita”!, “carpe diem”. Que él o ella irrita… pues nos divorciamos y listo. ¿Y lo “güais del paragüais” que es tener varias parejas sexuales al mismo tiempo… qué me dicen, eh?, ¡qué divertido es tratar y ser tratados como un clínex… mola la gramola! Que el resultado de un rato de pasión es un embarazo… pues ¡una de “interrupción voluntaria del embarazo”, marchando! Y qué decirles ante la vejez y la enfermedad… pues ¡una de inyección letal, oído cocina!
Que el negocio o trabajo no trae las ganancias deseadas… pues para eso está la caja de la empresa o de los socios, o algún ancianito habrá a quien colocarle un fondo de pensiones de alto riesgo… Ya puestos, algún desgraciado habrá a quien endiñarle un crédito aunque no pueda pagarlo. Siempre podremos agrupar esos créditos-humo en paquetes con bonitos nombres y venderlos para que otros arreen… ¡vivan los duros a cuatro pesetas! hasta que la trama reviente.
Y todo eso lo podemos hacer ¡y lo hacemos! y… ¡nos sentimos bien! ¡Viva la Nueva Era de espiritualidad arquitectónica universal!
Y ¿quién pilotará y organizará esta Nueva Era de paz y amor universal al Ego? El Estado dará a cada persona lo que necesita (material, intelectual y espiritualmente), convirtiéndose en el nuevo dios. Él ya nos está imponiendo su religión inmanentista y gnóstica con una oferta moral que, como ciudadanos, debemos profesar, nos guste o no. Él ya está entrando cada vez más en nuestras vidas públicas y privadas, especialmente desde que el Sr. Rodríguez nos gobierna. Círculos, tabernáculos esféricos y fraternidades redondas parecen estar ganando la batalla al Cristianismo y a la Iglesia Católica. Estas camarillas sectarias parecen haber impuesto su religión “nuevaeráica”, cosmológico-arquitectónica y de escuadra y compás.
Pero pese a todo no debemos ser pesimistas. Verán ustedes, el año pasado en el último día clase antes de las fiestas de Navidad un profesor -jaleado por un grupo de fanáticos laicistas- me espetó a la cara y entre salivazos: “estamos en un Estado laico y el cristianismo tiene que ser eliminado. Habría que quemar todas las Iglesias, como en el ’36”. A tal comentario le respondí: “pues mira, en la esquina hay una gasolinera, así que tu mismo tío”. El interfecto y su grupo jaleante se quedaron confusos, situación que aproveché para desearles Feliz Navidad, con lo que a la confusión se añadió una monumental irritación. No nos debe sorprender la actitud de estos interfectos, es la normal y habitual entre buena parte del profesorado. Un profesorado absolutamente idiotizado por la religión estatalista de escuadra y compás.
Poco después, acabado el claustro, se realizó el tradicional “piscolabis” de despedida vacacional ¿saben ustedes cuál fue la imagen más repetida que pude observar? Después de que el profesorado asistente diese buena cuenta del vinillo y del champañete que por ahí corría, a los interfectos laicistas no se les ocurrió otra cosa que ponerse a entonar villancicos y cánticos de alabanza al Niño Jesús, a la Virgen María y a San José, y a los Ángeles, y a los humildes pastorcillos que reconocieron y adoraron al Niño-Dios, y a los Reyes Magos que le obsequiaron con oro, incienso y mirra.
Quiero decir con esto que pese a todos los esfuerzos en contra del Cristianismo, esos radicales laicistas “de andar por casa” -capitostes de la religión estatalista de escuadra y compás- tienen la guerra perdida. Porque ellos mismos llevan el Cristianismo hasta en el tuétano -aunque les pese- y no pueden deshacerse de ello por muchos documentos de apostasía que firmen. Y es que el bautismo que de bebés recibieron ha dejado una marca indeleble. Por eso en las fiestas de Navidad no se les ocurre otra cosa que cantar villancicos de alabanza al Niño Jesús, porque su alma les sigue llamando y les reclamando hacia Dios.
Estoy seguro que este año la estampa se repetirá, no lo duden. Ya les contaré.
Feliz Navidad a todos,
Antonio Ramón Peña Izquierdo, Dr. en Historia Moderna y Contemporánea