Las dificultades sexuales de la adolescencia, son uno de los síntomas de la crisis evolutiva propia de esa edad. Ha de evitarse tanto una actitud meramente represiva, con el peligro de agravar la parte de falsa culpabilidad que a veces suele existir, como el subestimar la importancia de la masturbación con el riesgo de fijar al adolescente en una fase determinada de su desarrollo sexual, mientras prosigue su evolución en otros capítulos. Es tan error aislarlo de sus causas y del conjunto de la vida moral, como poner en el centro la importancia o gravedad de la masturbación, lo que puede hacer mucho daño desde el punto de vista psicológico. Esta crisis tiene una solución progresiva, a medida que el sujeto alcanza su desarrollo por medio de relaciones personales intersubjetivas.
No se puede ayudar a un adolescente en su lucha contra este hábito, si no se le hace pensar en otra cosa. Estamos ante una consecuencia de una dificultad de adaptación más general que la sola sexualidad, por lo que la acción pedagógica debe orientarse más sobre las causas que en la represión directa del fenómeno. No es posible, sobre todo en determinadas circunstancias, alcanzar un dominio suficiente de sí mismo de manera rápida. No siempre es cuestión de voluntad, sino que puede ser manifestación de otras situaciones internas más complejas, de las que constituye un síntoma o una señal de alarma. Precisamente resolviendo sus dificultades de inserción en el mundo adulto podrá el adolescente atenuar y solucionar la regresión autoerótica.
Por tanto, no debemos concentrar la atención sobre este único punto, porque empeoramos con ello la situación, sino que hay que mostrar al joven lo que significa madurez personal, que es la condición para la superación de este momento, que hay que enmarcar en la educación integral del adolescente y de su afectividad. En efecto, el valor de la personalidad aumenta en la medida en que el individuo aprende a dominarse y a poner su fuerza de voluntad al servicio de su propio perfeccionamiento, que consiste en el correcto desarrollo de su dimensión amorosa. El crecimiento sexual, con la solución de los problemas concomitantes, es sobre todo cuestión de maduración y apertura a los demás en las debidas condiciones. Las dificultades sexuales pueden ser comprendidas por los jóvenes como un llamamiento para abrirse más a Cristo y a la oración personal, aprendiendo asimismo el arte de amar a los otros de una manera no egoísta.
Es conveniente conocerse a sí mismo y descubrir las causas de sus caídas. Si hay una causa física la suprima (fimosis o falta de higiene), así como procure evitar las ocasiones que le llevan a masturbarse.
El joven que se masturba realiza un acto humano y por tanto es culpable, si bien su responsabilidad moral puede a menudo ser bastante limitada. Los mecanismos del actuar humano son demasiado complejos como para poder saber de inmediato en muchas ocasiones cuáles son las raíces auténticas del comportamiento. Existen muchos comportamientos conscientes, pero que no son plenamente libres, porque son actos más o menos compulsivos que no se llegan a dominar del todo. Hoy sabemos mucho más de los condicionamientos psicológicos, muchas veces de naturaleza incluso no sexual, que hacen la masturbación menos libre y por tanto menos culpable. Por ello es importante no sólo tratar de eliminar la masturbación, sino sobre todo sus causas o raíces. No olvidemos que la libertad humana nunca es total y en estos casos a menudo es menos libre que en otras ocasiones.
El dominio del instinto sexual requiere de la gracia de Dios que hace efectiva la fuerza de voluntad. Una voluntad que hay que procurar desarrollar en el niño desde la más tierna infancia con toda clase de medios, pues el problema de la fuerza de voluntad tiene un ámbito mucho más vasto que el de la sexualidad. Un niño a quien se acostumbra a hacer pequeños sacrificios, como pueden ser respetar las normas de educación en las comidas, a saber levantarse sin eternizarse en la cama, a no pasarse horas muertas delante del móvil, del ordenador o televisor, ese niño llegará poco a poco a adquirir un dominio de sí y una fuerza de voluntad que le serán preciosos en todos los terrenos, como puede ser el del estudio y también en éste de su sexualidad.
Las fuerzas sexuales son como el agua en un país. Encauzadas son energías que hacen maravillas; reprimidas o desbocadas provocan desastres. El modo de encauzarlas es ponerlas al servicio del amor y de la generosidad, Si quiero ser puro debo preguntarme: «¿qué hago por los demás?». Y aquí debo examinar el resto de mi vida (estudio, trabajo, oración etc.). Son también de una gran ayuda en la lucha por la pureza hacer deporte y la comunión frecuente, aparte, como es lógico, de resistir la tentación.
En pocas palabras, y recordando lo dicho en el artículo «Catecismos y masturbación», no podemos estar de acuerdo con aquéllos que piensan que la masturbación no tiene ninguna importancia, pero tampoco con aquéllos que están empeñados en que sea siempre pecado mortal. En una persona que está intentando vivir una vida cristiana y se esfuerza en ello, me parece que mientras no tire la toalla, generalmente lo que hace es un pecado venial bastante gordo o importante. Una actitud pedagógica y pastoral debe liberar y desdramatizar, pero no irresponsabilizar.
P. Pedro Trevijano