Celebra el mundo laicista la noticia de que Francia haya incorporado la Carta del Laicismo como materia curricular en los centros de enseñanza. En ella se expresan los principios del estado laico, basados en la diosa neutralidad religiosa. Por una parte garantiza la libertad de sus ciudadanos y el respeto a todas las creencias y por otra limita el derecho de los padres a elegir la educación que quieren para sus hijos. Se enarbola la bandera de la educación gratuita para todos y se mutila ese aspecto fundamental de la educación para la persona. El que quiera educación religiosa para su hijo, que se la page.
Además, quedan proscritas por la Ley, todas aquellas actividades escolares que puedan considerarse como un acto de proselitismo; una simple visita a cualquier museo diocesano, o incluso la posibilidad de que un alumno pueda pedir a un compañero que le acompañe a una misa por el motivo que sea. Que a nadie se le ocurra dar testimonio público de su fe en un centro escolar. Eso de bendecir los alimentos antes de comer, pues, en casa; hacer la señal de la cruz para encomendarse en un examen, es de trasnochados ; ir a la piscina con el escapulario puesto, de supersticiosos…..y así hasta el infinito. El tema religioso queda pues eliminado del ámbito educativo escolar. ¿Esto es neutralidad? Yo la llamaría discapacidad educativa.
La educación es un deber primario de los padres, y el Estado debe ayudarles poniendo a su servicio los bienes de la comunidad. El Estado debe reconocer como verdadera educación aquella que está orientada hacia el último fin del hombre y al bien de la sociedad. Por ello, no debe cercenar el sentido religioso del ambiente educativo ni limitar la acción educativa de las instituciones religiosas que ofrecen desinteresadamente su colaboración en la formación religiosa de los alumnos. Y los padres tenemos la grave obligación de exigir por parte del Estado las condiciones que garanticen esta educación religiosa.
Fernando García Pallán