El derecho a la vida no es una concesión que ha de hacer el Estado o la sociedad; es un derecho anterior al Estado mismo y a la sociedad. El derecho a vivir del nasciturus no depende de opiniones humanas. El Estado no puede amparar legalmente la licitud de dar muerte a un ser humano que ni siquiera puede defenderse. Si bastasen las leyes o las mayorías para hacer moralmente aceptable cualquier cosa, estarían justificados los crímenes de Hitler que él amparó legalmente. ¿En función de qué interés el Estado o la sociedad va a sentenciar que un ser humano es digno de vivir y otro, por el contrario, de ser exterminado?
Aún no estando penalizado por la ley, el aborto no se convierte en un acto moral. Es tan ilógico hablar del derecho al aborto como del derecho al terrorismo, por lo tanto, un aborto podrá ser legal pero siempre carecerá de Justicia.
El aborto es habitualmente comercializado y vendido a la mujer en un momento de crisis en su vida. Ante esta mujer, el personal de la clínica abortista y los vendedores de abortos negarán la identidad individual y la dignidad del ser humano indefenso. El aborto es un negocio muy lucrativo basado sobre todo en la explotación del drama de una mujer. Una mujer embarazada que oiga el latido del corazón de su hijo, nunca será capaz de abortar sino es incitada a ello por asesinos que se esconden bajo la máscara del progreso y de la modernidad.
Les exijo a todos aquellos que dicen que el aborto es un derecho de la mujer, que no lo hagan en mi nombre; como mujer, a mí no me representan. No en mi nombre.
Carolina Crespo Fernández
Publicado originalmente en Atlántico