La próxima fiesta de san José obrero el 1 de mayo nos invita a pensar desde la fe en el mundo del trabajo, en las personas en cuanto son sujetos activos del trabajo que realizan, en los problemas que surgen en esta dimensión del hombre, en las relaciones que se establecen precisamente por motivo del trabajo. El trabajo humano no tiene sólo la perspectiva de la producción, sino ante todo la perspectiva de la persona.
La doctrina social de la Iglesia, la que brota del Evangelio y está transida de amor al hombre, nos enseña que el trabajo es el centro de la cuestión social. El trabajo abarca muchos aspectos, refiriéndose al hombre. Puede considerarse desde el punto de vista de la técnica, de los medios de producción, etc. O puede considerarse desde el hombre como sujeto activo, que crece y se personaliza en el trabajo. En cualquier caso, siempre es el hombre el centro del trabajo, no la producción. El hombre se mide por sí mismo, por lo que es, no por lo que produce. Y el hombre en su dimensión personal y familiar.
Vivimos días de fuerte crisis en el mundo laboral, sobre todo porque no hay trabajo para todos. Más aún, se ha llegado a unos niveles de paro inimaginables. Y además, no se ve solución fácil ni pronta. Es un problema generalizado en los países del bienestar, donde habíamos llegado a un nivel de producción y de consumo, que casi nos parecía haber alcanzado el paraíso terrenal. Pero algo se ha roto en el sistema, y la máquina no funciona. Las prestaciones sociales se acaban y muchas personas, de las que dependen muchas familias, se ven en la angustiosa situación de no tener trabajo. Y de ahí surgen otros muchos problemas personales y familiares, como es el sentimiento de inutilidad, la falta de esperanza, el empobrecimiento de grandes grupos de personas, etc.
La fiesta de san José obrero, el día del trabajo, es ocasión para pensar qué podemos hacer. Y lo primero de todo, es darnos cuenta de que la dignidad le viene al trabajo de ser colaboración con la obra de Dios. Dios ha creado el mundo y ha mandado al hombre que lo domine y lo organice para su bien, según el plan de Dios. Sin Dios, los problemas del trabajo no tienen arreglo. Y en la tarea del trabajo, el hombre aprende a convivir con los demás, haciendo del trabajo un lugar de encuentro, nunca de conflicto. En segundo lugar, hemos de estar abiertos a la solidaridad con quien no tiene nada de nada, para ayudarle en su emergencia y abrirle caminos de esperanza. Las dificultades unen a los hombres para superar juntos tales problemas.
Además, deben favorecerse las iniciativas personales o de grupo que tienden a proyectar la capacidad creativa del hombre para servir a la sociedad con su propio trabajo. El ideal no es conseguir un trabajo para rendir lo menos posible, teniendo un sueldo asegurado a costa de no sé quién. En el trabajo, uno debe considerar como propio aquello que realiza, al mismo tiempo que reclama la dignidad de su obra ante los demás.
La apertura a la vida, engendrar a la generación venidera, es otro punto importante de la cuestión social, porque si no hay generación de reemplazo, no será posible garantizar las pensiones y ni siquiera la mínima producción para sobrevivir en nuestra sociedad. Hay que ayudar a las familias a que tengan hijos, que serán los trabajadores del mañana. He aquí la más importante inversión a largo plazo, a la que todavía no se le presta la debida atención en nuestra sociedad.
Y, llegando a las cifras macroeconómicas que nos hablan de un parón del consumo y el consiguiente parón de la productividad, debemos preguntarnos qué pieza se ha roto en el mecanismo social, por el cual esto no funciona, y muchos sufren las consecuencias. A simple vista, se percibe que no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades. La permanente excitación al consumo tiene un límite, y si no somos capaces de ser austeros por el camino de la virtud, tendremos que ser austeros obligatoriamente por la vía de la carencia. La crisis nos va a enseñar mucho, nos ha de enseñar a ser más austeros. Por otra parte, todos nos hemos hecho más sensibles a la transparencia en la gestión del dinero público, de manera que sea perseguida la corrupción en todos sus ámbitos, el dinero fácil a base de pelotazos con cargo al erario público, el derroche faraónico en proyectos y realizaciones, que se hacen con el dinero de todos, para cobrar comisiones.
Dios quiera que haya pronto trabajo para todos, y así lo pedimos a san José obrero, pero mientras eso llega, evitemos conflictos innecesarios y protestas que no conducen a nada y abramos nuestro corazón a la solidaridad fraterna, la que brota de considerar al otro como hermano y no como rival. San José y la crisis pueden ayudarnos a valorar mejor el trabajo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández González, obispo de Córdoba