En España, los únicos que no pueden abrir la boca para pedir cambios legislativos son los curas. Es una excepción singular, que no está escrita en ninguna parte. Pero ahí están los hechos. Si un obispo se pronuncia por reformar una ley, se organiza una batahola tremenda. Rouco Varela se manifestó en términos críticos sobre la ley del aborto y la legislación sobre el matrimonio, y al minuto estallaron gritos en el Congreso. Desde la socialista Rodríguez hasta la upedeísta Díez, todos concordaron, y eso que no les gusta el concordato, en hablar de «chantaje». Hombre, un chantaje es cosa seria que incluye una amenaza. Yo tuve la impresión de que Rouco no amenazó al Gobierno ni con una excomunión ni con un escrache.
Eso que en boca de Rouco es un «chantaje» lo hacen de continuo, y sin que nadie se espante, partidos, sindicatos, empresas, bancos, industrias, ganaderos, artistas venidos a intelectuales, intelectuales venidos a menos y plataformas de todo tipo. Nadie les discute su derecho a reclamar a los Gobiernos que cedan a sus variadas exigencias. Se podrán censurar sus procedimientos de presión, pero no que presenten en público sus causas y sus intereses. Salvo que lo haga un portavoz de la Iglesia. En esta España donde cualquiera le dice a un Gobierno lo que tiene que hacer, la Iglesia católica es uno de los dos o tres colectivos a los que se les discute la posibilidad de pronunciamiento público.
No siempre, vamos a precisar. Si el Papa condena la guerra de Irak, eso se celebra, pero si condena el aborto libre, no sólo se le critica, cosa lícita, sino que se le exige silencio. Es decir, hay temas sobre los que la Iglesia se debe pronunciar y temas sobre los que debe callarse. Leyes, por ejemplo. El criterio de la portavoz Rodríguez, que estudió Derecho, es que «al BOE no se pueden llevar principios morales». A lo mejor prefiere una legislación impregnada de principios inmorales. O cree que la moral es una perversa idea católica. Chi lo sa. Pero si la influencia de la Iglesia en la sociedad es tan irrelevante como dicen, no es muy comprensible que inquieten sus opiniones.
Ah, que en el Gobierno hay católicos y se pueden dejar chantajear por Rouco, que es un chantajista temible. Bueno, de momento no está prohibido que haya católicos en el Gobierno. Hasta parece que los hubo en los Gobiernos socialistas que aprobaron las leyes criticadas por Rouco. Es asombroso cuánto comecuras de salón surge a la menor oportunidad. Para mí que la pregunta no es qué tiene la Iglesia para que excite tanto a esa gente, sino qué tiene esa gente para excitarse tanto con la Iglesia. No acabo de decidir si hay que buscar respuesta en la zona de la política o en el área de la psiquiatría.
Cristina Losada
Publicado originalmente en Libertad Digital