Hace ya unos catorce años que cayó en mis manos una de las biografías publicadas sobre la vida y muerte de una adolescente madrileña, Alexia González-Barros (1971-1985), cuyo proceso de beatificación está en curso. Se trataba de la historia dramática de una joven de trece años a quien se le había declarado un tumor maligno que acabó con su vida en menos de un año. Aquel libro no me dejó indiferente. Muy al contrario: en repetidas ocasiones me hizo llorar de emoción y en otras reía y disfrutaba al comprobar la belleza del tesoro de la inocencia, cuando ésta es iluminada por la fe cristiana. La fuerza testimonial que irradiaba, grabó en mí una huella imborrable. Entonces yo era todavía un sacerdote “novel”, pero al concluir la lectura de aquel libro, comprendí que en adelante, aquella niña sería mi “amiga” por el resto de mis años. Recuerdo también que empleé un dinero del que en aquel momento disponía, para distribuir en la parroquia abundantes ejemplares de su vida. Con alegría, pude comprobar cómo Alexia llegaba igualmente a otros corazones. A lo largo de estos años, me he acordado de ella, de una forma especial, cada vez que visito o tengo noticia de algún niño o adolescente enfermo.
¿Qué es lo que más me llamó la atención de su historia? Por encima de todo, su plena confianza en la voluntad de Dios… “Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras” –repetía con frecuencia-. Es como si en ella se fundiesen el sentido común y la más alta mística. Ciertamente, los niños inocentes –Alexia- nos enseñan a sobrenaturalizar lo natural y a naturalizar lo sobrenatural. También me impresionó profundamente la fuerza de la familia cristiana. ¡Aquella familia era una “piña” en la que se vivía una especie de “santidad compartida”!
Añado a lo anterior que, el hecho de acercarme a la figura de Alexia me ayudó también a valorar más los carismas de la Iglesia, porque era notorio que la pertenencia al Opus Dei de varios de sus miembros, había sido un factor determinante del que se había nutrido aquella historia de amor. Y, finalmente, tengo que agradecer a Alexia que me “enseñase” a tener relación y devoción hacia nuestro personal Ángel Custodio. ¡Me quedé perplejo al descubrir la audacia con la que aquella niña “bautizaba” a su Ángel de la Guarda con el nombre de “Hugo”! La naturalidad con la que Alexia trataba con Hugo, me ayudó a entender aquella frase del Evangelio: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10).
Pues bien, hace ya varios meses, llegó a mis oídos la noticia de que un director de cine, que se autodefine como “ateo practicante”, había decidido inspirarse en la historia de Alexia para realizar una especie de “contrahistoria” de su vida. No me lo hubiese creído, de no ser por el cúmulo de faltas de respeto a la religión cristiana, de las que ya hemos sido testigos… (No creo necesario detallar los casos recientes: obras teatrales con título blasfemo, exposiciones fotográficas de la misma índole, programas televisivos burlescos y despectivos, etc).
Finalmente, la película en cuestión ya ha llegado a las salas cinematográficas, con el nombre de “Camino”. Por si hubiese lugar a dudas, el director ha tenido la desfachatez de hacer un guión en el que la niña protagonista de la película lleva el nombre propio del título del libro que escribió el fundador del Opus Dei (Camino). La película utiliza la historia de Alexia como arma arrojadiza contra lo que la propia niña más amaba: su madre y su padre, sus hermanos, la Iglesia... Todo aquello que los creyentes habíamos admirado en el testimonio de Alexia y de su familia, por arte de magia, en la pantalla es retorcido hasta el extremo, y se nos muestra como grotesco, como masoquismo, fanatismo, manipulación… Baste citar el subtítulo burlesco elegido para la película: “¿Quieres que rece por ti para que tú también te mueras?”…
Aunque a estas alturas ya nada nos sorprenda, tengo que reconocer que a mí este episodio me ha impresionado: ¿Qué mal habrán hecho a nadie Alexia y su familia? ¿Por qué “se revuelve” ante su memoria un señor que se dice “no creyente”? ¿Será sólo cosa de buscar el dinero fácil, o habrá más factores que lo expliquen? Vienen a mi memoria las palabras que el “buen ladrón” dirigió a su compañero de suplicio, tras escuchar con asombro cómo éste insultaba gratuita e injustificadamente a Jesús crucificado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque nos lo hemos merecido. En cambio, éste nada malo ha hecho. –Y volviéndose hacia Jesús le dijo-: ¡Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino!” (Lc 23, 41).
La escena de los dos ladrones crucificados junto a Jesús es paradigmática: la humanidad no se divide en “buenos” y “malos”. En realidad, todos somos “ladrones”, es decir, “pecadores”. Por el contrario, la humanidad se compone de pecadores “arrepentidos” y pecadores “convencidos”. Los primeros reconocen su culpa, al mismo tiempo que aprecian y admiran toda la bondad que les rodea. Los segundos, por el contrario, parece como si encontrasen alivio blasfemando contra Dios, o ensuciando a quienes pudiesen estar más limpios que ellos. Ésta ha sido una constante en la historia de la Iglesia: el testimonio de los santos es estímulo para unos, al mismo tiempo que resulta molesto para otros.
Ante este tipo de situaciones, pienso que los católicos debemos reaccionar con audacia y con paciencia. “Es preferible encender una luz que maldecir las tinieblas”, de modo que estamos ante una ocasión magnífica para dar a conocer la vida de Alexia y su maravilloso testimonio (www.alexiagb.org). Lo ocurrido demuestra que la vida de Alexia es mucho más luminosa de lo que suponíamos, especialmente en el momento histórico actual, en el que se introduce la eutanasia y el suicidio asistido. Nuestra sociedad está necesitada de “testigos” que den “luz” y que nos ayuden a vivir con sentido las cruces de nuestra existencia. ¡Alexia, danos audacia y paciencia para el “camino”!
+ José Ignacio Munilla, obispo de Palencia