De la tensión existente entre el orden transmitido por tradición y las circunstancias del tiempo, en cualquier momento de la historia surge la alternativa de conservación de la tradición o negación de ella en la revolución. Aunque no se puede afirmar esto sin matizaciones; puesto que la vuelta a la tradición puede suponer una ruptura revolucionaria y la misma revolución, alguna vez, no es sino la recuperación de lo que es válido, pero perdido para la actualidad. El concepto de progreso está yuxtapuesto a la idea de decadencia. Siendo el progreso un concepto que se relaciona con el de «decadencia», conviene tener presente que no siempre esa correlación ha sido clara como ahora. Se ha hablado, por ejemplo insistentemente de la decadencia y caída del Imperio Romano. Pues bien el mejor conocedor de la antigüedad tardía, Henri Irenée Marrou, dijo hace pocos años: «La actitud de los contemporáneos el imperio romano puede resumirse en una sola palabra: no tuvieron conciencia de ello. El problema del declive y la caída del mundo antiguo es una problema moderno».
Acerca de esta moderna constatación sólo quiero deducir la conclusión de que si un cambio tan radical cual supuso la caída del Imperio no pudo ser captado en toda su profundidad por los ojos de los contemporáneos, también en nuestra época no es extraño que para muchos no haya conciencia de la decadencia de nuestra cultura en determinados ámbitos. La Razón
Cardenal Ricard Mª Carles, arzobispo emérito de Barcelona