Hace 97 años avisaba Unamuno: «Si caminamos de espaldas al sol, es nuestro cuerpo el que nos impide verlo, y a penas sabemos de él sino por nuestra propia sombra, que donde hay sombra hay luz. Detrás nuestro va nuestro Dios empujándonos, y al morir, volviéndonos al pasado hemos de verle la cara que nos alumbra desde más allá de nuestro nacimiento». Del intento de borrar a Dios de la vida del hombre, afirmó Juan Pablo II en su primera visita a un país comunista –su propia Polonia– que «la exclusión de Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hombre». Porque, como dijo lapidariamente el Concilio, «el hombre no se limita al solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su vocación eterna»(GS 76) Consecuencia de nuestra fe: «Es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamente todo el orden temporal y ordenarlo a Dios, por Jesucristo» (AA 7).
Respecto a la experiencia de querer construir una civilización sin Dios, Julij Srejder, filósofo del Este, afirmó que la causa primera de los fracasos de las democracias poscomunistas es no basarse en «una libertad orientada hacia los valores, en tensión hacia la construcción y no la destrucción. La democracia sólo puede realizarse sobre la base del amor a Dios y al prójimo como ser creado a imagen de Dios. El humanismo laico –como la EpC– margina uno de estos mandamientos, mientras que el Evangelio señala que los dos preceptos son inseparables. La democracia se construye sobre el respeto a los derechos del hombre solamente si ha arraigado en la naturaleza misma de las cosas: si se funda algo incondicionado y absoluto». (La Razón)
Cardenal Ricardo Mª Carles