¿Qué importancia tiene la relación entre fe y caridad para una sana antropología y ética, compatible con la visión cristiana? Esto lo ha explicado Benedicto XVI en un breve y profundo discurso ante la asamblea plenaria del Pontificio Consejo «Cor Unum» (19-I-2013). De esta manera ha profundizado en el contenido de su motu proprio sobre el servicio de la caridad (Intima Ecclesiae natura, 11-XI-2012). Sigamos por pasos su argumentación.
Fe y caridad
Comienza anunciando cómo el tema que les reúne, «Caridad, nueva ética y antropología cristiana», refleja la relación entre amor y verdad o también entre fe y caridad.
«Todo el ethos cristiano recibe de hecho su sentido de la fe como ‘encuentro’ con el amor de Cristo, que ofrece un nuevo horizonte e imprime a la vida la dirección decisiva» (cf. Deus caritas est, 1). Notemos ya que esta es una original y profunda manera de hablar de la fe, como «fundamento y forma» del amor cristiano; pues, ciertamente, al encontrar a Dios y experimentar su amor, aprendemos «a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él, y, con Él, para los demás» (Ibid, n. 33).
A partir de esta relación entre fe y caridad, el Papa reflexiona sobre un aspecto que denomina «la dimensión profética que la fe infunde en la caridad» (cabría decir: la fe proporciona a la caridad su inspiración sobrenatural y, con ello, la capacidad de la caridad para revelar y testimoniar la Verdad, y anticipar así la visión del futuro).
Surge aquí de nuevo, como eco, el tema de fondo: la fe da a la caridad su forma típicamente cristiana y constituye el principio para distinguirla. En términos más concretos, dice el Papa que la fe supone «una nueva mirada sobre el mundo y sobre el hombre» (digamos, la mirada o la perspectiva de Cristo), que «proporciona también el criterio correcto para valorar las expresiones de la caridad en el contexto actual» (el obrar según el corazón de Cristo).
Una antropología al margen de la fe
¿Y si no hay fe? Observa Benedicto XVI que, fuera de la fe, el hombre ha caído frecuentemente en tentaciones culturales (que exigen un cierto «culto») que le han hecho esclavo. Concretamente, «en los últimos siglos, las ideologías que han exaltado el culto de la nación, de la raza, de la clase social, se han revelado como verdaderas y propias idolatrías; y otro tanto se puede decir del capitalismo salvaje con su culto a la ganancia, del que se han seguido crisis, desigualdades y miseria».
Hoy –continúa– se ha extendido el sentido común acerca de la inalienable dignidad de cada ser humano y la recíproca e interdependiente responsabilidad hacia él, y esto es una ventaja de la verdadera civilización, la civilización del amor. Pero, lamentablemente, de otro lado también nuestro tiempo conoce sombras que oscurecen el proyecto de Dios.
«Me refiero sobre todo –señala más concretamente– a una trágica reducción antropológica que vuelve a proponer el antiguo materialismo hedonista, al que se añade un ‘prometeísmo tecnológico’». Es decir: una visión materialista del hombre (centrada en el placer) y un gran desarrollo de la tecnología (de la que se espera toda solución y todo progreso). Y de la unión de estos dos elementos, dice el Papa, emerge una antropología de fondo atea.
¿Cómo se pasa del materialismo y la tecnología al ateísmo? Explica Benedicto XVI que este paso se da porque se entiende al hombre reducido a funciones autónomas: la mente se reduce al cerebro; la historia humana se reduce a un destino de autorrealización. «Y todo esto –subraya–, prescindiendo de Dios, de la dimensión propiamente espiritual y del horizonte ultraterreno».
Una nueva ética desvinculada de la naturaleza
Pasemos a la práctica. De tal visión del hombre (antropología) se deduce un modo de entender su actuar (ética o «nueva ética» según el enunciado del tema que se había propuesto a la asamblea plenaria).
«En esta perspectiva de un hombre privado de su alma y por tanto (privado) de una relación personal con el Creador –apunta el Papa–, lo que es técnicamente posible resulta moralmente lícito, todo experimento resulta aceptable, se consiente toda política demográfica y se legitima toda manipulación».
Pero aún hay más: «La insidia más temible de esta corriente de pensamiento es de hecho la absolutización del hombre: el hombre quiere ser absolutus, desvinculado de todo vínculo y de toda constitución natural. Pretende ser independiente y piensa que su felicidad reside en la afirmación de sí mismo».
En otros términos: «El hombre niega su propia naturaleza... existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya» (Discurso a la curia romana, 21-XII.-2012. El contexto de estas palabras es la crítica de Benedicto XVI a la «ideología de género». Rechazando las diferencias entre los varones y las mujeres, se rechaza la doble posibilidad de ser persona, varón y mujer, con lo que el hombre niega su propia naturaleza; y pretende ser una mente que de modo voluntarista escoge por sí misma qué quiere ser, manipulando la naturaleza. Ahora se amplía el argumento desde la naturaleza humana a toda la naturaleza cósmica y a la ley natural que ella contiene y expresa).
La conclusión es clara, como consecuencia de querer el hombre ser para sí mismo la norma de su conducta: «Se trata de una negación radical de su ser criatura e hijo de Dios, que termina en una soledad dramática».
Rechazar las antropologías incompatibles con la fe cristiana
En la última parte de su discurso vuelve el Papa sobre la fe y al sano discernimiento cristiano, para mostrar cómo han de ayudar en la práctica a los cristianos, los que le escuchan y todos los que hacen eco de sus palabras. Y así señala:
«La justa colaboración con instancias internacionales en el campo del desarrollo y de la promoción humana no debe llevar a cerrar los ojos ante estas graves ideologías, y los Pastores de la Iglesia –que es ‘columna y fundamento de la verdad’ (2 Tm 3, 15)– tienen el deber de poner en guardia sobre estas tendencias, tanto a los fieles católicos como a toda persona de buena voluntad y recta razón».
Insiste Benedicto XVI: «Se trata de una tendencia negativa para el hombre, aunque se vista de buenos sentimientos bajo el rótulo de un presunto progreso, o de presuntos derechos, o de un presunto humanismo». Y se pregunta cómo debe comportarse un cristiano, especialmente aquellos cristianos (como son en este discurso sus oyentes) implicados en actividades caritativas y por tanto en relación con otros agentes sociales.
«Ciertamente –responde– debemos ejercitar una vigilancia crítica y, a veces, rechazar financiaciones y colaboraciones que, directamente o indirectamente, favorezcan acciones o proyectos incompatibles con la antropología cristiana». Al mismo tiempo, la Iglesia está comprometida en promover al hombre en su dignidad integral, en su doble dimensión vertical (relación con Dios) y horizontal (relación con los demás). Por eso, ejemplifica concretamente, «la Iglesia reafirma su gran sí a la dignidad y belleza del matrimonio como expresión de fiel y fecunda alianza entre varón y mujer, y el no a filosofías como la del género, se explica por el hecho de que la reciprocidad entre lo masculino y lo femenino es expresión de la belleza natural querida por el Creador».
De este modo queda claro que la relación entre la fe y la caridad se sitúan en el centro de la antropología cristiana y de una ética abierta a la transcendencia.
P. Ramiro Pellitero, sacerdote
Publicado originalmente en Iglesia y Nueva Evangelización