Con la caída del Muro de Berlín, con lo que significó para la izquierda mundial de fracaso ideológico, económico y social, la izquierda ha buscado nuevos referentes en la sexualidad y en la libertad sexual. Jesucristo dice de Sí mismo: «Yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn 14,6), enseñándonos con ello que renunciar a la verdad no sólo no soluciona nada, sino que se corre con ello el peligro de terminar en una dictadura de la voluntad, la dictadura del relativismo, porque lo que queda después de suprimir la verdad es pura decisión nuestra y, por tanto, arbitrario. Si el hombre renuncia o no reconoce a la verdad, se envilece.
Esto es lo que sucede con la ideología de género. Cuando me lo explicaron por primera vez, creí de absurda que me pareció, que se estaban riendo de mi o tomándome el pelo. Cuando me ha tocado explicarlo a otros, siempre me he encontrado con la misma reacción, por lo que hoy empiezo diciéndoles que hablo totalmente en serio y no es una broma. En esta concepción, la diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, se subraya al máximo y se considera primaria, hasta el punto de que cada individuo escoge la sexualidad y el modo de vida que más le atrae. Esta antropología pretende favorecer perspectivas igualitarias, liberándonos de todo determinismo biológico e incluso de la distinción de sexos misma; homo, hetero y bisexualidad son igualmente válidas y tan solo una cuestión de preferencia. La diferencia entre varón y mujer no correspondería, fuera de las obvias diferencias morfológicas, a la naturaleza, sino que sería mera construcción cultural. El significado del sexo depende de la elección propia de cada uno sobre cómo configurar su propia sexualidad, resultando justificable cualquier actividad sexual, pues serían simplemente modos alternativos de expresar la sexualidad. En esta mentalidad, el hombre y la mujer eligen su sexo y lo podrían cambiar, cuantas veces lo estimen oportuno, hasta el punto de que las diferencias entre hombres y mujeres no tienen relación con las causas naturales o biológicas, sino que se deben a determinaciones sociales.
Sobre este asunto San Pablo nos dice en la Carta a los Romanos 1,22-28: «Alardeando de sabios, se han hecho necios y han trocado la gloria del Dios incorruptible por representaciones de hombres corruptibles, e incluso de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por eso Dios los ha entregado, siguiendo el impulso de sus apetitos , a una impureza tal que degrada sus propios cuerpos. Es la consecuencia de haber cambiado la verdad de Dios por la mentira, y de haber adorado y dado culto a la criatura en lugar de al creador, que es bendito por siempre. Amén.
Así pues, Dios los ha entregado a pasiones vergonzosas. Sus mujeres han cambiado las relaciones naturales del sexo por usos antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han abrasado en deseos de unos por otros. Hombres con hombres cometen acciones ignominiosas y reciben en su propio cuerpo el pago merecido por su extravío. Y por haber rechazado el verdadero conocimiento de Dios, Dios los ha dejado a merced de su depravada mente, que los impulsa a hacer lo que no deben».
Pero la ideología de género no termina aquí. La defensa de la libertad sexual sin restricciones alcanza también a los niños y niñas. La mayoría de edad sexual está, en nuestra legislación, a los trece años. A partir de ese momento a los padres les toca aguantarse. Sobre esto dice el evangelio de San Lucas 17,1-2: «Dijo, pues, a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar».
Sin embargo las frases más duras las encontramos en el evangelio de san Juan, en 8,44-45: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo porque es mentiroso y padre de la mentira. En cambio, a mí, porque os digo la verdad, no me creéis».
Ahora bien, ¿quién reúne estas condiciones y por tanto es hijo del diablo? El diablo es homicida y ellos también. Es indudable que en esta categoría entran todos los que atentan contra la vida humana, sea causando la muerte de un ser humano, salvo legítima defensa o auxilio necesario, o colaborando de una manera u otra, a que sean posibles las muertes de inocentes. Entran en esta categoría los asesinos, los terroristas, los abortistas, calificando el aborto el Concilio Vaticano II de «crimen abominable» (GS 51), los suicidas, aunque en este caso en muchas ocasiones se trata de enfermedades mentales que llegan a su término, y los defensores de la eutanasia. Es indiscutible que los políticos que apoyan con su voto leyes criminales, son responsables moralmente de su acción.
Por último, no olvidemos esta frase de san Pablo en Gálatas 6,7: «No os engañéis: de Dios nadie se burla».
Pedro Trevijajo, sacerdote