Decía el Dr. Nathanson, que de director del centro de abortos más importante del mundo, pasó a ser por puras razones científicas, pues la fe le llegó bastantes años más tarde, al autoconvencerse que estaba asesinando a seres humanos un referente mundial en la lucha contra el aborto, que las campañas contra la vida que él dirigió se basaban en hacerse con el apoyo de los medios de comunicación, convenciéndoles que ello era lo verdaderamente liberal; en falsificar las estadísticas, exagerando tanto la cifra de abortos como la de mujeres muertes por no hacerlo en condiciones adecuadas; en jugar la carta del anticatolicismo, como si la oposición al aborto fuese sólo de la Iglesia Católica, y no hubiese otros muchos cristianos e incluso ateos que fuesen antiaborto, e ignorar las evidencias científicas. Es decir, su campaña se basaba en la mentira al servicio del crimen.
Una vez más, el problema es la relación entre verdad y libertad. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de cualquier autoridad, se cierra a la verdad objetiva y común, fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por asumir como única e indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión subjetiva e incluso, su interés egoísta y capricho. En el relativismo el derecho deja de ser tal, porque ya no se funda en la inviolable e intrínseca dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte, y lo que empezó siendo democracia, se transforma en un totalitarismo que ni siquiera respeta el derecho humano más fundamental: el derecho a la vida. Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, que consiste en dar muerte a una persona afectada de grave deformación o enfermedad incurable, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Es el fin de la igualdad entre los seres humanos. Somos criaturas e hijos de Dios, y por ello nadie, ni siquiera el Estado ni la mayoría, puede ni debe dejar de respetar la intrínseca dignidad de cualquier ser humano y mucho menos matarlo, ni siquiera aunque esté discapacitado o en el inicio o fin de su vida.
En cierta ocasión, en un debate sobre el aborto en mi ciudad, aunque estaba de oyente intervine contra el aborto, por lo que la que estaba a mi lado me soltó: «Usted es de extrema derecha». Para cuando me di cuenta, ya le había contestado: «Lo que es usted, es una asesina». Muchas veces he pensado si hice bien o mal, pero lo que tengo cada vez más claro es que, sabiendo que todos vamos a morir y que tendremos que presentarnos ante Dios, se necesita valor o estupidez para atreverse a presentarse delante de Dios habiendo votado a favor del «abominable crimen del aborto» (esta frase no es mía, es de la Iglesia Católica y del Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes nº 51). En cambio recuerdo una conversación que tuve con una persona muy poco creyente que ocupaba un puesto que le exponía a un atentado terrorista que me dijo: «si Dios existe y me tengo que presentar ante Él, supongo llego en mejores condiciones si me matan por haber cumplido con mi deber».
Jesucristo dice de sí mismo «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), lo que significa que los creyentes no sólo creemos en Dios y en su Hijo Jesucristo, sino también en la vida y su valor. En el dilema entre la civilización de la vida y la cultura de la muerte, los creyentes debemos tener claro que nuestra elección está a favor de la vida.
Por ello no podemos aceptar la eutanasia, que es la indebida eliminación de una vida humana y por tanto un crimen, aunque se intente disfrazarla con sentimientos humanitarios. El origen y el fundamento del deber de respetar absolutamente la vida humana están en la dignidad propia de la persona y no simplemente en el instinto natural de conservar la propia vida física. De hecho además aprobar la eutanasia se presta a gravísimos abusos, pues ni siquiera se respeta la voluntad de la víctima, que hace que muchos ancianos lleguen a llevar en los países donde está permitida, como Holanda, una tarjeta en el que la persona solicita que en caso de enfermedad, no se la lleve a un hospital, por el miedo que en vez de ser curada, sea asesinada. Personalmente puedo decir que no veo a los enfermos de la residencia de enfermos de Alzheimer de la que soy capellán, nada partidarios de la eutanasia y lo mismo me dicen otros capellanes de residencias de ancianos. En España, ya se nos ha dicho que, cuando vuelvan las izquierdas, será una de las primeras leyes en aprobarse. En pocas palabras, la relación entre relativismo y crimen es muy estrecha.
Pedro Trevijano, sacerdote