Aunque ya hemos visto como el Papa no sólo no desautoriza, sino recomienda la presencia del buey y del asno en nuestros belenes, seguramente lo más polémico a continuación del libro del Papa es la posible proveniencia de España de los Magos.
Hay por supuesto un problema preliminar: ¿existieron realmente los Magos? Sobre este punto dice el Papa: «A este respecto Jean Daniélou observa con razón: «A diferencia de la narración de la Anunciación a María, la adoración de los Magos no afecta a ningún aspecto esencial de la fe. Podría ser una creación de Mateo, inspirada por una idea teológica; en ese caso, nada se vendría abajo». El mismo Daniélou, sin embargo, llega a la convicción de que se trata de acontecimientos históricos, cuyo significado ha sido teológicamente interpretado por la comunidad judeocristiana y por Mateo. Por decirlo de manera sencilla: ésta es también mi convicción». Pero el Papa también añade: «ahora incluso exegetas de orientación claramente eclesial, como Enyesen o Rudolf Ernst Pesch, son contrarios a la historicidad, o por lo menos dejan abierta la cuestión».
En pocas palabras: se trata de una cuestión libre para los católicos. Pero el mensaje religioso en él contenido es muy importante: Jesús vino para salvar a todos, judíos y gentiles, y esto es lo que nuestra fe nos enseña: Dios quiere que todos nos salvemos, pero respeta nuestra libertad.
Otro problema relacionado con los Magos es el de la estrella. ¿Existió realmente?: «Kepler (+1630) calculó que entre finales del año 7 y comienzos del 6 a. de C., que hoy se considera como el año verosímil del nacimiento de Jesús, se produjo una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte. Él mismo había notado una conjunción semejante en 1604, a la cual se había añadido también una supernova»… «intentó explicar así astronómicamente el fenómeno de extraordinaria luminosidad de la estrella de Belén»… «la constelación estelar podría ser un impulso, una primera señal para la partida exterior e interior. Pero no habría podido hablar a estos hombres si no hubieran sido movidos también de otro modo: movidos interiormente por la esperanza de aquella estrella que habría de surgir de Jacob (cf. Num 24,17)».
Sobre la adoración de los Magos: «En Jerusalén, la estrella ciertamente se había ocultado. Después del encuentro de los Magos con la palabra de la Escritura, la estrella les vuelve a brillar. La creación, interpretada por la Escritura, vuelva a hablar de nuevo al hombre. Mateo recurre a superlativos para describir la reacción de los Magos: «Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (2,10). Es la alegría del hombre al que la luz de Dios le ha llegado al corazón, y que puede ver cómo su esperanza se cumple: la alegría de quien ha encontrado y ha sido encontrado. «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11)».
Y sobre quienes eran los Magos, leemos: «Estos hombres son predecesores, precursores de los buscadores de la verdad, propios de todos los tiempos. Así como la tradición de la Iglesia ha leído con toda naturalidad el relato de Navidad sobre el trasfondo de Isaías 1,3, y de este modo llegaron al pesebre el buey y el asno, así también ha leído la historia de los Magos a la luz del Salmo 72,10 e Isaías 60. Y, de esa manera, los hombres sabios de Oriente se han convertido en reyes, y con ellos han entrado en el pesebre los camellos y los dromedarios. La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis-Tartesios en España. Conviene recordar que para un judío de entonces el extremo del mundo era España, y más concretamente Cádiz), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa. El rey de color aparece siempre: en el reino de Jesucristo no hay distinción por la raza y el color»… «Queda la idea decisiva: los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprenden el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce a Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo».
Pedro Trevijano, sacerdote