Hoy 3 de diciembre, en dos periódicos de alta difusión en Bizkaia como son Deia y El País, aparecen las declaraciones del Delegado Episcopal de Pastoral Social de la diócesis de Bilbao, D. José María Delclaux, expresando su opinión (supongo que personal y no diocesana), sobre la actitud de las víctimas de ETA y su implicación en política.
Algunas de las frases entrecomilladas por estos diarios, dicen que las víctimas de ETA «no deben hacer política con su victimismo», y que esta actitud «hace un flaco favor» y no ayuda a la convivencia. Además, para dar más fuerza a su argumentación, apela a la autoridad de un hombre llamado Jesús de Nazaret que rechazó el sentimiento del ojo por ojo, y cuestiona el hecho de que el gobierno mantenga «leyes excepcionales» en estos momentos.
Me gustaría considerar algunas cuestiones al respecto:
1. Las víctimas del terrorismo tienen, por lo menos, el mismo derecho a intervenir en política como de facto lo hacen aquellos que siempre han estado al lado de los criminales. Sólo faltaba que partidos que justificaron, ampararon y defendieron los crímenes de ETA gocen del apoyo de, por desgracia demasiadas personas, y subsistan gracias a los impuestos que pagamos todos, paradójicamente también sus víctimas, y éstas no puedan por lo menos alzar una voz en esta sociedad democrática. Es una situación de locos. Los verdugos y criminales se pueden sentar en el parlamento, dar conferencia, mítines y escribir sus panfletos propagandistas, y las víctimas han de estar tranquilitas y sin rechistar.
2. Hablar del ojo por ojo y diente por diente, apelando a Jesús, queriendo con ello condenar actitudes vengativas, en aquellos que jamás alzaron la mano contra sus asesinos, ni llamaron a la venganza, es un insulto a la inteligencia y a la decencia humana. Precisamente por esa actitud ejemplar del sufrimiento desgarrador vivido en el silencio de tantas víctimas en más de 40 años y casi 1000 asesinados, es lo que les legitima para ahora elevar su voz como les dé la gana.
3. Por último, «las leyes excepcionales», están para canalizar situaciones excepcionales y éstas se aplican para aquellos que cometieron delitos de semejante magnitud. No creo que se apliquen hoy esas leyes a quienes no cometen delitos de terrorismo, pero esta lacra, aunque es cierto que parece haber terminado en lo que a su expresión más cruel se refiere, no por ello siguen existiendo culpables que han de pagar por sus crímenes. El ejercicio del perdón y de la generosidad de la sociedad, depende primero de la autenticidad con que se solicita por parte del culpable, y después de la disposición de la víctima para otorgarlo. Pero no podemos poner en el mismo plano lo uno y lo otro. Quien ha causado el desastre es quien debe expresar y dar pruebas objetivas de su arrepentimiento y conversión. No se puede exigir a quien ha sufrido, causándole mayor pesar en su conciencia, que sea ella quien tome la iniciativa. Lo mismo que la ley del talión fue abolida por Jesucristo, y siempre nos llamó al perdón generoso que sana y regenera, del mismo modo advierte de la condenación eterna para quien no se arrepiente y se obstina en su camino de odio y destrucción.
Ojalá que esta experiencia tan dolorosa de nuestra historia sea pronto superada, pero no olvidemos nunca que en ella no todos sus protagonistas han tenido igual responsabilidad.
Luis Alberto Loyo Martín
Deán y Párroco de la S.I. Catedral de Bilbao