Las palabras de Benedicto XVI en Beirut, el 16 de septiembre, pusieron el dedo en la llaga, al plantear la necesidad de la conversión personal para seguir a Cristo y servir a quienes nos rodean. Ante el Año de la fe, cada uno ha de comenzar por su propia conversión o «reconversión» (nunca es sólo un problema de «los otros», o de «los demás»). Pero, ¿cómo se hace eso de «convertirse» en la práctica?
El Papa evoca las preguntas de Jesús a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8, 27-29). Es un momento clave para plantearles esta cuestión, porque suben a Jerusalén, donde se cumplirán los acontecimientos de la pasión y la resurrección, y también nacerá la Iglesia.
Y ante esa pregunta, le responden, primero, con lo que dice la gente: unos, que Juan el Batista; otros, que Elías, o un profeta. Y, luego, Pedro: «Tú eres el Cristo».
Respuestas insuficientes
«También hoy –señala Benedicto XVI–, como a lo largo de los siglos, aquellos, que de una u otra manera, han encontrado a Jesús en su camino, ofrecen sus respuestas». Se trata, añade, de aproximaciones que pueden permitir encontrar el camino de la verdad. Pero,»aunque no sean necesariamente falsas, siguen siendo insuficientes, pues no llegan al corazón de la identidad de Jesús. Sólo quien se compromete a seguirlo en su camino, a vivir en comunión con él en la comunidad de los discípulos, puede tener un conocimiento verdadero».
La respuesta de Pedro en sí es correcta, observa el Papa. «Respuesta acertada sin duda alguna, pero aún insuficiente, puesto que Jesús advirtió la necesidad de precisarla». Y es que Jesús se daba cuenta de que la gente podría interpretarla mal,suscitando falsas esperanzas terrenas, al verle como un libertador humano.
Por eso Jesús les anuncia que deberá sufrir y morir antes de resucitar, para hacerles comprender quién es de verdad: «Un Mesías sufriente, un Mesías servidor, no un libertador político todopoderoso. Él es siervo obediente a la voluntad de su Padre hasta entregar su vida», como ya anunciaba el profeta Isaías al presentar la figura del siervo doliente. Que aceptar eso es difícil, lo muestra la «protesta» de Pedro, que merece una seria reprimenda del Maestro.
Seguir a Jesús significa renunciar a uno mismo
Por eso no hay que dar por supuesto, primero cada uno de nosotros, que de verdad comprendamos al Señor y estemos siguiéndole como él quiere. Así lo expresa Benedicto XVI: «Decidirse a seguir a Jesús es tomar su Cruz para acompañarle en su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de la gloria terrena, sino el que lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo y el Evangelio, para ganarla».
Y esto requiere «pegarse a él» hasta participar de su propia vida: «Optar por acompañar a Jesucristo, que se ha hecho siervo de todos, requiere una intimidad cada vez mayor con él, poniéndose a la escucha atenta de su Palabra, para descubrir en ella la inspiración de nuestras acciones». A los jóvenes, el día anterior, el Papa les había dicho que la fe requiere redescubrir los Evangelios, como también necesita de la oración, de los sacramentos y del estudio. Ahora destaca que la fe precisa esfuerzo y sacrificio, entrega y servicio a los demás.
Necesidad de la conversión y el servicio
Por si no quedaba claro, Benedicto XVI lo dice expresamente: «Al promulgar el Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre, he querido que todo fiel se comprometa de forma renovada en este camino de conversión del corazón». Dios manifiesta su amor en la debilidad de su Siervo, que se entrega por nosotros.
En la práctica, todo esto exige actos concretos, como señala el apóstol Santiago: «Yo con mis obras, te mostraré la fe» (St. 2,18). El servicio cristiano a los demás es lo que hace creíble la fe. En consecuencia, nueva evangelización quiere decir «hechos» de servicio en favor de los otros.
El Papa actual, que ha hecho de la caridad su emblema y propuesta decidida, lo señala inequívocamente: «El servicio es un elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (cf. Jn. 13,15-17)». Servir a todos, sin distinción, como lo ha hecho el Señor.
Benedicto XVI conoce muy bien el ambiente de nuestro mundo revuelto (no sólo de Oriente Medio). Y así añade: «Por tanto, en un mundo donde la violencia no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y la paz es una urgencia, para comprometerse en aras de una sociedad fraterna, para fomentar la comunión».
Ya se ve que la fe no es algo sólo para otros, los que dudan o los no creyentes. También, y en primer término, la conversión debe traducirse en servicio entre los cristianos. Nada se queda en pura teoría. Es fácil saber por dónde comenzar: «Éste es el espíritu que debe reinar entre todos los bautizados, en particular con un compromiso efectivo para con los pobres, los marginados y los que sufren, para salvaguardar la dignidad inalienable de cada persona».
P. Ramiro Pellitero
Publicado originalmente en Iglesia y Nueva Evangelización