Un amigo mío, subdirector de una fábrica, me dijo en cierta ocasión. Hay días, que llego a la fábrica, me cierro en mi despacho, advierto a mi secretaria que no estoy para nadie, y dedico un buen rato a pensar en los problemas de la fábrica. Creo que son los días que salgo más rentable a la fábrica. También los evangelios nos cuentan que Jesús se retiró al desierto para prepararse a su misión, como nos cuentan los sinópticos (Mt 4,1-2; Mc 1,12-13; Lc 4,1-2), o para pasar la noche en oración, y, en concreto se nos cuenta esto especialmente en dos ocasiones muy importantes: el nombramiento de los apóstoles (Lc 6,12-13) y en la víspera de la Pasión, en el Huerto de los Olivos (Mt 25,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,40-46). Creo que nos iría a todos mucho mejor, si cuando tenemos que tomar una decisión importante, nos sentásemos a reflexionar un rato, y, si somos creyentes, no nos vendría mal que a esa reflexión le uniésemos la oración.
En estos momentos de crisis, creo que padres y educadores debiéramos reflexionar un poco qué es lo que pretendemos con la educación, qué es lo que queremos inculcar a nuestros niños y adolescentes. La educación tiene mucho que ver con la salud de la Sociedad, pero sobre todo hemos de plantearnos la pregunta: ¿en qué consiste educar a un ser humano?
Para algunos, como pueden ser el PSOE e IU, la educación consiste en tener y gozar. No son tenidos en cuenta la educación de la personalidad moral, de los valores y de las actitudes humanas básicas. La ideología de género, la promiscuidad sexual, el no valorar en absoluto el esfuerzo y el sacrificio, el rechazo de toda memorización, el pase de curso en indebidas condiciones académicas, intentan crear una juventud que no piense, que procure seguir simplemente sus instintos, para que pueda ser una marioneta que otros puedan gobernar a su capricho. Así la Verdad es sustituida por la Opinión, la Belleza por la Apariencia y el Bien por el Interés.
En cambio la verdadera educación trata de conseguir que el educando sea persona. Parte de la convicción que la semilla del bien está presente en cada ser humano. La familia ayuda a que las personas desarrollen su libertad y responsabilidad, premisas indispensables para asumir cualquier tarea en la sociedad, así como los valores fundamentales que todos debemos asimilar, para poder ser ciudadanos libres, honestos y responsables. En cualquier fase el diálogo, es de modo creciente, la llave de la educación. En ella los educadores han de transmitir sentido y valores y los niños y adolescentes deben aprender a saber renunciar a deseos personales en aras de tales valores. Por eso, los padres deben poder saber exigir a sus hijos sacrificios y renuncias razonables, para que los hijos lleguen a comprender que los valores y orientaciones morales son vinculantes, y los acepten para orientar sus vidas. La educación debe enseñar a los educandos a crecer en su propia identidad para desarrollar el sentido de servicio a los demás, atreviéndonos a hacer el Bien. Y es que la pregunta clave, el meollo de la cuestión es para qué estamos aquí, el sentido de la vida. Y esa es una pregunta a las que los no creyentes no tienen contestación, porque como decía el filósofo francés Paul Ricoeur “lo propio del cristiano es la esperanza”.
Es preciso también que la Sociedad y el Estado protejan y favorezcan a la familia, y no, como sucede en España, que el Estado y las leyes sean su gran enemigo. Los padres tienen el derecho y el deber de buscar lo mejor para sus hijos, por lo que los padres cristianos deben impartir una educación religiosa y una formación moral a sus hijos, derecho que no puede ser cancelado por el Estado, antes bien, debe ser respetado y promovido. Es un deber primario, que la familia no puede descuidar o cancelar.
La familia vivida en clave cristiana, tiene una grandísima importancia para la Sociedad. Como Iglesia doméstica que es, no sólo en los momentos difíciles es un puerto de refugio para sus miembros, como vemos sucede actualmente en esta crisis, sino que es una luz que ilumina al mundo y le indica no sólo por donde no hay que ir, sino cuál es el camino para la realización personal. Y ese camino no es otro sino Jesucristo.
Pedro Trevijano, sacerdote