Acabo de regresar de un viaje a Rumanía con un grupo de sacerdotes. Indiscutiblemente, uno de las cosas que me han interesado ha sido el de la persecución religiosa en aquél país por los comunistas, donde hemos podido visitar la cárcel para prisioneros políticos de Sighet, ciudad de Transilvania, donde fueron encerrados al llegar el comunismo muchos dignatarios de todo el país. En Octubre-Noviembre de 1950 fueron llevados allí la mayor parte de los obispos y algunos sacerdotes grecocatólicos o de rito latino.
No hay que olvidar que la dominación comunista se mantuvo por el terror, la violencia y el crimen. Aunque su evolución haya sido diferente en los diversos países e incluso en los diversos períodos, el comunismo logró sobrevivir tanto tiempo gracias a la represión. Al no ser compatible con la libertad, el comunismo estableció el asesinato físico y moral como instrumento de su supervivencia. Según el propio primer ministro, el procomunista Petru Groza, en 1945, en los dos primeros meses de su gobierno, se detuvo a noventa mil personas. El número de detenidos políticos, según el estado actual de las investigaciones, parece ser oscila alrededor de seiscientos mil, naturalmente en numerosos campos de trabajos forzados. También fueron detenidos en 1948 numerosos obispos y sacerdotes grecocatólicos que se habían opuesto a su ingreso forzoso en la Iglesia Ortodoxa.
Volviendo a nuestra cárcel de Sighet: esta cárcel se consideraba “unidad de trabajo especial” conocida bajo el nombre de “la colonia Danubio”, pero era en realidad un lugar de exterminio para la alta sociedad del país y al mismo tiempo un lugar seguro, del que no se podía huir, encontrándose la frontera de la URSS a menos de dos kilómetros.
Los detenidos se encontraban en condiciones insanas, mal alimentados, sin calefacción, teniendo prohibido tumbarse de día en sus lechos, así como mirar por las ventanas. Las humillaciones y las burlas formaban parte de los programas.
Aunque el modo de llevar la lucha contra las Iglesias era distinto, el objetivo era siempre destruir la fe y sustituirla por el ateísmo materialista dialéctico. Para la Iglesia Ortodoxa, que tenía el status de Iglesia Nacional, se cambiaron en bastantes casos las altas jerarquías, siendo sustituidas por otras más obedientes al régimen. Algunos de ellos murieron en condiciones sospechosas, otros fueron arrestados y confinados en monasterios. Se calcula que unos dos mil sacerdotes fueron arrestados.
La Iglesia grecocatólica fue declarada ilegal e incorporada a la Iglesia Ortodoxa, cosa que sólo aceptaron un pequeño número de sacerdotes. Los obispos y sacerdotes que no aceptaron fueron confinados, encerrados en monasterios ortodoxos o enviados a Sighet u otros lugares de detención. Siete de los obispos que murieron en Sighet, entre ellos un cardenal in pectore, tienen bastante avanzada la causa de beatificación. La Iglesia continuó funcionando clandestinamente y muchos de sus sacerdotes fueron detenidos.
La Iglesia católica latina fue tolerada, pero no oficialmente reconocida. Tras el cierre de la Nunciatura, las iglesias fueron cerradas, hubo varios procesos políticos y varios sacerdotes condenados a muchos años de prisión, muriendo bastantes de ellos en la cárcel. Ya hay un obispo latino beatificado.
Los protestantes también fueron puestos bajo estricta vigilancia y perseguidos. Los comunistas no podían aceptar ninguna actividad religiosa de la que no tuvieran el control.
En las prisiones comunistas, el clero de todas las confesiones religiosas intentó proseguir su actividad, superando las barreras religiosas y la obstinación de sus carceleros. Los testimonios orales cuentan muchos casos de verdadera fraternidad ecuménica.
Hoy la cárcel de Sighet es un Museo Memorial dedicado a las Víctimas del Comunismo. La información contenida en este artículo se encuentra en el libro de Romulus Rusan “Chronologie et géographie de la repression communiste en Roumanie” y en las hojitas que podías coger en la visita a las diversas celdas de la cárcel. Aunque tal vez lo que más me impresionó de la visita fue ver una torre de vigilancia que recordaba demasiado físicamente a las torres de los campos de concentración nazis.
P. Pedro Trevijano, sacerdote