No hace mucho publiqué en InfoCatólica un artículo titulado “Nociones elementales sobre la Biblia”, en el que recordaba que la Biblia es palabra humana y mensaje de Dios.
Este segundo Domingo de Cuaresma la lectura del Antiguo Testamento narraba el sacrificio de Isaac, un texto al que muchas veces hemos hecho referencia para elogiar la fe y obediencia sin límites de Abrahán, capaz de sacrificar a su hijo, si Dios se lo pedía. Pero este texto nos muestra también otra cosa: el rechazo de Dios y de la religión hebrea a los sacrificios humanos, en un momento y región donde eran frecuentes. De hecho la propia Biblia nos cuenta en Jueces 11, el voto imprudente de Jefté, quien prometió a Dios que si ganaba una batalla, sacrificaría a la primera persona que lo felicitase, que resultó ser su propia única hija. La hija le pidió al padre dos meses para llorar su virginidad y el padre se los concedió. Pasados los dos meses la chica volvió y el padre la ejecutó, historia que me permitía bromear con mis alumnas adolescentes y decirles: “Esta sí era una chica obediente, no como vosotras”. Con la no muerte de Isaac empieza la larga lucha de Dios y de las religiones hebrea y cristiana contra los sacrificios humanos y la defensa de la vida.
En muchas religiones no cristianas siguieron existiendo los sacrificios humanos. Cuando Hernán Cortés conquistó Méjico, la rebelión de los aztecas que llevó a la Noche Triste fue originada porque los españoles prohibieron los sacrificios humanos. Pero también por ello muchas tribus indias, hartas de poner ellas las muy numerosas víctimas, apoyaron a Cortés en su lucha contra los aztecas.
Hoy ya no hablamos de sacrificios humanos, pero la realidad sigue existiendo. Si un cristiano, por ejemplo, visita La Meca o Medina, las ciudades santas del Islam, la pena es de muerte. Igualmente si un musulmán se hace cristiano o simplemente blasfema, aunque a veces, como es el caso de Asia Bibi, ni siquiera ha habido blasfemia,
Pero no se queden ustedes tranquilos, pensando que eso sólo sucede en países lejanos. Es cierto que en la mayor parte de los países occidentales la pena de muerte ha sido abolida, pero, ojo, eso sólo vale para los culpables. En España, sin ir más lejos, cada año más de cien mil inocentes son asesinados dentro del vientre de su madre, víctimas de esa religión llamada increencia y que, al menos en este caso, está al servicio del espíritu del mal, del demonio, para no andarnos con disimulos. Y eso sucede con la aprobación de nuestro Parlamento y de buena parte de nuestra clase política y de muchos ciudadanos de a pie, a quienes no les parece mal lo que simple y llanamente es un crimen abominable (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes nº 51).Y así como nos horrorizamos hoy de la mentalidad esclavista de los siglos XVIII y XIX, supongo que nuestros descendientes pensarán de nosotros: “fijaros si eran salvajes los hombres del siglo XXI, que admitían el aborto y hasta lo consideraban un derecho”.
P. Pedro Trevijano, sacerdote