No deja de sorprender que se venere como patrono de los periodistas a un obispo que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII. A primera vista, no parece que las relaciones entre ambos “gremios” pasen por su mejor momento. Para más inri, San Francisco de Sales pertenecía a la nobleza y la Iglesia lo ha declarado doctor. Además, la época a la que nos remontamos queda demasiado lejana en un mundo precisamente caracterizado por su apresuramiento y fugacidad como es el de los medios de comunicación social. ¿No sería bueno buscar a alguien más sencillo y actual, quizá más comunicativo, para proteger a los periodistas, en estos tiempos que corren? No tenemos aún santos usuarios de Facebook y Twitter ni de cosas por el estilo, pero sí que hay apóstoles de la comunicación de los tiempos (más) modernos…
Yendo a su vida, nuestro santo nació en 1567 en el castillo que su familia tenía en la Alta Saboya, y estudió en París y en Padua, doctorándose en Derecho civil y canónico, mientras su padre le iba allanando el camino del éxito, preparándole una buena biblioteca, unos importantes “enchufes” e incluso una novia. El chico, que salió rebelde en este sentido, resulta que descubrió su vocación sacerdotal, cosa que desilusionó a su anciano padre y dio al traste con sus sueños de grandeza. Porque la grandeza que el veinteañero Francisco era otra: la de la cruz de Jesús. Escribiría muchos años después que “el calvario es el monte de los amantes”.
Tras su ordenación, inició la vida sacerdotal en una misión ciertamente difícil, en una tierra calvinista (Chablais) y en un ambiente marcado por la violencia entre católicos y protestantes que había dado lugar a las llamadas “guerras de religión”. En el espacio de la confrontación, Francisco de Sales puso la mansedumbre de Cristo, el buen pastor, como su ideal existencia ministerial, y por la dulzura en el trato y en la predicación consiguió ganarse muchos corazones.
Como los protestantes, enemigos naturales entonces de los fieles a Roma, ni asomaban a escuchar en público al buen cura, ideó una nueva forma de apostolado, que resultó muy efectivo. Por las noches, a escondidas, metía por debajo de las puertas de las casas unas hojitas en las que exponía la doctrina. Ahí está la razón de su patronazgo. La Iglesia podría haberse contentado con nombrarlo protector de las miles de hojas y revistas parroquiales, diocesanas y de congregaciones religiosas… pero no, fue más allá, y lo nombró patrono de los periodistas. Y creo que con un gran acierto.
El párroco dulce, afable y austero fue nombrado después obispo de Ginebra, una gran ciudad, sí, pero precisamente la capital de la reforma de Juan Calvino. Allí fue un pastor entregado y cercano a los fieles, y se empeñó a fondo en la reforma de su diócesis. Lo mismo estaba con la alta sociedad que comía en las chozas de los pastores. Lo mismo predicaba en el púlpito catedralicio que confesaba largas horas, daba catequesis a los niños y dirigía espiritualmente a multitud de personas. Murió en Lyon, en la casita del hortelano de un monasterio, en 1622.
En unos lugares se dice que es patrono de los periodistas, y en otros se aclara que de los “periodistas católicos”. Qué quieren que les diga… Yo en este día felicito a todos los periodistas y comunicadores, porque lo considero modelo e intercesor por el gremio en su conjunto. Es más, su carácter profundamente humano lo hace cercano y actual para todo periodista, y por extensión, para toda persona. Una de sus grandes frases es ésta: “sobre todo, a mí me gustan estas tres virtudes insignificantes: la dulzura de corazón, la pobreza de espíritu y la sencillez de vida”.
No es casualidad que Juan Pablo II, en su exhortación Christifideles laici, señalara a San Francisco de Sales como un gran defensor de la santidad en todos los estados de vida, por “mundanos” o “alejados de lo sagrado” que parezcan (¿no habíamos quedado en que Cristo había asumido todo lo humano, excepto el pecado, en la encarnación?). Citaba el anterior Papa estas palabras del santo: “La devoción debe ser practicada en modo diverso por el hidalgo, por el artesano, por el sirviente, por el príncipe, por la viuda, por la mujer soltera y por la casada. (...) Es un error –mejor dicho, una herejía– pretender excluir el ejercicio de la devoción del ambiente militar, del taller de los artesanos, de la corte de los príncipes, de los hogares de los casados”.
Eso es lo que les deseo hoy a todos los periodistas, sean cristianos o no. Y no me resisto a mirar a nosotros, los ministros ordenados, para que aprendamos siempre dos cosas del santo obispo de Ginebra. La primera: la dulzura en nuestro trato con todos, lo que incluye con los profesionales de los medios de comunicación. La segunda: en este particular sector de los curas que nos dedicamos por encargo o por gusto al mundo de la comunicación –si bien es verdad que todo sacerdote y obispo es comunicador–, que no perdamos de vista que lo primero es lo primero. Y lo primero es, precisamente, ser buenos pastores como lo fue San Francisco de Sales, cercanos a las personas y preocupados por su bien. Hemos sido hechos sus siervos, nada más y nada menos. Feliz día.
P. Luis Santamaría del Río, sacerdote