Hace unos días una persona me preguntó que qué opinaba la Iglesia católica sobre el espiritismo y si le era lícito entrar en contacto con sus difuntos por ese medio. La respuesta a esta pregunta la tenemos en el “Catecismo de la Iglesia Católica”, que dice así:
“2116. Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (cf. Dt 18,10; Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ‘mediums’ encierran una voluntad de poder sobre el tiempo y la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios”
2117. Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo –aunque sea para procurar la salud–, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de la intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo indica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él”.
Podemos decir que éste es el pronunciamiento oficial de la Iglesia sobre estas cuestiones. Deuteronomio 18,10-14 condena enérgicamente y califica de abominaciones a las prácticas a las que hemos hecho referencia, mientras Jeremías 29,8 califica de mentirosos a los profetas y adivinos no enviados por Dios. Y es que en estas cuestiones es muy fácil que nos encontremos con intervenciones diabólicas o, seguramente con nucha más frecuencia, con fraudes.
En la línea de intervenciones diabólicas leo en el célebre libro de A. Trochu, “El cura de Ars”, lo siguiente: Un capitán del ejército pregunta al Cura de Ars si son verdad las historias sobre el diablo. El sacerdote le respondió: “Amigo mío, usted ya sabe algo de esto… Sin lo que hizo, no hubiera podido librarse”. Sus compañeros se dieron cuenta que el santo no hablaba por hablar y le interrogaron. Éste les dijo que había ido a varias sesiones espiritistas y “un día, dijo, al entrar en mi cuarto, sentí la impresión de que no me hallaba solo. Miro y rebusco por todas partes. Nada, al día siguiente lo mismo. Además, me parecía que una mano invisible me apretaba por la garganta. Yo tenía fe. Fui a buscar agua bendita a mi parroquia. Rocié la habitación con todos sus rincones, y, a partir de aquel momento, cesó toda impresión de una presencia extranatural. No dudo que el cura de Ars acaba de aludir a este incidente”.
De todas formas en la gran mayoría de los casos, nos movemos en el campo del fraude. De adolescente teníamos en casa varios volúmenes del libro “Los fraudes espiritistas” del jesuita Carlos María de Heredia. Este señor realizaba sesiones espiritistas muy completas, pero de las que advertía: “todo lo que van a ver, tiene truco”. Y en el libro “Le Spiritisme” de Y. Castellan de la colección Que sais-je?, recoge unas declaraciones de las hermanas Fox, iniciadoras del espiritismo moderno, en que reconocen haber engañado. Otra frase importante que encontramos en ese libro es: “todos los grandes mediums han engañado”.
La postura de la Iglesia Católica ya la hemos visto: hay mucho fraude, pero si hubiese intervenciones extranaturales, éstas sólo pueden provenir de espíritus malvados. Recuerdo lo que me dijo un jesuita, muy conocido parapsicólogo: “Diles a tus alumnos que no jueguen al juego de la ouija (güija), porque un amigo mío, un muy conocido psiquiatra, me dijo. ‘Estoy harto de tener mi consulta llena de adolescentes, como consecuencia del juego de la ouija’”.
Está claro por tanto que el espiritismo es una opción no lícita para un cristiano. Ello no significa sin embargo que piense que no es posible una relación entre nuestros difuntos y nosotros. Nosotros podemos y debemos ayudarles con nuestras oraciones, y ellos desde luego también nos ayudan con su oración de intercesión por nosotros.
Pedro Trevijano, sacerdote