A la actriz Paz Vega, que ha posado en porreta ante una imagen de la Virgen en una ermita de Gerena, la zahieren con el siguiente soniquete:
—¿A que no se atreve la actriz Paz Vega a posar desnuda en una mezquita?
Es un soniquete molestísimo y farisaico que se repite con escasas variantes, cada vez que alguien profiere una blasfemia o perpetra un sacrilegio, en las tertulietas en las que, pretendidamente, se defiende la fe católica. Pero reclamar a quien profiere una blasfemia o perpetra un sacrilegio en un templo católico que se atreva a hacer lo mismo en un templo musulmán sólo demuestra que quien lo reclama carece por completo del sentido de lo sagrado (exactamente igual que el blasfemo o el sacrílego), o bien que para él un templo católico y un templo musulmán valen lo mismo (esto es, nada). Por lo demás, el soniquete que en estos días se ha repetido para zaherir a la actriz Paz Vega elude el hecho fundamental, el quid de la cuestión, ante el cual el atrevimiento de la actriz Paz Vega, de los fotógrafos que la retrataron en porreta y del chocolatero alemán que encargó las fotografías resulta un elemento indiferente o baladí. Lo mismo da que la actriz Paz Vega, los fotógrafos que la retrataron y el chocolatero alemán sean los tipos más osados o pusilánimes del planeta, o que sean los más osados cuando se trata de profanar una ermita y los más pusilánimes cuando se trata de profanar una mezquita; el hecho fundamental es que, en una mezquita, la actriz Paz Vega no habría podido retratarse porque el celo de quienes la guardan lo habría impedido.
Si la actriz Paz Vega posó en porreta en una ermita de Gerena fue porque quienes la guardan le dieron permiso para hacerlo. Podría aducirse, en su descargo, que no podían imaginarse que la actriz iba a posar en porreta. Pero tampoco los mercaderes instalados en el templo de Jerusalén iban en porreta; y, sin embargo, Jesús se lo dejó muy clarito, mientras les zurraba la badana: “Quitad de aquí todo eso y no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación”. Los discípulos que vieron a Jesús liarse a zurriagazos con los mercaderes recordaron entonces las palabras del salmista: “El celo de tu casa me consume”. Y esto, el “celo” que debería consumirnos, es lo que los católicos hemos perdido: se empieza dejando que la gente entre en las iglesias como quien entra en una chocolatería, y se acaba dejando que las iglesias se empleen como estudio fotográfico para el calendario de un chocolatero alemán.
Después de todo, si un tío cualquiera puede pasearse por una iglesia en camiseta de tirantes y calzones de deporte, y hacerle fotos al Santísimo como podría hacérselas a un espantapájaros, ¿por qué no va a ponerse la actriz Paz Vega en porreta delante de una imagen de la Virgen? Hasta el comunicado que la Archidiócesis de Sevilla ha hecho público reprobando lo ocurrido demuestra que el celo ha dejado de consumirnos: se dice que las fotos de marras atentan contra los “sentimientos” de los fieles, hieren la “sensibilidad” de los devotos y contravienen la legislación canónica. Sentimientos, sensibilidades, legislaciones canónicas... jerga leguleya y sentimentaloide que elude el hecho fundamental, que es la ofensa inferida a Dios y a su Madre. Y es que, cuando deja de consumirnos el celo, es natural que la casa del Padre se convierta en casa de contratación. De este celo muerto o enfriado deberíamos examinarnos los católicos, antes de rasgarnos las vestiduras porque una actriz se quite las suyas en una iglesia; cosa que no podría haber hecho en una mezquita: no por falta de atrevimiento, sino porque el celo de quienes la guardan dignamente no le habría dado ocasión.
Juan Manuel de Prada
Publicado originalmente en el diario ABC