Los tres tipos de aborto que se están proponiendo para su despenalización en nuestro país son: la forma terapéutica, que busca privilegiar el derecho a la vida de la mujer cuando el embarazo la pone en riesgo vital, por lo que el aborto, la muerte del feto, sería tratamiento para ello; la forma eugenésica, que trata de establecer el derecho a no sufrir más con el feto enfermo, por lo que la solución sería abortar al tener la certeza de una patología incompatible con la vida; y la forma ética, que busca instituir el derecho al aborto para terminar con el dolor de la mujer embarazada producto de una violación.
Siempre hay un drama humano que toca la vida, especialmente la del feto -muere con el aborto-, para la mujer en cuanto madre, ya que se trata de un hijo vivo en su seno, sin perjuicio de las complicaciones, su evolución posterior o su procedencia. Corresponde hacerse la pregunta: ¿qué pasa con el ser de la mujer, con su conciencia, con su alma? Si la maternidad fuese un derecho otorgado, la persona no se vería afectada negativamente con el aborto, sino que se liberaría. En cambio, si la maternidad es una vocación, de algo inscrito en su naturaleza, la mujer-madre siempre se vería frustrada, algo esencial de ella no se realizaría, la persona quedaría herida de una manera muy íntima si la opción por la muerte del feto fuese la solución. La evidencia empírica y mi experiencia como obstetra confirman que la maternidad vivida como una vocación al servicio de la vida es capaz de encontrar siempre una respuesta que realiza a la mujer.
Cuando el embarazo pone en riesgo la vida de la madre, ésta se encuentra en un servicio de salud, es atendida por profesionales. Existe la certeza del diagnóstico, de su evolución y de su tratamiento, correspondiendo a una buena práctica médica realizar la intervención indicada de acuerdo a la patología y al respeto a la vida. Para el profesional y para el servicio clínico es evidente qué es lo que corresponde hacer cuando no quedan más alternativas para salvar la vida de la madre. Si la enfermedad no da tiempo para alcanzar la viabilidad fetal, también a la madre y su familia les queda la certeza y la tranquilidad de que se hizo lo mejor. Normalmente, si es posible, el feto tendrá atención de recién nacido, y su cuerpo se entregará a los familiares para ser despedido. Esta experiencia es vivida como un hijo que se murió después de haber intentado todo lo humanamente posible como equipo médico. Se salvó la vida que era posible salvar.
Lo descrito corresponde a la práctica actual de la medicina, no requiere ninguna normativa, ni menos una ley. Se trata de practicar una buena medicina. La confirmación empírica de esta afirmación se encuentra en la tasa por muerte materna en Chile: es la más baja de América Latina y ha mantenido su descenso en las últimas décadas aun siendo el aborto ilegal. En síntesis, la mujer se siente tratada y acompañada, valorada y respetada tanto ella como su hijo, sirviendo a la vida con los límites que tiene la medicina.
En Chile hay cerca de 500 casos anuales de embarazos con certeza de una patología grave del feto, incompatible con la vida. En cada caso, la mujer se encuentra en las manos de un profesional competente para diagnosticar, explicar el pronóstico y derivarla a un centro donde se le pueda dar el acompañamiento adecuado. Desde el momento de la sospecha de patología grave se inicia un camino doloroso, penoso y marcado por una serie de experiencias fuertes que requieren apoyo profesional calificado y humano. Para quienes hemos sido testigos de esta vivencia, aquí se expresa uno de los rasgos más propios de la maternidad: el servicio desinteresado por el más pequeño y débil. La madre se desvela por el hijo enfermo; mientras más desvalido, lo quiere más, saca lo mejor de sí, se sabe necesaria y esto la realiza; aunque tenga pena, cansancio, dolor, ella sabe que está dando lo mejor de sí: nadie conoce mejor y puede querer más al hijo que ella.
Esta es la dinámica del amor maternal. Aquí hay un hijo en gestación. El acompañarlo mientras viva, comunicarse con él mientras esté presente, recibirlo en las condiciones que nazca, acogerlo el poco tiempo que sobreviva, despedirlo como un hijo cuando muera, tienen un valor inapreciable de la incondicionalidad del amor materno, gratuidad del hijo, don de la vida en sí misma. Son experiencias dolorosas que enaltecen a la persona y ayudan a valorar más el don de la vida. En contraste, el aborto no alivia el dolor ni la pena, y cierra la posibilidad de que la madre y los familiares desarrollen un proceso digno y enaltecedor de la persona humana en situaciones extremas como estas, además de la carga moral que implica aunque sea legal.
Este es el argumento dado por muchas mujeres que habiendo podido abortar un embarazo resultado de una violación, no lo hicieron, y decidieron seguir adelante. Pueden tolerar vivir con la carga de la violación, de la cual fueron víctima, pero no podrían soportar el peso de un aborto del cual serían protagonistas, responsables de matar a un inocente. En esos momentos dramáticos en que el ser femenino ha sido atropellado, la naturaleza más auténtica de la mujer se manifiesta y opta por la vida, aún ante una posible adopción. La estrella que guía y permite superar el drama es esa esencia femenina, vocación maternal, servicio desinteresado por la vida, entrega generosa al más pequeño, al más débil, el donarse a sí misma para que otro tenga vida.
En ninguna de las situaciones expuestas se hace algo extraordinario, se fuerza una situación o se llama al heroísmo. Solo se establecen las condiciones para que surja lo más propio de la mujer y se exprese su identidad, lo que la distingue del varón y mejor la realiza: su vocación maternal.
Luis Jensen A.
Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.