Hace unos días, en una Conferencia oí la afirmación que con el relativismo no se puede educar. Me quedé un tanto sorprendido por la frase, pero cuanto más lo pienso, más creo que el ponente, don Benigno Blanco, tenía razón. Hoy hay sin embargo en España y en otros muchos países un gran arraigo de la concepción relativista que hace muy conveniente, por no decir necesario, reflexionar sobre este tema.
Tener ideas claras sobre lo que pretendemos del niño me parece fundamental para educarle. Si no sé lo que pretendo o lo que tengo que hacer es prácticamente imposible tener éxito. Hay que enseñar al niño, desde que es capaz de entenderlo, que el principal agente de su educación es él mismo. Los demás podemos orientarle, incluso acompañarle, indicándole que por tal camino no se va a ninguna parte y que, en cambio, ese otro tiene unos valores que pueden serle muy provechosos.
La postura relativista está muy bien expresada en dos famosas frases de Zapatero: “La Libertad os hará verdaderos”, que quiere ser una corrección de la afirmación de Jesucristo: “La Verdad os hará libres” (Jn, 8,32), y la segunda es cuando trató de negar la Ley Natural calificándola de reliquia ideológica y vestigio del pasado. Es una postura que intenta convencernos que no existen verdades absolutas, sino sólo relativas, lo cual es ciertamente falso, porque por ejemplo en todos los tiempos y en todas las civilizaciones hay que hacer el bien y evitar el mal, o el actuar contra la propia conciencia siempre estará mal, si bien hemos de preocuparnos de formarla.
“La Libertad os hará verdaderos” supone el deseo de una libertad ilimitada, o sea de poder obrar según el propio albedrío, desvinculado de toda norma. Ante la vida su lema es, como acaba de decir recientemente Sarkocy, vivir sin obligaciones y gozar sin trabas. Para algunos esta libertad ilimitada es además esencial para alcanzar la felicidad plena y verdadera. Según esta mentalidad, la dignidad de la persona humana exigiría que ella no deba aceptar ninguna norma que le venga impuesta desde fuera, sino que sea ella misma quien determine libre y autónomamente lo que considera justo y válido.
Pero si no hay una Verdad objetiva, si el bien y el mal son intercambiables, si somos incapaces de alcanzar la Verdad o ésta está totalmente supeditada a mí mismo, entonces resulta que cada uno de nosotros es su autoridad suprema y nos encontramos con la no existencia de reglas generales universalmente válidas, por lo que es fácil, al no haber un orden moral objetivo, el caer en las mayores aberraciones. Lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, quién puede vivir o a quien se pueda dar muerte, porque es un ser humano de categoría inferior, depende de mí y haré lo que quiero, porque soy yo quien lo decide. En pocas palabras haré lo que me parezca más conveniente, aunque ello me lleve a aplicar la ley del más fuerte. Las consecuencias para la convivencia son desastrosas.
Comprenderán ustedes que con esa total ausencia de criterios y valores morales no es posible la educación, y si educamos con esa falta de valores, lo lógico son las aberraciones de la legislación contra la familia y la vida o de la ideología de género.
Con la educación y la enseñanza lo que se pretende es que el educando pase de la completa dependencia del niño a la independencia libre y responsable del adulto. El niño viene al mundo para realizarse como persona. Educar es un gesto de amor que ayuda a desarrollar la personalidad para que pueda vivir su vida de la mejor manera posible, aunque es muy de desear que los educadores y sobre todo los padres, que son los máximos responsables, tengan desde el primer momento ideas claras sobre qué clase de personas quieren que sean sus hijos, ayudándoles a que puedan desarrollar su personalidad y a encontrar el sentido de la vida.
La educación debe consistir en estar bien formado en los diversos ámbitos de la vida, para ser una persona rica en valores, empezando por los simplemente humanos como ser una persona civilizada. Pero mucho más importantes son los valores del espíritu, que hacen referencia tanto a la voluntad como a la inteligencia: dominio de sí, honradez, laboriosidad, generosidad, bondad, cultura y muchos más. Nunca nos conformemos en ser como somos, sino intentemos siempre ser mejores por la fidelidad a la verdad.
El problema es cómo conseguirlo. Sepamos lo que pretendemos y suficiente personalidad como para saber defender nuestras ideas, aunque estemos contracorriente. Lo primero es tener una justa escala de valores, en la que ojalá ocupe un lugar importante la fe religiosa, el saber orientar nuestra vida hacia la Verdad, es decir hacia Dios.
P. Pedro Trevijano, sacerdote