¿Tradicionalista? Por supuesto
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¿Tradicionalista? Por supuesto

Desde hace ya varias décadas se viene aceptando, no sólo fuera sino también dentro de la Iglesia, la idea de que en el catolicismo existen dos extremos opuestos que deben ser evitados por igual: el tradicionalismo y el progresismo. Por lo general se da por hecho que ambos extremos están alejados de la verdadera ortodoxia y que el católico, por lo tanto, debe permanecer equidistante y observar escrupulosamente el adagio latino: in medio stat virtus. Es tentador para la mente aceptar un esquema tan simplificado de la compleja situación por la que pasa la religión católica en nuestros días, reducirlo todo a dos errores antagónicos y sugerir a los fieles que basta con evitarlos a ambos para ser un buen seguidor de Cristo. Sin embargo, ese esquema tiene un pequeño defecto: es completamente falso.

Para empezar, ¿qué significa tradicionalismo y qué significa progresismo? Por supuesto que las definiciones pueden variar dependiendo de la postura que previamente haya asumido cada uno, que cada parte intentará definir a la otra lo más negativamente posible y deslizar un juicio de valor desde el principio, pero no creo que se me pueda acusar de introducir una definición capciosa si afirmo que, al menos en el contexto teológico que estamos considerando, el tradicionalismo es la corriente católica que pone el énfasis en la Tradición, y el progresismo la corriente católica que pone el énfasis en el Progreso. No se me ocurre forma más imparcial y equitativa de definir estas dos corrientes, y de hecho creo que sólo quien no esté de acuerdo con las consecuencias que voy a extraer de dichas definiciones podría poner reparos a posteriori.

Puesto que una de esas corrientes pone el énfasis en la Tradición y la otra en el Progreso, y eso resulta tan esencial que ambas corrientes han quedado determinadas nominalmente por ese hecho, habrá que saber a su vez qué significa aquello en lo que cada una pone el énfasis.

¿Qué es la Tradición? En la religión católica la Tradición es, junto a la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, una de las fuentes de la Revelación. Se trata de la serie de verdades transmitidas oralmente por Jesús a los apóstoles, por los apóstoles a sus sucesores, por estos a los siguientes y así ininterrumpidamente hasta el día de hoy, de modo que esas verdades fueron poco a poco impregnando los dogmas y la doctrina de la Iglesia católica, definiendo la creencia de los fieles y sirviendo de criterio para interpretar las Escrituras. Que hay una enseñanza transmitida de Jesús a los apóstoles que no quedó fijada por escrito es algo de lo que algunos apóstoles dejaron constancia por escrito. San Juan afirma que Jesús hizo muchas cosas que los apóstoles vieron pero no escribieron (Jn 20,30-31), y san Lucas cuenta cómo Jesús les abrió el entendimiento para que pudieran comprender las Escrituras (Lc 24, 45-47), aunque no revela qué les dijo exactamente. Por otra parte, que hay una enseñanza transmitida de los apóstoles a sus sucesores que no quedó fijada por escrito es algo que también podemos leer en el Nuevo Testamento. San Pablo escribe: «Manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros de viva voz o por carta» (2 Tes 2,15), y en otro lugar: «Ten por norma las palabras sanas que oíste de mí: conserva el buen depósito» (2 Tim 1,13). Por su parte, san Juan el Evangelista también alude a las enseñanzas orales: «Aunque tengo muchas cosas que escribiros, prefiero no hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a veros y hablaros de viva voz» (2 Jn 12).

De esta manera se nos transmite por escrito que la escritura no es la única manera en que se transmiten las enseñanzas de Jesús, y que sólo en la Iglesia católica, a la que pertenecían los apóstoles y aquellos cristianos que recibían las cartas de san Pablo y san Juan, es la legítima depositaria y transmisora de esa «viva voz». La Tradición no es, pues, un mero complemento, un pasatiempo para teólogos eruditos que los demás, los católicos «prácticos», pueden ignorar sin mayor inconveniente, sino algo consustancial a la religión católica, puesto que contiene lo que Dios ha querido comunicarnos a todos para alcanzar la unión con Él y lograr nuestra salvación.

Pasemos ahora al otro término que da nombre a la corriente opuesta. ¿Qué es el Progreso? Es una doctrina filosófica y política concebida por la Ilustración, abanderada por la Revolución Francesa e integrada en varias doctrinas subsidiarias como el positivismo de Auguste Comte o el socialismo en casi todas sus vertientes. Desde una visión radicalmente antropocéntrica e inmanente del universo, el Progreso anuncia la instauración de un paraíso terrenal que surgirá gracias al despliegue paulatino pero ineludible de la razón y la libertad humanas. Dios y la religión forman parte de una etapa de la Humanidad ya superada en la evolución histórico-universal, son meras supersticiones típicas de la infancia de la civilización. El hombre es su propio telos ysu propia providencia, el profeta y el mesías, el sacerdote y aquello que predica. Esto implica que no existen valores morales permanentes, que lo que es bueno mañana puede ser malo, y viceversa, ya que si el ser humano ha creado la noción de bien también puede modificarla a su antojo para justificar cualquier cambio y así catalogarlo como avance. Porque lo característico del Progreso, su rasgo distintivo, es que no toma el bien como criterio para saber si algo es un avance, sino que toma como criterio el avance para saber si algo está bien. ¿Y qué es un avance? Cualquier cambio con respecto al pasado, sobre todo si va en contra de la moral cristiana. ¿Matar a un niño en el vientre de su madre se consideraba pecado? Luego legalizar el aborto es un avance. ¿Era pecado el acto homosexual? Luego es un avance normalizarlo y promoverlo. ¿Se consideraba sagrada la inocencia de los niños? Pues no se hable más, tiene que ser un avance llenar su cabeza de obscenidades lo más pronto posible.

Ya se considere, por lo tanto, desde el punto de vista de su etiología o de sus consecuencias históricas, el Progreso es una doctrina atea y relativista que concede a la Humanidad una plena autarquía, que surge con la secularización y a la vez la consolida, y que ha sido asumida por la flor y nata de los enemigos del cristianismo, desde Voltaire y Diderot hasta George Soros.

Una vez definidos los dos términos que sirven para designar ambas corrientes, la idea de que hay que permanecer equidistante y rechazarlas por igual cae por su propio peso. Puesto que es la propia Iglesia católica la que pone énfasis en la Tradición, la que desde el principio afirma poseerla y transmitirla a los fieles, la que declara que es una de las fuentes de la Revelación, resulta que ser católico es por definición ser un tradicionalista. En cambio, puesto que el Progreso es una doctrina totalmente incompatible con la religión católica, que se opone a sus dogmas y que promueve como virtud lo que la Iglesia condena como pecado, resulta que «católico progresista» es un oxímoron y cualquiera que se defina así un incoherente, por no decir otra cosa.

No estoy hablando aquí de los posibles errores que puedan cometer quienes se autodenominan «tradicionalistas». Por supuesto que algunos de ellos podrán excederse en las formas, tergiversar el contenido o aplicarlo mal a ciertas circunstancias, pero en ese caso su error no se deberá al hecho de que defiendan o pongan el acento en la Tradición, pues ya hemos aclarado que eso es algo inherente a la religión católica. En este caso aplicaría la antigua fórmula jurídica: abusus non tollit usum. En cambio, el hecho de que alguien sea o se llame «católico progresista» es ya un error en sí mismo, pues está uniendo dos creencias antitéticas e irreconciliables. En este caso no puede decirse que se aplica erróneamente un principio verdadero, sino que el principio mismo es falso y conduce necesariamente a un error. Un católico progresista llegará inevitablemente a encrucijadas morales en las que deberá elegir entre una de las dos creencias, decidirse entre la religión católica o el progresismo. ¿Está en contra del aborto? Entonces no es progresista. ¿Está a favor? Entonces no es católico. Esta encrucijada aparecerá ante él a cada instante y con ocasión de los debates sociales más variados, y basta con que en una sola de esas ocasiones no se decida por la religión católica para dejar de pertencer a ella, ya que toda la doctrina moral de la Iglesia forma una unidad.

Me parece que con lo escrito hasta aquí queda suficientemente demostrado que el tradicionalismo es algo constitutivo de la religión católica y que el progresismo es algo incompatible con ella. Pero queda una última cuestión por aclarar. ¿Quiénes son los interesados en presentar ambas corrientes como dos extremos igualmente erróneos y en convencer a los católicos de que deben adoptar una postura equidistante? Son precisamente los enemigos progresistas de la Iglesia. Esto puede parecer paradójico en un primer momento, casi contradictorio. ¿Por qué los progresistas estarían interesados en que los católicos rechazaran el progresismo tanto como el tradicionalismo? Esto se comprende mejor cuando se tiene en cuenta que un católico no puede alejarse de la Tradición sin entrar de lleno en el Progreso, por mucho que crea estar situado a igual distancia de ambos, y por lo tanto es una victoria para los enemigos de la Iglesia el solo hecho de que el católico repudie el extremo del progresismo, siempre y cuando repudie también el extremo del tradicionalismo, pues así, en el fondo, el católico ya se ha convertido en un progresista.

Para convencer a algunos católicos de adoptar posturas progresistas y contrarias a la Tradición, la táctica es la siguiente: se cataloga como «progresista» sólo la postura más radical, aquella que los enemigos internos de la Iglesia católica saben que los fieles todavía no pueden aceptar, y entonces se les exhorta a que no caigan en ese extremo ni en el de la Tradición, de modo que los católicos ingenuos se refugian en un ficticio término medio, que es en realidad el punto progresista en el que se les deseaba colocar desde el principio. Tenemos un ejemplo bastante reciente de esta táctica. Como sabemos, la Tradición afirma, junto a las Escrituras, que el acto homosexual es un pecado nefando contrario a la ley natural. ¿Cómo conseguir que algunos católicos renuncien a esta doctrina moral? Muy sencillo. Se afirma que el ala progresista de la Iglesia quiere permitir el matrimonio homosexual, mientras que el ala tradicionalista se opone radicalmente, y entonces se ofrece el término medio: bendecir a parejas homosexuales. En realidad esta bendición era el objetivo desde el primer momento, lo que se pretendía que los fieles aceptaran sin oponer demasiada resistencia, pero había que presentarlo como una postura equilibrada. Y funciona. Muchos católicos que hasta hace poco se habrían escandalizado si alguien les hubiera hablado de bendecir a parejas homosexuales, lo aceptan ahora como una solución intermedia, totalmente convencidos de que han esquivado los extremos. Más adelante, cuando los enemigos internos de la Iglesia crean que ha llegado la hora de que los católicos acepten el matrimonio homosexual, lo harán proponiéndolo como término medio entre la Tradición y otro extremo más radical al que llamarán progresista. Y así sucesivamente.

Para evitar esta deriva hacia el relativismo del Progreso, es imprescindible que los católicos acomplejados abandonen esa actitud que les lleva a renegar de la Tradición y, en consecuencia, de su propia religión. Deben perder el miedo a ser excluidos por el mundo moderno, o mejor, deben sentirse honrados por ello, pues ser excluido es la única forma de ser católico en medio de una apostasía general. El anticristianismo se aprovecha de la natural propensión del hombre a querer ser aceptado por su tiempo para así hacerle abjurar de algunas verdades eternas bajo pena de lesa modernidad, y de ese modo llega poco a poco a indisponerlo contra la propia Tradición, que es el canal a través del cual el hombre recibe esas verdades eternas. Así es como se ha logrado que el adjetivo «tradicionalista» adquiera una connotación peyorativa incluso entre personas que se definen a sí mismas como católicas. Para contrarrestar esta tendencia es importante, casi diría necesario, que el hombre que hoy se declara católico añada también que es tradicionalista, que lo recuerde una y otra vez hasta que la indisociabilidad de ambos adjetivos vuelva a recuperar su primitiva obviedad. Si Dios quiere, llegará el día en que vuelva a ser una redundancia.

 

8 comentarios

LJ
A veces lo que uno se piensa es cómo se puede estar en comunión con obispos como los alemanes, o muchos otros, que dicen herejías del tamaño de una casa.
Y ¿cómo no son corregidos?
Cómo nadie los corrige... Quién tendría que corregirlos, de 20, 30 o 200 casos de herejía formal pública.
Ahora cuánto vale un pronunciamiento disciplinar efectivo que sí haga alguien que, por otros lados, se niega a expresarse ante hechos y declaraciones que claman al Cielo por una corrección.
Se me hace que vale como la higuera estéril.
26/07/25 2:44 PM
María de África
Ha llegado el momento de que las personas tradicionales se definan como tales sin miedo a los insultos. El progresismo muda, pero la tradición es eterna.
La abundancia de insultos, tales como facha o ultracatólico, ha metido hasta el tuétano el miedo de ser denominado de estas maneras, pero ya no cuela.
El Catolicismo sin Tradición no es nada y el olvido de ella lleva a la apostasía implícita.
No se trata de la posibilidad de dos visiones de la Iglesia porque ésta no puede cortar con su raíz, que es Jesucristo, eso nos lleva a una continuidad, no a una ruptura, y, por lo tanto los católicos seremos vistos siempre como fachas desde fuera, de manera que hay que aceptar que así será sin ningún miedo. Por supuesto es una visión deliberadamente distorsionada, pero es la que nuestros enemigos van a manejar nos guste o no.
Recuerdo a Theodor Haecker, en prisión domiciliaria, que, en su "Diario del día y de la noche", decía: "Alemania ha apostatado", refiriéndose a que el influjo del nazismo había cortado los hilos que unían a los católicos con la Tradición y, aunque formalmente nadie les hubiera pedido tal cosa, el resultado fue que todos los que no hicieron o dijeron algo en aquella situación de alguna manera habían traicionado su Fe.
El Catolicismo siempre ha sabido que tenemos enemigos, ahora se intenta decir que no evitando emplear esa palabra, pero esa es una trampa más en la que caemos por miedo a no estar en el mundo tal como el mundo nos pide,
26/07/25 2:50 PM
Milton
Aquí en este portal hay un sacerdote que habla del punto medio para evitar extremos y es Fray Nelson.
Sería bueno que leyera este post
26/07/25 6:29 PM
Federico Ma.
El Magisterio de la Iglesia NO es una fuente de la Revelación sobrenatural.
26/07/25 7:54 PM
María de África
Milton: Me temo que la Fe no admite puntos medios: "Señor, yo creo, pero aumenta mi Fe", sería una petición absurda desde el punto medio porque lo que estás pidiendo es, precisamente, un plus. El punto medio aristotélico se aplica a otras cosas, pero no rige en el caso de las Virtudes Teologales. Si abandonas la Tradición para colocarte en un supuesto punto medio te estás colocando en una posición imposible de mantener que, además, si fuera posible, lo sería para personas muy determinadas, pero no para la mayoría de los cristianos que acabarían por aceptar lo más fácil y lo más fácil siempre es seguir la corriente dándote innumerables razones de tipo práctico para justificarte.
26/07/25 8:06 PM
Damaso
Porque no sois ni fríos,no calientes os escupiré de mi boca.
26/07/25 9:16 PM
Federico Ma.
El Magisterio de la Iglesia NO es una fuente de la Revelación sobrenatural.
26/07/25 9:42 PM
Josep
sin extremismos.
26/07/25 10:43 PM

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