A veces te obligan a callar, como le ha sucedido a la web del Vaticano,  el mismo día en que el Papa había tratado sobre el silencio. Pero el  silencio y la palabra reflejan dos polos esenciales de la vida humana:  la interioridad y la realidad externa, el “dentro” y el “fuera”, que se  despiertan y alimentan mutuamente. Así, según Romano Guardini, una  persona madura sería aquella “en cuya vida estos dos polos producen  efectos en relación correcta; que no se pierde fuera ni se enreda  dentro; sino en cuya vida, más bien, ambos dominios se determinan y  completan mutuamente en equilibrio”. 
 
      Pero esto, observa, no es lo que suele pasar, pues apenas hay  tiempo para asimilar las informaciones que nos llegan, ¡decía este autor  en los años 50 del pasado siglo! No digamos hoy, con las nuevas  tecnologías. Se ha hecho aún más difícil tener convicciones y opiniones  propias.
 
 
 El silencio, los demás y Dios
 
                 Sin embargo, aunque, parezca paradójico, la relación con los demás depende  en gran parte de la capacidad de concentración. Sigue explicando  Guardini. Quien no se concentra, está “disperso”, y tiende a usar las  personas como cosas, como llaves para sus finalidades o intereses  propios, como productos de consumo. Es la diferencia entre contemplar  una obra de arte o interesarse sólo por su precio de mercado. Y lo mismo  con la naturaleza: es distinta la mirada de quien contempla en un árbol  su propio misterio de la vida enraizada en un lugar de la tierra, que  se abre al espacio y al cielo, respecto de la mirada del tratante de  madera. Y así sucede también con las ciudades y el turismo. 
 
                 Señala Guardini que esto repercute también en la relación del creyente con Dios. Hay  que saber escucharle, porque de otra manera no se le podrá obedecer  (ob-audire) con total dignidad y autenticidad, tomando las decisiones  correctas de acuerdo con la conciencia, donde resuena la voz de Dios. 
 
      Así es, y cabría concretar esa observación aportando un dato de la  experiencia: es muy conveniente marcarse un rato diario, aunque sólo sea  un cuarto de hora, para dialogar con Dios y escuchar a Dios, en la  propia habitación o en una iglesia tranquila. En esto se puede valorar  el consejo de otras personas con experiencia y también la ayuda de  algunos libros. La concentración, sobre todo para hablar con Dios, no es  algo exclusivo de monjes y ermitaños. También es necesaria para la  gente “de la calle”: quien no ejercita su musculatura se atrofia, y así  también con la vida interior. Quien no desconecta de la televisión o de  la música corre el peligro de quedarse sin interioridad, sin capacidad  de concentración. Y estar consigo mismo se le puede hacer insoportable. 
 
 
 Silencio y palabra
   
       El ilustre educador completa su análisis sobre el valor de la  concentración, acudiendo a la polaridad entre silencio y palabra. El  silencio no es sólo que no se diga nada y no se oiga nada. También los  animales son capaces de esto. Pero sólo el hombre es capaz de callar.  Dice Guardini: “sólo puede hablar con pleno sentido quien también puede  callar”. Hoy tenemos máquinas que hablan, pero propiamente no pueden  callar, sólo se quedan como muertas. El silencio es propio del hombre.  Pero dominar el silencio es parte del dominio de sí, y por eso es una  virtud.
 
      Y es que, entiende nuestro autor, hay cosas que se estropean si se  sacan fuera de uno mismo. Lo mejor es guardarlas para quien pueda  comprenderlas, o incluso guardarlas del todo, porque no se pueden  expresar con palabras  Así para empezar, “sólo en el silencio tiene  lugar el propio conocimiento”, el conocimiento de sí. Y el silencio es  también necesario en la relación con los demás porque se trata de dar  algo de uno mismo (algo de ayuda, de compañía), y no meras palabras. 
 
                 Como acontece con todas las virtudes, también para el  silencio hay personas más predispuestas, pero es importante para todos  aprender a callar. No sólo porque se gana mucho diciendo menos  tonterías; sino porque, sostiene Guardini, “hay que aprender el silencio  interior: el aguardar tranquilo ante una cuestión grave, un deber  importante, el pensamiento sobre una persona que nos interesa”.  Menciona, al llegar este punto, a San Agustín con su libro "Las  Confesiones", testimonio de ese mundo interior que una persona puede  tener, si lo cultiva.
 
                  Evocando a la Biblia, Guardini dice que Dios es una  infinita calma y silencio que todo lo contiene (se revela no en el  huracán ni en el fuego sino en la brisa, como comprobó el profeta  Elías). Y su Palabra eterna, según el Evangelio de San Juan, se ha hecho  carne, se ha hecho hombre, ha salido del silencio para manifestarnos su  amor.
 
 
 Silencio, comunicación y evangelización
 
                 En su mensaje para la 46 Jornada mundial de las comunicaciones sociales,  apunta Benedicto XVI que “el silencio es parte integrante de la  comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido“. Y  teniendo en cuenta la extensión actual de la Red, llena de preguntas  sobre el sentido de la existencia humana, propone fomentar  “un  ‘ecosistema’ que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”.  (Silencio y Palabra: camino de evangelización, 24-I-2012). 
 
      Explica el Papa que el Dios de la revelación bíblica habla también  sin palabras, en el misterio de su silencio, sobre todo en la cruz de  Cristo y en las horas de su sepulcro. En la oración y en la  contemplación silenciosa, nosotros también hemos de redescubrir su Amor y  el amor al prójimo, “para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo,  su Mensaje de vida, su don de amor total que salva”. Por eso, afirma,  “de esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la misión”.
 
 
 Silencio y oración
 
      De hecho, la dinámica de la palabra y el silencio marca toda la  oración de Jesús en su vida terrena, como ha expuesto Benedicto XVI en  su audiencia del 7 de marzo.  Y debe marcar nuestra oración, en dos direcciones. Primera, por la  necesidad de redescubrir el valor de nuestro silencio y el recogimiento  para comprender los misterios de Cristo, siguiendo el ejemplo de María  (cf. Exhort. Verbum Domini, n. 21). Sin el silencio no se puede  escuchar la Palabra, y esto vale para la oración (como se ve en la vida  de Jesús) y para la liturgia. Además está el silencio de Dios, que no  debe desconcertarnos, porque Él nos conoce mejor que nosotros mismos y  nos ama, y sabe muy bien lo que necesitamos (cf. Mt 6, 7-8). 
 
      Concluye el Papa sus reflexiones sobre la oración de Jesús  subrayando que ella nos enseña a detenernos también en nuestra oración,  para ir a las raíces que sostienen nuestra vida, especialmente ante las  dificultades; para decir que “sí” a la voluntad del Padre; para  encontrar siempre el amor de Dios que se ha manifestado en Cristo. 
 
      Aprender a comunicar implica aprender a hablar, y por tanto a  escuchar y contemplar. Cuanto más importante y necesaria es la palabra,  más importantes y necesarios son la concentración y el silencio.
P. Ramiro Pellitero, sacerdote
Publicado originalmente en Iglesia y Nueva Evangelizacion
 
             
   
 
	  
 
	  
 
	  
 
	  
         
             
             
             
         
 
           
 
         
 
        





 
		   
	   
	  