Si cada persona, cada alma, es un universo, un hospital, como mínimo, es una galaxia. Médicos; pacientes y sus seres queridos; auxiliares, administrativos y hasta circunstanciales proveedores están allí especialmente sensibilizados. Hay de todo: creyentes, indiferentes, rebeldes y hasta irreverentes... ¡Todos, por supuesto, son tierra de misión! ¡Para cada uno de ellos, el Señor tiene sus manos tendidas!
Esta mañana, al ingresar, tuve un disgusto: una empleada administrativa me reprochó haber corrido de lugar una mesa --a la que, obligados por las limitaciones, debemos usar como improvisado altar-; y haber rayado el piso de plástico. Y me advirtió que no lo hiciera más. Callé, prometí no repetirlo - ¡allí soy «visitante! -, y como de costumbre, me dispuse para los otros hijos que Dios pusiese en mi camino. Mientras subía las escaleras, pensé: Un mal comienzo, tal vez me conduzca a un buen final. Quizá hoy inicio y conclusión sean distintos … ¡Me quedé corto con las expectativas!
Apenas subidos un par de peldaños, me encontré con Juan Ramón, un joven y brillante infectólogo; que no sólo no esconde su fe, sino que la muestra todo el tiempo, incluso con el Crucifijo, bien visible, sobre su cuello:
-- ¡Hijo! ¡Qué alegría encontrarte! ¡Que el Señor te colme de su Paz!
-- ¡Gracias, padre! ¡Sí, Él me da siempre su paz, especialmente en los momentos más difíciles! ¡Y, por supuesto, la Virgen, la Reina de la Paz, todo el tiempo me brinda su ternura!
-- ¡Felicitaciones! Y recuerda que el «globalismo» es el peor de todos los virus… Y que inventa «virus» y genera pavura para eliminar personas, y dominar a las que sobreviven…
Sonrisa cómplice, guiño de aprobación, y un remate a la altura de sus convicciones y talento: ¡Pero «de Dios nadie se burla» (Ga 6, 7), padre! Bendición, regalo de estampita y palmada de despedida. Y a seguir rumbo…
Unos escalones más arriba me encontré con Roberto, un reconocido pediatra, hoy creyente; que, por haber estado mucho tiempo lejos de la Iglesia, valora muy bien todo lo que ahora tiene en Casa.
-- Sí, padre. Yo, durante años, fui lo que hoy se denomina un «ateo militante». Llegué del interior, a la gran ciudad, y en la Facultad me llenaron de odio «contra los curas»; un literal lavado de cerebro. ¡Lo que son los caminos de Dios! Cuando mi mamá cumplió sesenta años le regalé una edición bilingüe (español -- francés) de «El Principito», de Antoine de Saint-Exupéry. Su lectura me permitió reencontrarme con el Amor de Dios; que es el único que puede inspirar el verdadero amor humano, la amistad y la lealtad. Nuestra Madre del Cielo, con un obsequio para mi mamá, permitió el mejor reencuentro con el Divino Hijo.
Silencio intenso en ambos. Antes del «hasta luego», la Providencia hizo que, de mi bolsa de rosarios, estampas, medallas; oraciones y artículos, saliera para obsequiarle «Retrato de una Madre», del recordado obispo chileno, Monseñor Ramón Ángel Jara (1852 -- 1917):
Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que, siendo joven tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud; la mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños; una mujer que siendo rica, daría con gusto su tesoro para no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que siendo débil se reviste a veces con la bravura del león; una mujer que mientras vive no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero que después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus latidos. De esa mujer no me exijas el nombre si no quieres que empape de lágrimas vuestro álbum, porque yo la vi pasar en mi camino. Cuando crezcan vuestros hijos, léanles esta página, y ellos, cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde viajero, en pago del suntuoso hospedaje recibido, ha dejado aquí para vosotros y para ellos, un boceto del Retrato de su madre.
Mientras leía en voz alta la bella reflexión, el rostro curtido de Roberto se vio surcado por gruesas lágrimas. Al final, me abrazó, y lleno de gratitud, exclamó: ¡Vio, padre, la Madre sostiene a todas las madres! ¡El Señor nos cura con las manos de la Virgen! Despedida, y esperanza de un nuevo encuentro. A pocos pasos otro profesional quería conversar con un servidor.
Lautaro, joven y talentoso cirujano, es también un católico militante; que busca crecer, diariamente, en su entrega y compromiso. Fue, en su hora, activo participante de grupos juveniles; pero, gracias a Dios, no se quedó en una fe superficial y sensiblera, como suele haber en algunos de ellos. Por el contrario, a medida que avanzaba en su carrera, siguió profundizando en sus conocimientos teológicos; para poder dar, en todo tiempo, razones de la Esperanza que hay en nosotros (1 Pe 3, 15). Y, así, muestra todo su fervor, y toda su inteligencia, iluminados por la Gracia.
-- ¡Padre, me lo puso Dios en el camino! ¿Podría ir a rezar a la habitación de Valeria, una joven que se encuentra en fase terminal?
-- Por supuesto, hijo. ¡Para servirte! ¿Vienes conmigo?
Mientras bajábamos las escaleras siguió contándome todo lo que la fe es para él. Y cómo, aun en circunstancias dramáticas, el Señor muestra siempre sus maravillas. Llegamos hasta la joven. Como hago siempre en estos casos, invito al médico, o al auxiliar, a que se quede a rezar. A veces pueden, a veces no. Él lo hizo con gusto. Le di a la joven madre --que estaba acompañada por dos de sus hijos- la Unción de los Enfermos. Y, al concluir, cantamos «Oh María, Madre mía, oh consuelo del mortal…» Valeria se estremeció. Sabe que está en sus horas finales; que el Señor le dio la gracia de auxiliarla con los Santos Sacramentos, y que nuestra Madre Santísima la aguarda para ayudarla en su partida.
Lautaro, en la despedida, exclamó: ¡Nuestra Madre siempre está! ¡Gracias, Señor, por haberla hecho Puerta del Cielo! Felicitaciones de este cura a su fervoroso hijo, y abrazo de despedida.
El mediodía platense me encontró en rauda marcha para ir a celebrar la Santa Misa en una parroquia. Allí me esperaba un Altar verdadero; en donde el Señor del Cielo y de la Tierra volvería a entregarse por nosotros. Y a recordarnos que solo siendo hijos en el Hijo podemos disfrutar de la Buena Madre. ¡Gracias, Señor, por haberme participado tu Sacerdocio! Y por enseñarme, todo el tiempo, que las piedras del camino siempre sirven para seguir escalando hacia tu Amor…
+ Pater Christian Viña
La Plata, miércoles 30 de julio de 2025.
San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la Iglesia.
Mes de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. -