Cada Primer Viernes de mes, para un servidor, trae un renovado encuentro con el Sagrado Corazón de Jesús. Desde muy pequeño, en los años sesenta del siglo pasado, aquellos beneméritos Padres Bayoneses, del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, de mi Rosario natal, encendieron en mí –y en tantísimas otras almas- la llama de ese Horno ardiente de Caridad; que ningún tornado, de cualquier rebeldía, pudo apagar. Incluso en los años de mi primera juventud, en los que tan lejos estuve de Dios y, más aún, de su Iglesia, sentía en jornadas como éstas la herida de una pérdida, que no quería sanar. El Señor, con eterna paciencia, me esperó. ¡Quién hubiera dicho en aquel tiempo, de periodismo, fama y dinero seductores, que ese adolescente renegado llegaría a ser Sacerdote! Y “devotísimo del Sagrado Corazón de Jesús”, como siempre me recuerda un querido hermano Sacerdote; al evocar nuestro primer encuentro, hace casi tres lustros, en el Seminario.
Sí, en aquellos años infantiles, la figura de los padres Juan Lartigau, Ángel Bernasconi, Juan Peyroutet, Basilio Barriuso y de los Hermanos Juan Casaubón, y Leopoldo, entre otros religiosos, me mostraron, de manera espléndida, cómo reflejan la Luz del Señor consagrados llenos de Cristo. Pero el que más me marcó –y, de hecho, desde entonces es insustituible referente en mi vocación sacerdotal- fue el padre Domingo Cuasante. Cada Primer Viernes de mes él celebraba la Santa Misa para toda la primaria; y llegaba a tener casi veinte monaguillos, invariablemente con sotana roja y roquete. Era un honor servir al Altar, junto al inolvidable cura español; quien, como regalo extra, concluido el Santo Sacrificio, y después de una vibrante arenga sobre el Señor y su amadísima Iglesia, nos regalaba su famoso “recreo largo”. Sin límite de tiempo, para disfrutar, también con los juegos y el entretenimiento, del Señor del Tiempo…
Estos recuerdos, que vienen una y otra vez a mi memoria –pues están atesorados donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben (Mt 6, 20), se hicieron muy presentes, en este día, en la tempranísima oración matutina, en el templo. Sí, como dice Jesús, allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón (Mt 6, 21).
Concluido el rezo con el Breviario, la meditación, y el Rosario, celebré la Santa Misa votiva del Sagrado Corazón de Jesús. Y partí para el hospital; a lo más urgente de mis apostolados diarios. Allí, por cierto, todo es sorpresa. Y el Señor se las ingenia para que, a cada instante, pueda reconocerlo en los hijos que me manda.
Iba a subir la escalera cuando vi a un médico, a quien no conocía, que me miraba fijamente. Él estaba aguardando el ascensor; y su espera me dio tiempo para que me acercara:
- ¡Mucho gusto, doctor! Padre Christian, ¡para servirle!
- Soy el doctor Pedro, cardiocirujano…
- ¡Gloria a Dios! ¡Qué regalo encontrarme con un especialista en corazón, en este primer viernes, en el mes del Sagrado Corazón de Jesús…!
- ¡Padre, yo soy egresado del Colegio Sagrado Corazón de Jesús! ¡Y siempre nos reunimos con nuestros compañeros, los que egresamos hace ya varias décadas!
- ¿Y vas a Misa, te confiesas con frecuencia, practicas, como corresponde tu ser de Cristo?
- Intentamos, padre. Con más y con menos; como suele ocurrir. Pero sí, no descuido mi Misa dominical, la lectura de la Biblia, y cuando puedo el Rosario. Además, mi esposa es muy practicante: y ella, también en eso, es el motor del hogar.
El diálogo inicial fue el puntapié para una catarata de palabras. Dejó pasar varias veces el ascensor. E hilvanó un montón de recuerdos, con los nombres de los Sacerdotes y Hermanos que, también a él, le marcaron la vida. Y cómo, pese al tiempo y las distancias andadas, están presentes en cada momento de su existencia.
- Vea, padre. Tuve una formación religiosa extraordinaria. Y ello me ha servido para poder estudiar y perfeccionarme en la medicina. ¡Sí, Dios existe! ¡Y yo me lo encuentro, en todo momento, en el quirófano!
- ¡Qué bueno escuchar eso! Lamentablemente, hay científicos que se escudan en la ciencia para renegar de Dios…
- Es una lástima. La Fe y la Razón, no solo no son incompatibles, sino que se reclaman una a la otra. Como bien lo afirmó San Juan Pablo II, son las dos alas con las que el alma humana se eleva a la contemplación de la Verdad. En cada operación experimento cómo el Señor, valiéndose de los conocimientos que he adquirido, guía mis manos. Y cómo se me manifiesta, especialmente, en el límite. Cuando vemos que la ciencia llega hasta la frontera, en donde se descubre, más que nunca, el Misterio. Y ello, lejos de disminuir nuestra fe, la potencia. Se trata de ser humildes, y de asombrarse ante la grandeza de Dios. Nuestra propia finitud, nuestros propios límites, nos hablan de la infinitud del Eterno.
- ¿Y cuando la operación no da los resultados que se esperan?
- Seguimos todos los protocolos, y analizamos, en equipo, cómo hemos intervenido. Y cuando las respuestas humanas no llegan, o no se manifiestan con claridad, brilla Aquello que nos desborda. En el Todo, nuestra pequeñísima parte encuentra su consuelo y esperanza…
Ya no podía dejar irse otros ascensores. Lo aguardaba, precisamente, una delicada operación. Abrazo de despedida, con la promesa de un pronto rencuentro.
Subí hasta el segundo piso, y antes de entrar en Neonatología, recé ante la imagen del Sagrado Corazón de Jesús; que entronizamos, el 25 de marzo último, ante sus puertas. Y volví a encontrarme con Pedro, un bebé de 45 días, que acaba de superar una delicada cirugía, a corazón abierto. Su progreso es notable; y, por lo tanto, su abnegada mamá, exclamó: ¡Estamos muy felices, padre! ¡Los médicos nos dicen que cada vez falta menos para el alta! Estampita de San Pedro de regalo, nuevas felicitaciones y a seguir la recorrida.
Mientras avanzaba hacia las otras habitaciones, recordé el Evangelio de la Misa de hoy (Jn 21, 1. 15-19), en el que Jesús le pregunta tres veces a Pedro, sobre su amor, para sanarlo de sus tres negaciones; y llamarlo a su seguimiento. El Sagrado Corazón de Jesús, como al príncipe de los apóstoles, y primer Papa, volvía a sanarme de mis propias negaciones. Y en los dos Pedro que puso en mi camino, en este frío viernes platense, me dio una vez más oportunidad de decirle: ¡Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero! (Jn 21, 17) …
+ Pater Christian Viña
La Plata, 6 de junio de 2025.
Primer Viernes.
Mes del Sagrado Corazón de Jesús. -