En una entrevista publicada en La Repubblica el pasado 6 de julio, el nuevo presidente de la Pontificia Academia para la Vida (PAV), monseñor Renzo Pegoraro, expresó la posición de la Academia sobre el tema del suicidio asistido. La entrevista se produce pocos días antes del inicio del debate en el Parlamento, tras la intervención del Tribunal Constitucional, que había abierto la posibilidad de legislar en esta materia, fijando algunos límites, y había solicitado una acción legislativa.
Pegoraro fue nombrado por el papa León XIV al frente de la PAV el pasado 27 de mayo, tras la controvertida salida de su predecesor, monseñor Vincenzo Paglia, con quien había colaborado en calidad de canciller. Muchos observadores vieron en este relevo un «giro» impulsado por León XIV en la dirección de la Academia; otros, en cambio, señalaron que las «dimisiones» de Paglia se debían a su edad y que, en cualquier caso, Pegoraro había participado en la anterior y cuestionada política de la Academia. La entrevista del nuevo presidente puede ser indicativa del rumbo que la PAV pretende tomar en la época del «post-Paglia».
Sobre el suicidio asistido, la doctrina de la Iglesia es absolutamente clara, como La Nuova Bussola ha tratado de recordar en algunas intervenciones recientes. La vida humana es indisponible tanto por motivos morales como porque es siempre un don de Dios, y quien niega esta indisponibilidad rechaza tanto al hombre como a Dios, o mejor dicho, rechaza al hombre porque rechaza a Dios. La idea de la Iglesia es siempre una unidad de moral y de fe. La misión de la Iglesia es anunciar estas verdades, explicar sus razones humanas y divinas, suscitar comportamientos de ayuda hacia las personas en dificultad, incluido el auxilio religioso en momentos de aguda crisis existencial, y presionar a los políticos para que no aprueben leyes que contradigan este principio, aunque ello se haga bajo las formas del «mal menor» o de la cercanía a casos particulares. La cercanía a cada persona que sufre debe existir, al igual que la prevención y el alivio del dolor, y esto requiere sin duda un acompañamiento personal y no genérico, pero no puede realizarse en contradicción con el principio universal –universal porque real– de la indisponibilidad de la vida humana, ni como excepciones variamente justificadas a este.
En la entrevista, monseñor Pegoraro no sigue siempre este camino, sino que acaba aceptando algunos presupuestos discutibles y proponiendo ciertos caminos sin someterlos a un examen crítico a la luz de la verdad cristiana que la Iglesia custodia y propone. Entre los presupuestos, cabe señalar la «despenalización condicionada» impuesta por la sentencia del Tribunal Constitucional, que está llevando al Parlamento a legislar. Esos criterios, que hoy asume Pegoraro, no eran ni son conformes a la moral natural ni a la evangélica, y la Iglesia no está obligada a seguir siempre y en todo caso las sentencias de las instituciones políticas, pues la verdad que ella proclama es superior a cualquier poder terrenal.
Entre los caminos propuestos por Pegoraro no podía faltar el (ya habitual) diálogo. Él condena el suicidio asistido que, según sus palabras, «es siempre una derrota para el enfermo, para la familia, para la medicina misma y para la sociedad». «Es también cierto –continúa– que en ciertas situaciones permanece el misterio de la mente y del corazón de la persona, a veces impenetrables e indescifrables. Pero que la única solución vislumbrada sea suicidarse y pedir ayuda para hacerlo sigue siendo una derrota para todos». La condena no se expresa de forma contundente, no se enuncia ningún principio ético absolutamente negativo; queda algo velada detrás de la motivación de la «derrota para todos», pero está presente. Sin embargo, también aparece la propuesta de diálogo, que enturbia aún más un panorama ya poco claro.
Pegoraro afirma que vivimos en una «sociedad pluralista y en parte secularizada» y ante una «situación difícil de definir y resolver», por lo que «habrá que promover un diálogo, encontrar mediaciones para comprender con claridad qué formas de protección garantizar a las personas enfermas (…) y ofrecer esos buenos cuidados paliativos que permiten acompañar en la fase final de la vida». La referencia aquí es a la ley 38/2010 sobre cuidados paliativos y a la ley 219/2017 sobre consentimiento informado, sin mencionar que ambas presentaban problemas éticos. Oportunamente, el entrevistador, Iacopo Scaramuzzi, recuerda que en Il piccolo lessico di fine vita, publicado por la PAV en 2024, se hablaba en estos términos: «Contribuir a encontrar un punto de mediación aceptable entre posiciones diferentes». Este texto fue ampliamente cuestionado (incluida La Bussola) porque legitimaba las disposiciones anticipadas de tratamiento (DAT) y consideraba admisible una conducta relacionada con el suicidio asistido. Se atribuía esta postura a la línea Paglia, pero ahora es retomada tal cual por el nuevo presidente Pegoraro.
Si un proyecto de ley es moralmente inadmisible porque viola el principio de indisponibilidad de la vida humana, pedir diálogo en vísperas de un examen parlamentario significa estar dispuesto a aceptar cualquier resultado injusto. Puede dialogarse en busca de puntos de encuentro sobre algunas aplicaciones prácticas si se comparte la validez del principio que las guía. Dialogar sin esta premisa significa otorgar al diálogo un valor veritativo: aceptaremos como verdadero y bueno todo cuanto el diálogo produzca. Y en ese punto cualquier comportamiento en el Parlamento por parte de los diputados católicos será aceptable e incluso bueno, porque es dialogante. Pero ¿quién dice que a una sociedad pluralista y secularizada solo se le puede proponer un gastado y trivial «dialoguito» y no la verdad, para luego defenderla en un diálogo sin concesiones? ¿Acaso la Iglesia deja que la sociología le dicte la línea? Si el diálogo no es apologético de la verdad, se convierte en mera charla.
En vísperas del debate parlamentario, ningún proyecto de ley, incluido el de la mayoría (véase aquí), satisface el principio. Confiar en el diálogo significa aceptar una ley injusta incluso antes de comenzar a dialogar. Una derrota anunciada y buscada. En cuanto a la línea Paglia, parece que continúa incluso sin Paglia.
Stefano Montana
Publicado originalmente en La Nuova Bussola Quotidiana