Andrés Alemán: un arquitecto para la Ciudad de Dios
Andrés Alemán (1962 - 2015)

Andrés Alemán: un arquitecto para la Ciudad de Dios

Enseña el libro del Eclesiástico que «un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor. Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor. El que teme al Señor encamina bien su amistad, porque como es él, así también será su amigo» (Eclo 6, 15-17). Jesús, nuestro mejor amigo es, pues, el fundamento de toda verdadera amistad. Temerlo a Él; o sea, escucharlo y, por lo tanto, obedecerlo, nos lleva a fundar nuestros vínculos en la Verdad. Y, en consecuencia, evitar todo aquello que desfigure la amistad. Uno de los amigos que me regaló el Señor es Andrés Alemán; de cuya partida se cumplirán diez años, el próximo 30 de octubre.

Lo conocí en 2011, año del ingreso de su hijo Santiago (hoy Sacerdote) a nuestro Seminario Mayor San José de La Plata; en mis meses previos al Diaconado. Prácticamente con la misma edad (nací solo 14 meses antes que él), allí, en nuestra querida casa, muy pronto, empezamos a compartir nuestra común pasión por Cristo, y el anuncio de su Evangelio. Y, también, por la poesía y la cultura; o sea, todo aquello que contribuyera a la cristianización y, en consecuencia, humanización de nuestra sociedad.

Emocionaba verlo cada Domingo, en la Misa de las ocho. Se sentaba en los últimos bancos (en aquel entonces nuestro Seminario estaba lleno); y era evidente su satisfacción al observar a su hijo, entre quienes se preparaban para el Sacerdocio. Para él tenía, claro está, tiernas miradas de padre. Y para los superiores del Seminario, y sus compañeros de formación gestos de gratitud y cercanía. Llegaba hasta nosotros luego de haber madrugado, junto a su esposa Carolina, para el turno de Adoradores del Santísimo Sacramento, en su parroquia, Sagrado Corazón de Jesús, de City Bell. Y concluida la Misa se iba con Santiago a su casa --previo paso por la panadería, para las infaltables facturas- a pasar el día en familia, hasta poco antes de las once de la noche; en que debíamos retornar al Seminario. Tuve la gracia de disfrutar, en algunas ocasiones, de aquellos encuentros en el hogar de papá, mamá y siete hijos. Y de verlo, en acción, muy esposo y muy padre. Vivía intensamente todo lo que hacía. Cuidadoso, y en todos los detalles, no se guardaba nada a la hora de dar. Y ello le traía no pocas satisfacciones y algunas dificultades.

El paso de los meses fue consolidando nuestra amistad. Y se vio ampliada, además de su esposa e hijos, con su querida madre, Lucila («Mamama», «Taité»); que seguía muy de cerca el camino de todos sus nietos y, en particular, la vocación de Santiago. Y, también, de una de sus nietas, la Hermana María del Siervo Sufriente, hoy religiosa de votos perpetuos de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará. ¡Cómo les emocionó saber que un servidor sería ordenado Sacerdote el 30 de noviembre de 2012, en la fiesta de San Andrés, apóstol! ¡Con qué alegría me acompañaron en aquel glorioso día, en nuestra Catedral platense! ¡Cómo me hicieron saber, con infinidad de detalles, su afecto!

Fui conociendo, poco a poco, sus aventuras poéticas. Me impactó que, como soldado de la clase 1962 (que aportó no pocos hombres, con mucho valor en la Gesta de Malvinas), presentara su primer libro, «Estaciones»; que «se terminó de imprimir el día 21 de junio, festividad de San Luis Gonzaga («Asaeteó con dardos de amor el corazón del Verbo»), ido el otoño de 1981». ¡Cómo no imaginarlo a los 19 años, con cabeza rapada de conscripción, y desbordante entusiasmo, en aquella audacia adolescente! Ya la dedicatoria del trabajo fue toda una descripción: «… a las presencias y a los fantasmas y a la Divina soledad que en ráfaga vital fecundaron estas palabras…». Ciertamente se notan en sus páginas influencias borgianas. Casi todos los adolescentes de entonces, con inquietudes literarias, las teníamos de algún modo. No sorprende, entonces, por ejemplo, que en «Fin de estación», escribiese: «He traspasado la barrera de las sensaciones y estoy siendo disparado al infinito, alguien escapa conmigo de aquel sueño». Se hace presente, asimismo, su certeza de la Trascendencia cuando, en «El camino hacia la puerta», destaca: «Todas las respuestas están dadas en algún lugar, todas fueron puestas al alcance del hombre». O en «Identidad» donde asegura: «Procuraré entender entonces cómo llegué a esto, ahora que solo me resta la eternidad».

En 1996, con su tío abuelo, Fernando Lecuona de Prat, escribió «El balcón que llegó de las islas», sobre la arquitectura de Salta. Y un año después de su fallecimiento, en 2016, se editó su obra póstuma, «Memorario»; que, como dijo su hijo Santiago, muestra «al poeta que ve y que recuerda, y es también quien ama y cuida los nombres».

Se recibió de arquitecto en la Universidad Nacional de La Plata. Y ejerció la docencia como profesor titular de la cátedra de Teoría de la Arquitectura y de Morfología, en la Universidad Católica de La Plata. Fue, asimismo, vicedecano de dicha Universidad. Y se desempeñó, también, en distintos cargos públicos de la municipalidad platense, y de la provincia de Buenos Aires. Lo más importante de su currículum, de cualquier modo, está en haber sido un católico cabal; el mayor de nueve hijos (que, como pasa en toda familia numerosa, no fue sencillo para él, ni para sus hermanos); fiel esposo y padre de siete hijos, y amigo consecuente. Con el plus de una sonrisa siempre lista, que abría incluso las puertas más difíciles.

Ya instalado en mi primer destino sacerdotal, en los primeros meses de 2013, como párroco en Sagrado Corazón de Jesús, y en la naciente parroquia Santos Mártires Inocentes, de Cambaceres, Ensenada, Andrés y su esposa comenzaron a ir con frecuencia; con el fin de darme una mano, en mi condición de flamante cura, con un montón de desafíos. No era sencillo para ellos realizarlo: debían hacer varios kilómetros en auto, y postergar otras obligaciones familiares. Lo asumían, de cualquier modo, con gozo y prodigalidad. Hacía tres años que no se casaba nadie en Sagrado Corazón de Jesús. Y, por lo tanto, les pedí su colaboración para fundar el grupo «Esposos y novios en Cristo»; con el fin de promover el matrimonio, como Dios manda. Y allí nos acompañaron, durante dos años, un sábado al mes, para participar de la Misa, la posterior charla de formación, con su propio testimonio matrimonial, y la cena comunitaria. Con la gracia del Señor se sembró, con intensidad. Los frutos --como ocurre siempre- hubo que esperarlos: recién tres años después, en mayo de 2016, de aquel grupo casé a los primeros esposos. Luego les seguirían otros cinco matrimonios --hoy casi todos ellos son católicos militantes y fervorosos-, en un par de años. Una vez más quedaba demostrado que tiempo, esfuerzo y perseverancia son esenciales para cualquier logro. Por eso, cada vez que veo a Carolina, su viuda, vuelvo a expresarle mi gratitud.

Un acontecimiento casi trágico blindó para siempre nuestra amistad: el choque de una ambulancia contra el frente del templo de Sagrado Corazón de Jesús, el sábado 25 de octubre de 2014; que, de haber ocurrido tan solo cinco minutos antes, muy probablemente hubiese terminado con la vida de niños de catequesis, sus familiares, y de este sacerdote… Al rato, enterado por los medios, Andrés me llamó por teléfono; y se puso a mi disposición para ayudarme, de modo totalmente desinteresado, en lo que fuera necesario.

Horas después estaba en la parroquia para hacer el relevamiento correspondiente; realizar el nuevo diseño y proponerme las obras oportunas. Pudimos concretar, así, con la generosidad de los parroquianos y numerosos donantes anónimos, un bello y práctico portón corredizo de metal, con la inscripción de las letras griegas Alfa y Omega; una escultura del Sagrado Corazón de Jesús, obra de un reconocido artista platense; la placa conmemorativa de la restauración y otros detalles. En todo actuó la Providencia, como siempre. El anterior frente estaba muy deteriorado, y era poco funcional. La falta de recursos --se trata de una zona bastante pobre-, de cualquier modo, tornaba inviable hacer uno nuevo. Al ser destrozado totalmente, sí o sí, había que empezar desde cero. Y ahí estuvo nuestro buen amigo. Moviéndose en diversos frentes para que no faltasen las personas y los medios necesarios. Iba y venía de la parroquia; personalmente supervisó las obras más delicadas. Y disfrutó muchísimo cuando, en la fiesta de la Medalla Milagrosa, el 27 de noviembre, luego de un mes (¡tiempo récord!), bendijimos el nuevo frente.

Siguió viniendo con su esposa y otros familiares y amigos. Su presencia era habitual en la comunidad. Se lo vio particularmente emocionado cuando lo acompañó su sobrina, la Hermana María del Siervo Sufriente; junto con sus padres y algunos de sus hermanos. Y en las ocasiones en que concurrió, también, acompañado de amigos y hermanos de toda la vida; congregados, en su hora, por Monseñor Juan Carlos Ruta y la Fundación Santa Ana. El famoso teólogo platense, además de un lúcido padre y maestro, constituyó para todos ellos un claro referente de fe, amor y servicio.

El sábado 24 de octubre de 2015, un año después del choque, celebramos la Misa de acción de gracias porque no fue una tragedia; y porque la Providencia nos había permitido la reconstrucción. Y ahí estuvo nuevamente Andrés, de impecable saco y corbata, con su esposa. Se lo vio feliz, con la serena seguridad del deber cumplido; y, por supuesto, una vez más disponible para lo que hiciera falta. Ni de lejos imaginé que sería nuestro último encuentro. Poco antes de la despedida, le repetí lo que tantas veces le había dicho: «San Agustín, en ‘La Ciudad de Dios’ escribe que dos amores fundaron dos ciudades: la ciudad del hombre, con el amor a sí mismo y el desprecio de Dios, y la Ciudad de Dios, con el amor a Dios, y el desprecio de sí mismo. Como arquitecto es mucho lo que puedes aportar para la construcción de esa Ciudad». Y él, con su infaltable sonrisa y buen humor, me dijo: «¡Padre, querido! ¡Me conformo con ser, en ella, tan solo un cascote para un contrapiso…!»

A los pocos días, tras su repentino fallecimiento, el Domingo 1° de Noviembre, en la solemnidad de Todos los Santos, lo sepultamos en el cementerio de La Plata. Su hijo, nuestro querido hermano Santiago --por entonces recién admitido como candidato a las Sagradas Órdenes-, conmovió a todos los presentes, al entonar --ciertamente desgarrado, aunque con fe robusta-, tras el Responso, «El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar». Un futuro padre y pastor despedía a su propio padre.

«Qué pronto pasó todo», había profetizado Andrés, en «Regreso»; en aquellas «Estaciones» de su adolescencia. Jorge Luis Borges --quien murió reconciliado con Dios y su Iglesia, con el auxilio de los Santos Sacramentos- en «Luna de enfrente», escribió: «El agua sigue siendo dulce en mi boca, y las estrofas no me niegan su gracia». Por eso, con la certeza absoluta de que en todo verso bien concebido luce el auxilio divino, seguimos rezando por el alma de Andrés. Y hacemos nuestras las palabras de su hijo, el padre Santiago: «Dios quiera que podamos reencontrarnos en la definitiva Estación de la Gloria». Allí donde el Dueño de la celestial Ciudad muestra, cara a cara, a los bienaventurados el diseño perfecto de su Amor…

+ Pater Christian Viña
La Plata, viernes 25 de julio de 2025.

Fiesta de Santiago, apóstol.

 

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