La imagen a la que puede acceder haciendo click aquí es una panorámica parcial del inmenso mosaico que  recubre el pavimento de la catedral de Otranto, en la costa sur oriental  de Italia.
Los fieles, recorriendo desde el ingreso al altar  tienen como guía el árbol de la historia de la salvación, una historia  que es sagrada y profana a la vez, con episodios del Antiguo Testamento,  de los Evangelios, de la novela de Alejandro Magno y del círculo del  Rey Arturo. 
El mosaico es del siglo XII, una época en la cual  las iglesias estaban vacías de sillas y de bancas y el pavimento  aparecía a los fieles de modo completo. También cuando no tenía figuras,  el pavimento de las iglesias era igualmente precioso por los materiales  y los diseños. Sobre él se caminaba. Se rezaba. Se arrodillaba en  adoración.
Hoy arrodillarse – especialmente sobre el piso – ha  caído en desuso. Tanto es así que suscita sorpresa el deseo de Benedicto  XVI de dar la comunión a los fieles en la boca y de rodillas. 
Esto  de la comunión de rodillas es una de las novedades que el Papa Joseph  Ratzinger ha introducido cuando celebra la eucaristía.
Pero más  que de una novedad, se trata de un retorno a la tradición. Las otras son  el crucifijo al centro del altar, "para que todos en la misa miren  hacia Cristo y no unos a otros", y el uso frecuente del latín "para  subrayar la universalidad de la fe y la continuidad de la Iglesia".
En  una entrevista al semanario inglés "Catholic Herald", el maestro de las  ceremonias pontificias Guido Marini ha confirmado que también en las  misas de su próximo viaje al Reino Unido el Papa se mantendrá fiel a  este estilo suyo de celebración.
En particular, Marini ha  anunciado que Benedicto XVI recitará completamente en latín el prefacio y  el canon, mientras para los otros textos de la misa adoptará la nueva  traducción inglesa que entrará en uso en todo el mundo anglófono el  primer domingo de Adviento del 2011: esto porque la nueva traducción "es  más fiel al original en latín y es de estilo más elevado" respecto a  las vigentes actualmente.
La atracción que ha ejercido la Iglesia  de Roma sobre muchos ilustres ingleses convertidos, del siglo XIX e  inicios del XX – de Newman a Chesterton y a Benson – era también el  universalismo de la liturgia latina. Una atracción por una fe sólida y  antigua que hoy mueve a numerosas comunidades anglicanas a solicitar el  ingreso en el catolicismo.
La "reforma de la reforma" atribuida  al Papa Ratzinger en el campo litúrgico se da también así: simplemente  con el ejemplo dado por él cuando celebra.
Pero entre los gestos  ejemplares de Benedicto XVI el menos comprendido – hasta ahora – es  quizá el de la comunión dada a los fieles puestos de rodillas. 
En  las iglesias de todo el mundo casi ya no se hace. También porque las  balaustradas en las que se arrodillaba para recibir la comunión por  todas partes han sido abandonadas o desmanteladas.
Pero se ha  perdido de vista también el sentido de la pavimentación de las iglesias.  Tradicionalmente muchas fueron ornamentadas precisamente para hacer de  fundamento y guía a la grandeza y profundidad de los misterios  celebrados. 
Hoy pocos son los que advierten que pisos así de  hermosos y preciosos son hechos también para las rodillas de los fieles:  un tapete de piedra sobre el cual postrarse frente al esplendor de la  epifanía divina.
El texto que sigue ha sido escrito precisamente para despertar esta sensibilidad. 
Su  autor es monseñor Marco Agostini, oficial en la segunda sección de la  secretaría de Estado, ceremoniero pontificio y cultor de liturgia y arte  sacra, que los lectores de www.chiesa ya conocen por un comentario  iluminador sobre la "Transfiguración" de Rafael.
El artículo salió en "L'Osservatore Romano" del 20 de agosto del 2010.
RECLINATORIOS DE PIEDRA
por Marco Agostini
Es  impresionante el cuidado que la arquitectura antigua y moderna reservó,  hasta la mitad del siglo XX, a los pisos de las iglesias. No sólo  mosaicos y frescos para las paredes, sino pintura en piedra, taraceas,  tapetes de mármol también para los pisos.
Me viene a la memoria  el variopinto "tessellatum" de las basílicas de San Zenón o del hipogeo  de Santa María en Stelle de Verona, o de aquel extenso y refinado de la  basílica de Teodoro en Aquileia, de Santa María en Grado, de San Marcos  de Venecia, o del misterioso de la catedral de Otranto. El "opus  tessulare" cosmatesco brillante de oro de las basílicas romanas de Santa  María Mayor, San Juan de Letrán, San Clemente, San Lorenzo en Verano,  de Santa María en Aracæli, en Cosmedín, en Trastevere, o del complejo  episcopal de Tuscania o de la Capilla Sixtina en el Vaticano.
Y  además a las taraceas marmóreas de San Esteban Rotondo, San Jorge en  Velabro, Santa Constanza, Santa Inés en Roma y de las basílicas de San  Marcos en Venecia, del baptisterio de San Juan y de la iglesia de San  Miniato en Monte de Florencia, o la incomparable "opus sectile" de la  catedral de Siena, o los escudos marmóreos blancos, negros y rojos en  Santa Anastasia en Verona o los pavimentos de la capilla grande del  obispo Giberti o de las capillas del siglo XVIII de la Virgen del Pueblo  y del Sacramento, siempre en la catedral de Verona, y – sobre todo – el  sorprendente y precioso tapete lapídeo de la basílica vaticana de San  Pedro.
En verdad el cuidado por los pisos no es sólo de los  cristianos: son emocionantes los pavimentos en mosaico de las villas  griegas de Olinto o de Pella en Macedonia, o de la imperial villa romana  de Casale en Plaza Amerina en Sicilia, o los de las villas de Ostia o  de la casa del Fauno en Pompeya o las preciosas escenas del Nilo del  santuario de la Fortuna Primigenia en Palestrina. Pero también los pisos  en "opus sectile" de la curia senatorial en el Foro romano, los  lacertos provenientes de la basílica de Giunio Basso, también en Roma, o  las taraceas marmóreas de la "domus" de Amor y Psique en Ostia.
El  cuidado griego y romano por el pavimento no era evidentemente en los  templos, sino en las villas, en las termas y en los otros ambientes  públicos donde la familia o la sociedad civil se reunían. También el  mosaico de Palestrina no estaba en un ambiente de culto en sentido  estricto. La celda del templo pagano era habitada sólo por la estatua  del dios y el culto se realizaba en el exterior frente al templo,  alrededor del altar del sacrificio. Por tale razones los interiores casi  nunca eran decorados. 
Por el contrario, el culto cristiano es  un culto interior. Instituido en la bella habitación del cenáculo,  adornada de tapetes en el piso superior de una casa de amigos, y  propagado inicialmente en la intimidad del hogar doméstico, en las  "domus ecclesiae", cuando el culto cristiano asumió dimensión pública  transformó las casas en iglesias. La basílica de San Martín en los  Montes surge sobre una "domus ecclesiae", y no es la única. Las iglesias  no fueron jamás el lugar de un simulacro, sino la casa de Dios entre  los hombres, el tabernáculo de la real presencia de Cristo en el  santísimo sacramento, la casa común de la familia cristiana. También el  más humilde de los cristianos, el más pobre, como miembro del cuerpo de  Cristo que es la Iglesia, en la iglesia estaba en casa y era señor:  pisaba pisos preciosos, gozaba de los mosaicos y de los frescos de las  paredes, de las pinturas sobre los altares, olía el perfume del  incienso, sentía la alegría de la música y del canto, veía el esplendor  de los ornamentos usados para gloria de Dios, gustaba el don inefable de  la eucaristía que le venía dada en cálices de oro, se movía  procesionalmente sintiéndose parte del orden que es alma del mundo.
Los  pavimentos de las iglesias, lejos de ser ostentaciones de lujo, aparte  de constituir el suelo que se pisa, tenían también otras funciones.  Seguramente no estaban hechos para ser cubiertos de bancas, introducidas  estas últimas en edad relativamente reciente cuando se pensó disponer  las naves de las iglesias para la escucha cómoda de largos sermones. Los  pavimentos de las iglesias debían ser bien visibles: conservan en la  figuración, en los entretejidos geométricos, en la simbología de los  colores la mistagogía cristiana, las direcciones procesionales de la  liturgia. Son un monumento al fundamento, a las raíces.
Estos  pavimentos son principalmente para aquellos que la liturgia la viven y  en ella se mueven, son para aquellos que se arrodillan frente a la  epifanía de Cristo. El arrodillarse es la respuesta a la epifanía donada  por gracia a una persona única. El que está impactado por el resplandor  de la visión se postra a tierra y desde allí ve más que todos aquellos  que alrededor suyo se han quedado de pie. Estos, adorando o  reconociéndose pecadores, ven reflejos en las piedras preciosas, en los  entretejidos de oro de las que a veces se componen los pavimentos  antiguos, la luz del misterio que refulge del altar y la grandeza de la  misericordia divinas.
Pensar que aquellos pavimentos tan bellos  están hechos para las rodillas de los fieles es algo conmovedor: un  tapete de piedra perenne para la oración cristiana, para la humildad; un  tapete para ricos y pobres indistintamente, un tapete para fariseos y  publicanos, pero que sobre todo estos últimos saben apreciar. 
Hoy  los reclinatorios han desaparecido de muchas iglesias y se tiende a  remover las balaustradas a las que uno se podía acercar a la comunión de  rodillas. Sin embargo en el Nuevo Testamento el gesto de arrodillarse  se presenta cada vez que a un hombre se le presenta la divinidad de  Cristo: se piense por ejemplo en los Magos, el ciego de nacimiento, la  unción de Betania, la Magdalena en el jardín la mañana de Pascua.
Jesús  mismo dijo a Satanás, que le quería imponer una genuflexión equivocada,  que sólo a Dios se debe doblar la rodilla. Satanás pide todavía hoy que  se escoja entre Dios o el poder, Dios o la riqueza, y trata todavía más  profundamente. Pero así no se dará gloria a Dios de ninguna manera; las  rodillas se doblarán para aquellos que el poder les ha favorecido, para  aquellos a los cuales se tiene el corazón unido a través de un acto.
Volver  a arrodillarse en la misa es un buen ejercicio de entrenamiento para  vencer la idolatría en la vida, además de ser uno de los modos de  "actuosa participatio" de los que habla el último Concilio. La práctica  es útil también para darse cuenta de la belleza de los pavimentos (al  menos de los antiguos) de nuestras iglesias. Frente a algunos da ganas  de quitarse los zapatos como hizo Moisés frente a Dios que le hablaba  desde la zarza ardiente.
 
             
    
 
	  
 
	  
 
	  
 
	  
         
             
             
             
         
 
           
 
         
 
        





 
		   
	   
	  