La Jornada Mundial de la Juventud [JMJ] celebrada en Madrid ha concluido con éxito más que notable. Y los jóvenes reencuentran ya con los problemas de cada día. Es el momento de poner en práctica la consigna del Papa: Que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad”. Nosotros tenemos la gozosa obligación de ayudarles, con iniciativas que broten de la oración, en el camino a recorrer después de la JMJ. No puede quedar en emociones fuertes y grandes entusiasmos. No basta con hacer ‘soñar’ a los jóvenes, hay que ayudarles a crecer en la fe. Bien sabemos, por otra parte, que estas citas eclesiales no pretenden suplir lo que con creatividad, método y constancia, debemos ir trabajando en nuestra pastoral ordinaria con los jóvenes. Más bien todo lo contrario: pueden ser punto de partida, un aldabonazo para despertar a muchos jóvenes y una ocasión providencial para que Dios nos de la gracia que siempre acompaña estos encuentros. Nadie duda de que ha surtido unos efectos muy positivos en nuestros jóvenes verse formando parte de una juventud católica, sana, alegre, responsable, eclesial y comprometida con su época. Ahora es necesario:
1. Compartir las vivencias. Han sido muchas y muy intensas. A cada uno puede haberle llegado más al corazón un momento u otro, una palabra del Papa u otra, un acontecimiento u otro. Ahora se trata de fijarlos, a ser posible por escrito, para que se graben mejor y para poder compartirlos con los demás sin extendernos demasiado. Compartidas con sencillez las vivencias pueden enriquecernos a todos.
2. Meditar, asimilar el mensaje del Papa. Una visita del Papa tiene la virtud de mover todo el tejido eclesial. Es como una especie de onda que afecta incluso aquello que está lejos. Ni Juan Pablo II y Benedicto XVI han convocado a los jóvenes para ofrecerles modas pasajeras, ídolos o ideales efímeros. No se han dirigido a ellos para fomentar la mediocridad, la pasividad o el aburrimiento, sino para abrirles horizontes de vida que les permitan asumir la seriedad y gravedad del momento presente. La generación de Benedicto XVI no quiere dejarse engañar por diversiones vanas y destructoras, por espejismos de felicidad barata, ni dejarse llevar por el sinsentido de lo corriente. No quieren conformarse con medianías, sino que quieren madurar en opciones valientes bajo el soplo del Espíritu Santo. “Cuando os invito a ser santos, les ha dicho Benedicto XVI, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada”
3. El cometido de la JMJ ha sido facilitar en los jóvenes el encuentro personal con Cristo vivo y compartir la experiencia de fe entre ellos y con todo el pueblo de Dios. “Quién deja entrar a Cristo en su propia vida no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta mitad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y nos libera. Son palabras del Papa Benedicto al comenzar su pontificado. Ahora es el momento de ayudarles a crecer en la fe, a madurar en ella. El You-cat, el catecismo de los jóvenes, que encontramos en cada mochila como regalo del Papa, puede ser un instrumento precioso para que la gran experiencia de la JMJ que siempre es conversión, adquiera solidez intelectual y madurez de vida.
4. Testigos de la fe ante los propios jóvenes en sus propios ambientes. Jóvenes que evangelizan a otros jóvenes. Sin miedo, con pasión, audacia y confianza. Porque los jóvenes no se contentan con caminar por las sendas trilladas del consumismo, el hedonismo, el relativismo, perdiéndose en la mediocridad de una vida aburguesada. Tampoco se dejan seducir por un paraíso sin Dios. Son muchos los jóvenes que buscan una vida plena, los que desean ardientemente ir más allá de lo habitual. Son muchos los jóvenes que quieren ver a Jesús, que quieren vivir el evangelio en sus exigencias más radicales. Los jóvenes nos esperan y nos necesitan. Necesitan que les aceptemos, les amemos y les escuchemos. Y sobre todo, necesitan lo que tienen derecho a recibir, a Jesucristo. No podemos guardar sólo para nosotros la verdad que nos hace libres, repite incansablemente Benedicto XVI, y el precio que hay que pagar en nuestro tiempo es, a menudo, el ser excluido, ridiculizado y marginado. Esperamos que los jóvenes católicos, impregnados de fe vivida a fondo, jueguen un papel cada vez más decisivo en la transformación cristiana de la sociedad.
5. Profundizar la experiencia de la universalidad de la fe. Los jóvenes no pueden vivir la fe en soledad, como pequeñas minorías. La fe se conforta y se refuerza compartiéndola con otros jóvenes del mundo entero. La fe no es un asunto privado. La Iglesia constituye la familia de los creyentes. El que cree nunca está solo; tiene a Dios como Padre y a los demás cristianos como hermanos. Vivimos en una sociedad en que el individualismo y la incomunicación profunda campan a sus anchas a pesar de todos los instrumentos de comunicación social; pues bien, la fe nos arraiga en Jesucristo y nos da hermanos, nos introduce en la compañía de Dios y en la fraternidad de la Iglesia.
Se puede ser joven cristiano y moderno a la vez. La fe cristiana contiene la promesa de la verdad y del bien en cualquier circunstancia de la vida y en una forma llena de belleza y de alegría.
6. Renovar la pastoral juvenil. Estamos llamados al esfuerzo de poner las energías en la pastoral juvenil, a trabajar con verdadera pasión, buscando al joven y acompañándolo. “Si en cada época de su vida el hombre desea afirmarse, encontrar el amor, en esta (la juventud) lo desea de un modo aún más intenso. El deseo de afirmación, sin embargo, no debe ser entendido como una legitimación de todo, sin excepciones. Los jóvenes no quieren eso. Están dispuestos también a ser reprendidos, quieren que se les diga sí o no. Tienen necesidad de un guía y quieren tenerlo cerca” (Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, p.131).
7. Potenciar la pastoral vocacional. Cuando se recuerda a los jóvenes la grandeza de la vocación cristiana con su atractivo, belleza y exigencias, no es raro que algunos escuchen la llamada del Señor a una entrega radical a El y a los hermanos en el ministerio sacerdotal y la vida consagrada. Prestemos atención a estas posibles ‘vocaciones’ para acompañarlas y prestarles ayuda en el necesario discernimiento.
+ Manuel Sánchez Monge, Obispo de Mondoñedo-Ferrol