Si hay algo que nos caracteriza y nos diferencia a los humanos de los demás seres es que somos animales racionales y por tanto capaces de pensar e interrogarnos. Especialmente nos preguntamos: ¿cuál es el sentido de la vida?
El cristiano es una persona fundamentalmente optimista que piensa que la vida tiene sentido y que hemos de buscar la plena felicidad, si bien nos damos cuenta que por nosotros mismos no podemos alcanzar un objetivo tan ambicioso, pero vemos en la religión y en nuestra fe cristiana el modo de conseguir la plenitud de nuestra existencia. Creemos que el mundo no es fruto de la casualidad, sino que ha sido creado por Dios, un Dios que por supuesto no abandona su obra, sino que se siga interesando por ella, hasta el punto de enviarnos a su único Hijo, Jesucristo, a fin de librarnos del pecado. Lo más importante que hizo Jesús fue resucitar, resurrección que es prenda de nuestra propia resurrección y que nos indica que no todo va a terminar con la muerte. En efecto creemos que Jesús sigue estando vivo y que también nosotros resucitaremos y tendremos la vida eterna. Por tanto Dios interviene en nuestra Historia y su intervención es salvadora.
Pero la intervención no se reduce a algunos acontecimientos aislados, por muy importantes que sean, como pueden serlo la Creación y la Resurrección. El acercamiento entre Dios y el hombre se expresa fundamentalmente en la Palabra de Dios que es la Biblia. La Historia de Israel en primer lugar y luego la Historia de la Iglesia es la historia de las intervenciones salvadoras de Dios, quien nos dice de sí mismo. “Dios es Amor”(1 Jn 4,8). Pero las intervenciones se extienden también a nuestra propia vida, y un creyente experimenta en ocasiones un encuentro personal con Dios.
Por la fe estamos convencidos que gracias a Jesucristo, Luz, Camino, Verdad y Vida, nuestra vida y nuestro mundo tienen sentido. El cristiano es un seguidor de Jesucristo, de su Persona y mensaje, pero sabe que nuestra relación con Él no es puramente individual, ya que es “voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo”(Concilio Vaticano II “Lumen Gentium” nº 9). Este pueblo, el Pueblo de Dios, es la Iglesia.
Pero este seguir y servir a Cristo, ¿no supone una disminución de nuestra dignidad? No es así, porque el creyente se sabe creado por Dios y el reconocerse su criatura, como reconocer a nuestros padres que les debemos la vida, es simplemente cuestión de personas agradecidas. Además, lo que Jesucristo pretende de nosotros es sencillamente que nos desarrollemos como personas humanas y que alcancemos nuestra perfección. Para ello Jesús nos dice que el camino no es otro sino el del amor a Dios y al prójimo (Mt 22,34-40; Mc 12 12,28-34). Recordemos que la iniciativa del amor corresponde a Dios, que quiere que seamos sus hijos (1 Jn 3,1-2) y amigos (Jn 15,15). En consecuencia nuestro desarrollo personal significará desarrollar nuestra capacidad de amar, siendo el pecado precisamente no amar, y el odio, que es lo contrario al amor, lo que conduce más rápidamente a la destrucción de las personas.
Por tanto no es el servir a Cristo lo que atenta contra nuestra dignidad personal, puesto que nos conduce hacia nuestra perfección humana y a la categoría de hijos de Dios, que por nosotros mismos no podríamos alcanzar, sino que son el pecado y especialmente el odio lo que nos degrada y aleja de la perfección.
P. Pedro Trevijano, sacerdote