Acabo de llegar de un viaje por Europa con un autobús de chavales y al regresar a España veo que nuestra Sociedad está tomando una dirección en la que se intentan vendernos las mayores aberraciones como normales y progresistas. El crimen y el delito se ha practicado en todas las sociedades, pero toda sociedad sana en la que no se ha perdido el sentido común nunca lo ha considerado como un derecho o algo recomendable. La doctrina de la Iglesia al respecto es muy clara: el aborto es un crimen abominable (cf. Gaudium et Spes nº 51), porque en unión con la eutanasia atentan contra la vida y son en sí mismas prácticas infamantes, que degradan la civilización humana y deshonran a sus autores, como lo son también la prostitución, la trata de blancas o de jóvenes (cf, Gaudium et Spes nº 27). Estos textos del Concilio han sido precedidos y seguidos por multitud de otros documentos eclesiásticos
¿Por cierto, no se dan cuenta los abortistas que lo que de hecho va a pasar o pasa ya como sucede en la India y sobre todo en China es o va a ser que las principales víctimas del aborto son las niñas? Y no me sirve de consuelo que en casi toda Europa pase lo mismo en este u otros temas. En un periódico sensacionalista alemán leí que la eutanasia es práctica corriente en los hospitales alemanes y se calcula que uno de cada cinco médicos la hace.
Aunque el comportamiento de los chicos fue bastante bueno me quedé preocupado al ver cómo el relativismo moral, que encima trata de fomentarse con asignaturas como la EpC, ha hecho presa en ellos. O tienen unos padres muy atentos o acaban por tener como criterios morales los que la televisión basura les enseña. El colmo fue una chica que llegó a defender que la prostitución libremente ejercida era una profesión digna. En el fondo el problema está en que se han perdido las nociones de bien y mal. Todos tenemos derecho a ser respetados como personas que somos, pero nuestra actuación es ya otra cosa y no es lo mismo ser un buen estudiante que uno malo, una persona honrada que un delincuente. Ya Pío XII denunció “se ha perdido el sentido el sentido del pecado”, y si a esto añadimos la pérdida y el rechazo del sentido de Dios, dado que es “el Señor quien da la sensatez”, como nos señala Proverbios 2,6, nos encontramos con las consecuencias que describe Romanos 1,18-32, y es que el alejamiento de Dios lleva consigo el menosprecio de los derechos de los seres humanos, aunque, eso sí, lo compensamos concediéndoselos a los simios.
Una vez más el Vaticano II nos da criterios orientadores: “Los fieles aprendan a distinguir con cuidado los derechos y los deberes que les conciernen por su pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la sociedad humana. Esfuércense en conciliarlos entre sí, teniendo presente que en cualquier asunto temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, dado que ninguna actividad humana, ni siquiera en el dominio temporal, puede sustraerse al imperio de Dios. En nuestro tiempo es sumamente necesario que esta distinción y simultánea armonía resalte con suma claridad en la actuación de los fieles”… “Porque así como ha de reconocerse que la ciudad terrena, justamente entregada a las preocupaciones del siglo, se rige por principios propios, con la misma razón se debe rechazar la funesta doctrina que pretende construir la sociedad prescindiendo en absoluto de la religión y que ataca y elimina la libertad religiosa de los fieles” (Lumen Gentium nº 36).
Pedro Trevijano, sacerdote