Una vez más, el Partido Socialista ha mostrado su extraordinaria habilidad para, en medio de una crisis, extraer un conejo de la chistera y desviar la atención general a otros asuntos. Cuando todo el mundo habla de crisis menos el presidente del Gobierno, cuando el paro crece incluso en junio, cuando la situación de una masa creciente de emigrantes en paro amenaza con convertirse en un grave problema de orden público, los socialistas extraen como conclusiones de su congreso que hay que hacer aún más fácil el aborto -fueron asesinados más de cien mil niños el año pasado en España-, que hay que abrirle la puerta a la eutanasia -eso sí, presentada bajo el eufemismo de «muerte digna»- y que hay que dejar que los emigrantes puedan votar, para así asegurarse muchos millones de votos que les permitan seguir en el poder. ¿Es que se han vuelto locos? ¿Es que han decidido dar, definitivamente, la espalda a la realidad?
No. Lo que sucede es que los socialistas saben bastante más de política que los populares. Utilizan el viejo método romano del «pan y circo» y cuando ya va faltando el pan, aumentan las dosis de circo. Hay un circo del fútbol o del tenis y hay otro, más sangriento, que es el de matar inocentes para saciar las frustraciones de la multitud. Pero, en el fondo, lo que a los socialistas les importa es que la gente hable de cualquier cosa menos de la crisis económica. Prefieren que los curas les critiquen en las misas o los obispos en sus pastorales. Prefieren que se rían de sus ministras «miembras». Prefieren lo que sea antes de que se fijen en que la economía va cada vez peor. Porque, en realidad, lo que ellos quieren es seguir en el poder. Sin que importe el precio. Eso es, para ellos, la política. Y no sólo para ellos. La Razón
Santiago Martín, sacerdote.