Una persona amiga me ha hecho varias críticas sobre la Iglesia, Una de ellas dice: “más tristeza me da cuando la Iglesia se cree en posesión de la verdad”. ¿Es cierto esta crítica?, ¿qué pensar de ella?
Benedicto XVI, en su reciente libro “Luz del mundo” afronta este problema y nos dice: “Está a la vista que el concepto de verdad está bajo sospecha. Por supuesto, es cierto que se ha abusado mucho de él. En nombre de la verdad se ha llegado a la intolerancia y a la crueldad. En tal sentido se tiene temor cuando alguien dice que tal cosa es la verdad o hasta afirma poseer la verdad. Nunca la poseemos; en el mejor de los casos, ella nos posee a nosotros. Nadie discutirá que es preciso ser cuidadoso y cauteloso al reivindicar la verdad. Pero descartarla sin más como inalcanzable ejerce directamente una acción destructiva. Gran parte de la filosofía actual consiste realmente en decir que el hombre no es capaz de la verdad. Pero, visto de ese modo, tampoco sería capaz de ética. No tendría parámetro alguno. En tal caso sólo habría que cuidar del modo en que uno más o menos se las arregla, y el único criterio que contaría sería, en todo caso la opinión de la mayoría”…”Pero es preciso tener la osadía de decir: sí, el hombre debe buscar la verdad, es capaz de la verdad. Es evidente que la verdad necesita criterios para ser verificada”. La verdad nos muestra aquellos valores constantes que han hecho grande a la humanidad y el contenido central del Evangelio de Juan, nos dice el Papa, consiste en que la verdad no puede imponer su dominio mediante la violencia, sino por su propio poder.
No nos olvidemos que Jesús es “el camino, la verdad y la vida”(Jn 14,6), que “la verdad nos hará libres”(Jn 8,32) y que no sólo podemos conocer la verdad, sino también obrarla (cf. Jn 3,21). Es decir, la libertad debe estar al servicio de la verdad, y no al revés, como pretenden los relativistas que nos dicen que “la libertad nos hará verdaderos”, es decir lo contrario del evangelio. El hombre debe hacer el bien y evitar el mal, pero para ello necesita poder distinguir el bien del mal, lo que realiza gracias a su razón iluminada por la Razón divina y por la fe. En el Evangelio tenemos la fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, y es que es la fidelidad a la verdad la que es garantía de la libertad y del desarrollo humano integral, porque el poder de decidir sobre lo que está bien y lo que está mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios, pero un Dios que recordemos es Razón y Sabiduría Infinita, y es que las cosas se nos mandan o prohiben porque son en sí buenas o malas, nos convienen o perjudican, ya que la justa autonomía de la razón no significa que ésta pueda crear por sí misma, los valores y normas morales. Por ello la conciencia tiene grabada en ella el principio de obediencia a la norma objetiva, siendo la Iglesia y su Magisterio una gran ayuda para su recta formación.
En cambio para quienes creen que “la libertad nos hará verdaderos”, la dignidad de la persona humana exigiría que ella no deba aceptar ninguna norma que le venga impuesta desde fuera, sino que sea ella misma quien determine libre y autónomamente lo que considera justo y válido. Ahora bien el problema de este hacer que cada uno de nosotros sea su autoridad suprema es que nos encontramos con el subjetivismo y la no existencia de reglas generales universalmente válidas, con la consecuencia que la verdad y la mentira no existen y no estoy sujeto a ninguna norma transcendente, por lo que es fácil, al no haber un orden moral objetivo, el caer en las mayores aberraciones. Hago lo que quiero, y soy yo quien decide. Pero con ello suele suceder que en nuestro encuentro con los demás no respetemos el principio que mis deberes son los derechos de los demás hacia mí y mis derechos, los deberes de los demás hacia mí. En pocas palabras que como soy yo el que decide lo que es justo, verdadero y válido, haré lo que me parezca más conveniente, aunque ello me lleve a aplicar la ley del más fuerte y si tengo que fastidiar a los demás que se fastidien. Las consecuencias para la convivencia son desastrosas, por lo que tengo que acabar aceptando la voluntad de la mayoría, es decir del Estado. La frase “la libertad os hará verdaderos”, no nos conduce ni a la verdad, pues la ideología prima hasta el punto que, al contrario que sucede con los filósofos creyentes, para quienes contra el hecho no valen argumentos, aquí es la realidad la que debe ponerse al servicio de la ideología, incluso aunque haya que distorsionarla, véase si no la ideología de género, pero tampoco a la libertad, pues nos lleva directamente al totalitarismo, al hacer que sea el Estado quien me concede mis derechos, pues al no haber autoridad superior a él, dejo de ser sujeto natural de derechos que nadie puede violar y la verdad, como sucede en el marxismo, se identifica con aquello que le interesa al Partido.
Es decir, me escapo de la autoridad de Dios, pero uno acaba sustituyendo la obediencia a Dios y a la Iglesia, que por supuesto me ordenan nunca actuar contra mi conciencia, y respetan así mi libertad responsable, por la sumisión total y totalitaria al Estado, es decir a mis dirigentes políticos, que pueden mandar también sobre mi conciencia. Ello es el envilecimiento total de los ciudadanos, que pasan a ser súbditos, pero sobre todo de los gobernantes.
P. Pedro Trevijano, sacerdote