Hace unos años, me encontré con una activista de un movimiento apostólico que me dijo: “tengo ganas de salir de trabajar, para empezar a hacer el bien”. Recuerdo que le contesté que su trabajo era honrado, y que si le pagaban por él, era porque era necesario, porque había personas que lo necesitaban, y por tanto que su primera manera de hacer el bien era hacer bien su trabajo.
En la 2ª Carta a los Tesalonicenses San Pablo nos dice: “El que no trabaja, que no coma” (3,10), frase que encontramos también en los Principios del Partido Comunista. Es evidente que cuando San Pablo escribe esto, se está refiriendo a aquéllos que no trabajan por culpa suya, no a los que no lo hacen sencillamente porque no lo encuentran o por diversas razones, como puede ser por enfermedad, no pueden hacerlo. Ahora bien en España, dado que hay cuatro millones y medio de personas en paro, podemos preguntarnos ¿qué hace nuestro Gobierno?
Los defensores del Gobierno nos dirán que el culpable de la crisis económica no es Zapatero y que se ha tratado de una crisis mundial. Podría estar de acuerdo con ellos, si a mí no me hubiesen enseñado que lo primero que hay que hacer para resolver un problema es planteárselo. Pero cuando durante mucho tiempo se niega la existencia de la crisis, no se hace nada por solucionarla y se nos engaña deliberadamente, recuerden el debate Pizarro-Solbes, creo que alguna responsabilidad tienen los que mienten, como ha hecho Zapatero en multitud de ocasiones (en este punto recuerdo un artículo de la revista Alba, del 22-28 de Enero de este año, con veinticinco descaradas mentiras del Presidente del Gobierno), y si además hacen la campaña electoral de las últimas elecciones generales prometiendo el pleno empleo, ello significa que, si lo hubiesen conseguido, algún mérito consideraban que tenían en ello. Dado que lo que han logrado son cuatro millones y medio de parados, es indudable que les corresponde por ello algún demérito.
Pero es que además el Gobierno se distingue por su ojeriza hacia las dos instituciones que más están haciendo para la lucha contra la crisis y aminorar sus efectos: la familia y la Iglesia. Buena parte de la legislación de este Gobierno va a destruir la familia: el presunto matrimonio homosexual, el divorcio exprés, la asignatura Educación para la Ciudadanía, el inmiscuirse en los derechos de los padres para educar a sus hijos, la imposición de la ideología de género, de la que creo se puede decir es corrupción de menores al incitarles a la masturbación y a las relaciones sexuales, todo ello al servicio de un descarado individualismo y un claro intento de destruir la estabilidad familiar en un momento en lo que interesa es precisamente lo contrario, porque el mutuo apoyo de los miembros de la familia está sirviendo para quitar mucha hambre y disminuir las graves consecuencias de la crisis económica. Desde luego un gobierno mínimamente sensato en estos momentos de vacas flacas económicas, no debiera reducir los ya paupérrimos gastos sociales a favor de la familia y de la infancia, sino que tendría que tender a proteger a la familia y no a destruirla.
Y sobre la Iglesia ¿qué voy a decir? Es el organismo que más está haciendo a favor de los pobres y necesitados, con las ochocientas mil personas que atiende Cáritas, sus colegios, orfanatos, en fin su lucha contra la pobreza en todos los campos. En este punto quiero recordar lo que sucedió en Alemania cuando llegaron los socialistas al Gobierno por primera vez después de la guerra. Se plantearon el quitar a la Iglesia las obras de asistencia y caridad y encargárselas al Estado. Pero como no eran idiotas, publicaron una nota diciendo que el Estado alemán no tenía dinero suficiente para hacer lo que con cuatro marcos hacían las Iglesias (católica y protestante). Y en cuanto a su afirmación que el Papa no debe hacer las leyes de nuestro país, no está mal recordar que nos explicó que los terroristas son personas de paz, que según nuestra legislación al crimen del aborto (mi Iglesia y yo seguimos pensando que el aborto es un crimen nefando), se le llama derecho, y que la ley natural es una reliquia ideológica y un vestigio del pasado, por lo que las palabras verdad y mentira carecen de sentido. No creo que esta concepción de la familia, de la Iglesia y de la Sociedad sea la más adecuada para sacarnos de la crisis.
P. Pedro Trevijano, sacerdote