Estos días he tenido varias conversaciones en las que he tenido que escuchar la frase: “yo creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia”. Cuando oigo esta afirmación, no puedo por menos de pensar sobre lo que opinaría de ello Jesucristo.
Indudablemente quien hace esta separación radical entre Jesucristo y la Iglesia, está afirmando, al menos si tiene un poco de lógica y sentido común, que la Iglesia Católica no sólo no es la Iglesia de Jesucristo, sino que Jesús no tiene nada que ver con ella. Pero cuando tomo en mis manos un Nuevo Testamento me encuentro con estas afirmaciones del Evangelio de san Mateo: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia”(16,18) y “Estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo”(28,20). Pero además esta presencia de Cristo entre nosotros es tan especial que 1 Colosenses, 18 afirma: “Él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia”; Efesios 4,7-16 insiste en la diversidad de dones que se dan entre nosotros “para la edificación del Cuerpo de Cristo” y en 5,30 dice: “somos miembros de su Cuerpo”. Esta unión es tan radical que en la Última Cena Jesús nos recuerda: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,30). También S. Pedro nos habla de un edificio de piedras vivas (1 P 2,4-5).
Un rasgo importante de la enseñanza moral de la Iglesia es el fuerte sentimiento de constituir una comunidad orgánica en la que sus miembros son partes de un cuerpo. La vida moral cristiana se desarrolla en consecuencia en el interior de un organismo social que es el Cuerpo de Cristo y cuyo fin es la salvación del mundo entero. Es en Cristo donde somos llamados, justificados y glorificados (Rom 8,28-30). Por ello más que buscar lo propio del cristiano en actos concretos, que coinciden muchas veces con los de las morales no cristianas, habrá que encontrarlo en las realidades y motivaciones cristianas de nuestra actuación. Estas realidades son entre otras la persona de Cristo, el Espíritu Santo obrando en nosotros, la comunidad eclesial, los sacramentos etc., que deben estar presentes en nuestro comportamiento, orientándonos hacia los valores divinos, pues de otro modo no existiríamos ni como cristianos ni como hombres de fe p. ej. la motivación cristiana que se nos da para no ir de prostitutas en 1 Corintios 6,12-20. (Mientras para el filósofo pagano Musonio Rufo, discípulo de Epicteto, no había que ir de prostitutas porque era un atentado contra la dignidad humana, motivo ciertamente válido, para San Pablo, no hay que ir porque sería profanar mi cuerpo, templo del Espíritu Santo).
En el Concilio Vaticano II se nos dice: “Quiso (Dios) santificar y salvar a los hombres, no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa” (“Lumen Gentium” nº 9).Y es que la vida cristiana no tiene sólo el fin de asegurar la salvación o la liberación personal. Ella es comunión con todo el pueblo de Dios en el mundo entero, porque es comunión con Cristo nuestro Jefe y con su Vicario aquí en la tierra, el Papa. Sin esta unidad seríamos como nos dice Cristo en Jn 15,2-4, como un sarmiento de vid cortado de la planta. Si queremos, o por lo menos decimos que queremos a Cristo, es indiscutible que ello nos lleva a querer a la Iglesia y por tanto a tratar de mejorarla. Y es que si no nos gusta la Iglesia en sus actos concretos, no hay que olvidar que cada uno de nosotros, al menos los creyentes, somos la Iglesia y que también somos pecadores. Por ello tenemos que tener muy claro lo que hay que hacer para corregirla y mejorarla: ser santo cada uno de nosotros. Si no lo somos, si no lo intentamos al menos con una vida de oración y servicio al prójimo, está claro que no estamos haciendo nada por la Iglesia.
Personalmente no me cabe la menor duda que la Iglesia es a la vez divina y humana y que su doctrina, desgraciadamente con frecuencia poco conocida, es muy superior a cualquier otra existente, y en cuanto a las obras, es evidente que hay escándalos en la Iglesia y que algunos han sido, o son, bastante graves, pero también me gustaría conocer una institución, que haga más por los demás, y especialmente por los pobres y necesitados que la Iglesia Católica. Es indiscutible que de los doce Apóstoles uno fue Judas Iscariote, ¿pero y los frutos de santidad de los otros once?, ¿y las buenas obras de la Iglesia a lo largo de toda su Historia? Ahora mismo en España, ¿quién está consiguiendo que la crisis económica no tenga mucho peores consecuencias? Está claro que son las familias y la Iglesia Católica, es decir las dos instituciones que algunos malvados e imbéciles intentan destruir.
En pocas palabras me gustaría que alguien me explicase cómo se puede separar a Cristo de la Iglesia, si Ésta es el Cuerpo de Cristo. En cualquier organismo está claro que separar la cabeza del cuerpo no suele tener buenas consecuencias, lo que nos tiene que llevar a interrogarnos la fuerza de los tópicos en la reflexión o en este caso más bien irreflexión por parte de la gente, incluso muy culta y, a veces, hasta teólogos. Y es que en Teología, o nos dejamos llevar por la fe en Jesús, una fe por supuesto racional, o nos exponemos a desbarrar.
Pedro Trevijano Etcheverria, sacerdote