En su afán por “ser como dioses” de esta religión laica cuyos ídolos son ellos, nuestros políticos “progres” ya no se conforman con decidir por sí mismos sobre el bien y el mal. Ahora quieren decidir sobre qué es salud y qué es enfermedad. Y quieren hacerlo, como tienen por costumbre, de manera dogmática, en la línea de un “pensamiento único” que va camino de convertirse en el fundamentalismo religioso más demoledor de todos los tiempos. Recalco lo de “religioso”: su autoridad es la propia de pontífices infalibles.
Antes de que ellos llegasen, nadie tenía duda acerca de lo que era “estar enfermo”: basándose en un concepto tan atávico como el de la “naturaleza humana”, la salud era todo aquello que convenía a la naturaleza, y la enfermedad lo que la distorsionaba. Como lo natural, en el hombre, es vivir, todo proceso que se encaminase hacia la muerte se consideraba enfermedad, ya fuese un tumor, una infección o las heridas causadas por un puñal. Hoy día, según los infalibles decretos de la “religión única”, salud es lo que conviene a la “ética progre”, y se llama enfermedad a lo que la contradice. Un embarazo, que ha sido siempre síntoma de vida y, por tanto, de salud, se considera hoy enfermedad si es no deseado, y el descuartizamiento de un niño no nacido, tratamiento antes considerado letal y asesino, ha pasado a ser terapeútico. Un pastilla creada para matar, bajo la dictadura cavernaria de la Ley Natural, siempre fue considerada como “veneno”. Hoy día, cuando, gracias a nuestros salvadores, hemos visto la luz, sabemos que la píldora del día después, capaz de matar a un ser humano indefenso, es un fármaco de lo más saludable y recomendable.
Acabamos de dar un paso más... Mejor dicho, estamos acabando de darlo, que el pie lo levantamos hace años en el Senado para propinarle un puntapié al Dr. Polaino. Antes –vamos, siempre hasta hoy– se consideró que la sexualidad humana estaba encaminada a la unión de hombre y mujer que desembocase en la procreación y ayudase a mantener el Género Humano. Es decir, que, al igual que al hombre le convenía la vida, al Género Humano le convenía perpetuarse, y, por ello, hombre y mujer sentían una atracción “natural” que acababa desembocando en la prole. De este modo, el que un hombre se sintiese atraído por otros hombres era considerado algo “no natural”, y, por tanto, enfermizo. Hoy día, gracias a nuestros intocables pontífices (¡Cómo se te ocurrió blasfemar así, García Serrano!), sabemos que lo patológico es el sexo que nuestros abuelos practicaron toda la vida, pobrecitos ellos: así, al “natural”, sin condón, hombre con mujer hasta los cincuenta, los sesenta, y los setenta. Lo sano, hoy nos lo han descubierto, es el condón, la pildorita, el sexo oral, el aborto, el cibersexo y la homosexualidad.
Los pobres médicos de la Policlínica Tibidabo continúan anclados en el concepto cavernario de “Ley Natural”, y han estado ofreciendo tratamientos para sanar la homosexualidad. Considerando que se trata de un proceso patológico y susceptible de curación, han ofrecido sus servicios a quien desee corregirlo para pasar a una tendencia más acorde con la Naturaleza. En cuanto nuestros sumos pontífices, guardianes infalibles de la ortodoxia religiosa, han tenido noticia de la existencia de semejante centro llamado “médico”, la Inquisición progre se ha alzado en armas, y ha abierto el correspondiente “auto de fe” que llevará a los responsables de este sacrilegio a la misma hoguera en que ha sido chamuscado el blasfemo Eduardo García Serrano.
Yo voy a abrir los comentarios a este post, porque la última vez que traté el tema llovieron en el blog chuzos de punta. Por tanto, ¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva! Además, tengo que aprovechar el tiempo que me quede para escribir estas cosas, porque, tarde o temprano, un servidor, así como otros muchos que escriben cosas parecidas a las que escribo yo, aunque mejor escritas, seremos denunciados a la Inquisición progre y acabaremos ardiendo en alguna falla. Aprovecharé para gritar, antes de que me quemen: “¡Pero son unos enfermos!”
José-Fernando Rey Ballesteros, sacerdote
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