Fiel a su costumbre, Felipe Berríos, S.J., se despide de su audiencia, antes de emprender camino a Burundi, deleitándose en lanzar un rocket que con inusual osadía apunta esta vez “del Papa para abajo”.
No faltan en Chile sacerdotes, sentencia. Más bien le parece que sobran. Los que faltan son aquellos que califica de “sencillos”, que muestren el Evangelio no como una moral (defecto que padecen a su juicio también muchos de nuestros obispos), exordio sorprendente si se considera que, como es habitual en sus declaraciones y artículos, la entrevista que concede a revista Sábado (05.06.10) constituye una letanía de apreciaciones morales, cargadas incluso de inocultable reductivismo sociológico-político.
Fuera con el “infantilismo” de que los sacerdotes deban pensar como sus obispos, pues la Iglesia no es una “dictadura”, dice. Olvidando la obvia interrelación de cultura y espíritu que supone la unión en la caridad, alega que lo anterior es distinto sólo cuando se trata de dogmas de fe. Su olvido, sin embargo, le pasa la cuenta a renglón seguido, pues descarga con entusiasmo profético una serie de diferencias propias en cuestiones dogmáticas o que tocan al dogma de manera directa o indirecta, sin reparar en la contradicción de su enunciado.
No es del caso repetir, por ya demasiado conocidas, las argumentaciones que formula aquí el P. Berríos acerca del divorcio (del que acabamos de saber que superó en Chile el número anual de matrimonios), sobre el condón (“discutí con los obispos y no me supieron argumentar”, postula), o en torno al problema del homosexualismo (tema del que la Iglesia universal, también en Chile, ha hablado sobradamente). Más que en la fuerza de una verdad que puede sonar incómoda, sus argumentaciones se apoyan en recursos mediáticos de fácil circulación.
Sí, entretanto, conviene reparar en su porfiado error doctrinal respecto de la eucaristía que, con cuidado, omite recordar le valió que la autoridad jerárquica lo obligara en alguna oportunidad a retractarse públicamente. Dice ello relación con su impugnación de la doctrina formulada explícitamente por San Pablo (1 Cor 11, 27-29) y acogida por el magisterio católico de todos los siglos, según la cual debe estarse espiritualmente preparado para recibir la sagrada comunión. En su entrevista, el P. Berríos vuelve sinuosamente sobre su particular posición en el tema, como lo hace también en artículo de igual tenor publicado el 15 de mayo en la misma revista Sábado, titulado “Un cambio profundo en la Iglesia”.
Lo anterior, de suyo muy grave, toma el verdadero corpus de magisterio paralelo en la Iglesia —o más precisamente de “antimagisterio”— cuando el P. Berríos nos dice que desde el Pablo VI de la encíclica Humanae vitae a Ratzinger, la Iglesia se deslizó “en dirección opuesta a lo señalado por el Concilio” (revista Sábado, 15. 05.10), doctrina suya que rubrica en la entrevista de su despedida el pasado sábado con esta afirmación estruendosa: “El Papa Juan Pablo II le hizo mucho daño a la Iglesia”.
Nadie con sentido común postularía que sea necesario defender la persona ni la obra del venerable Papa Juan Pablo II frente a las diatribas del P. Berríos, por mucho que nos duelan y ofendan. Hay aquí otra cosa en la que sí creo verdaderamente urgente reparar, dado el momento que vive la Iglesia Católica. Se lo hice presente al propio P. Berríos, en correo del domingo 16 de mayo que no respondió.
Así lo expresa con claridad, en carta dirigida a Benedicto XVI largamente difundida por distintos medios, el obispo italiano de la diócesis de San Marino-Montefeltro, Mons. Luigi Negri. En las antípodas de la posición que proclama Felipe Berríos, S.J., Negri llama a no esconderse —ante el vendaval desatado en los medios contra la Iglesia por la miserable experiencia de pedofilia de algunos clérigos— detrás de falsos moralismos ni en ingenuidades culturales o antropológicas. Si ha asomado una crisis de credibilidad en la Iglesia a pesar de tener al frente el extraordinario magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI es, afirma, porque se admiten demasiadas excepciones al magisterio del Papa, dando espacio a “magisterios paralelos que debilitan la fuerza de la Iglesia desde el punto de vista intelectual y cultural”. Con profunda lógica, y desafiando lo “políticamente correcto”, cita la opinión de un gran teólogo actual que le escribe lo siguiente: la pedofilia ciertamente desfigura el rostro de la Iglesia, pero la herejía lo desfigura aún más.
Con la óptica del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, Negri apela a esa necesaria reforma de la inteligencia y del corazón en la Iglesia —“demasiadas malas teologías, exégesis vacías, desacuerdos explícitos con el Magisterio envilecen hoy la cultura de la Iglesia”— de la que podrá seguir una reforma moral, un nuevo florecimiento de la santidad y de la misión, fuerte, alegre, martirial. “En los momentos más graves de su historia, la Iglesia siempre experimentó todo esto”, concluye.
Dr. Jaime Antúnez Aldunate
Doctor en Filosofía, Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Fundador y director de la Revista Humanitas, Miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile.
Publicado en © El Mercurio el 8 de junio de 2010.