La expresión de Toulmin, la bioética salvará la ética, se ha hecho muy popular en los círculos de ética. Se refiere a una cuestión bastante técnica que intentaré simplificar. La ética del siglo XX se había reducido a juegos de lenguaje (la llamada filosofía de lenguaje) y había olvidado su carácter normativo, es decir, su función orientadora indicando cual es el bien al que hay que tender y el mal que hay que evitar. La bioética le ha hecho poner los pies en la tierra a la ética y le reclama soluciones prácticas y no florituras de lenguaje.
Además de esta contribución a la ética, el desarrollo de la bioética del inicio de la vida ha ayudado a la teología cristiana a clarificar el papel del ejercicio de la sexualidad humana. No es que la teología no lo hubiera descubierto, pero la necesidad de reflexionar sobre la relación entre el comienzo de la vida humana y el ejercicio de la sexualidad ha permitido formulaciones muy clarividentes que ayudan a la comprensión de un tema complejo para muchos cristianos.
Muchos cristianos, bajo la presión de opiniones contrarias al pensamiento de la Iglesia, han sucumbido a la incomprensión del mensaje evangélico sobre la vida y al tópico de que la Iglesia debería modernizar su mensaje sobre la vida, el amor y la sexualidad, que se ha quedado anticuado y ponerlo a la altura de los tiempos como ha hecho con la moral social. Parte de culpa hemos podido tener los teólogos que no hemos hecho un serio esfuerzo en explicar, con palabras cercanas y comprensibles, el mensaje evangélico sobre la sexualidad. Es en este punto en el que creo que la bioética ha venido en nuestra ayuda.
La reflexión moral sobre el uso de las técnicas de reproducción asistida, especialmente aquellas en las que la fecundación se realiza fuera del cuerpo de la mujer, ha venido a remachar la denuncia de la separación entre el ejercicio de la sexualidad y la generación de vida que ya hizo Pablo VI al hablar de los métodos anticonceptivos en la Humanae Vitae. Ya no se sigue la una de la otra, se puede generar vida sin el ejercicio de la sexualidad. Con esto se ha roto una unión natural y el ejercicio de la sexualidad se puede comprender como un fin en sí mismo. Además, si se ha roto esta unión, ¿por qué va a ser necesario que sea entre un hombre y una mujer?
Esta separación, se construye sobre la separación entre el ejercicio de la sexualidad y el amor entre las personas que debemos a la cultura del placer, simbolizado en aquel mayo del 68. Para muchas personas, el amor entre un hombre y una mujer sellado por el sacramento del matrimonio, no es condición sine qua non para que expresen su amor por medio de la relación sexual. En nuestro tiempo, una cosa y otra parecen no tener nada que ver. De nuevo, la sexualidad no es un medio para manifestar amor, sino un fin en si misma.
Y es que este es uno de los problemas de nuestro tiempo, que tenemos metido hasta los huesos de la conciencia, la percepción de que el ejercicio de la sexualidad es un fin en si mismo y no un medio. Por una parte, por su medio se puede manifestar el amor entre un hombre y una mujer que han madurado en su camino de amor y han recibido la ayuda de Dios en el sacramento del matrimonio; y por otra, se puede engendrar nuevas vidas que hagan generoso su amor.
Esta es la propuesta cristiana: No debe ejercitarse la sexualidad entre un hombre y una mujer sino es para manifestar su amor y permitir, con responsabilidad y si Dios lo quiere, el nacimiento de nuevas vidas. De lo contrario se caerá en el egoísmo e individualismo y, pensando que se encumbra la sexualidad, se le hace caer al barro de lo inhumano. Dicho con más claridad: ejercicio de la sexualidad, amor conyugal y generación de vida forman una unidad que no puede separar sin riesgo para la dignidad y felicidad de la persona.
Rafael Amo Usanos, pb.