Ciertamente llevamos unas semanas difíciles por cuanto a bombardeo anticatólico de algunos medios de comunicación e imagino que seguirán por una temporada, pues han encontrado un buen filón del que sacar tajada. Y lo de bombardeo no se aleja mucho de la realidad, pues cada dos o tres días algún periódico, medio digital o cadena televisiva saca a la luz lo que parece ser un nuevo escándalo, a ver qué éxito tiene. Pasados los escándalos gordos, ahora sacan cosas de menos importancia, que cada vez van teniendo menos repercusión informativa, lo cual no impide que ciertos medios aprovechen día sí día no para dar la matraca con el asunto.
En el Vaticano ya se han cansado de explicar caso por caso lo que pasó y han optado por ocuparse solamente de los más gordos y dejar sin comentar los menos consistentes. Uno de ellos, realmente esperpéntico, ha sido recientemente el de una carta del entonces Cardenal Ratzinger en la que, con gran prudencia, hablaba de estudiar más un caso concreto y no precipitarse en la condena sin haber probado los hechos, lo cual ha querido presentarse como que el entonces Prefecto de la Doctrina de la Fe ocultaba cosas y defendía a los abusadores. La cosa no tiene ni pies ni cabeza, pero para hacer noticia todo vale…
Pues bien, por si eran pocos los que atacaban a la Iglesia, ahora se han sumado los grandes exponentes del progresío eclesiástico, algunos de ellos saliendo del mundo del olvido en el que prácticamente se encontraban, y volviendo al candelero, aunque sea por unos días. Se han autoconstituido en conciencia crítica de la Iglesia y han aprovechado para poner de vuelta y media al Papa, a la jerarquía y a quien se les ponga por delante.
Empezó el inevitable Hans Küng, que desde que aparecieron los escándalos en Alemania no ha dejado de salir en los medios de comunicación como voz de la sabiduría que condena los desmanes cometidos por los que no son sabios como él (esto es, todo los demás en la Iglesia). Como es sabido, recientemente se ha despachado a su gusto criticando a Ratzinger y al Vaticano por ocultar supuestamente los desmanes del clero, y de paso también al celibato, que la Iglesia impondría para mantener su poder, etc. Son críticas sabidas y refutadas, mezcladas con teorías eclesiológicas pasadas de moda y que nadie se cree, pero bien pueden servir para lograr alguna portada de periódico. Y como se le va pasando el arroz, no puede perder ocasión de ser noticia.
De modo un poco más original, un clásico autóctono nuestro, Gonzalez Faus, al que ya hace tiempo se le pasó el arroz, no se ha quedado corto, afirmando: “La Iglesia está nombrando hoy a sus obispos en contra del Evangelio”. Lo cual, además de injusto como toda generalización excesiva, es un disparate de marca mayor. Y digo lo de la marca mayor porque incluye a muchos: Si es verdad lo que él dice, no es sólo culpa del Papa que los nombra, sino de la Congregación de los Obispos que los propone, de los Nuncios que presentan las ternas, de las conferencias episcopales que presentan las ternas, etc. Vaya, que de un plumazo aprovecha y critica a media Iglesia universal. Para un anciano que tuvo un pasado de cierto brillo y cada vez vende menos libros, no es mal modo de volver a ser noticia, pero de qué modo.
Otros que han saltado al ruedo mediático han sido –cómo no– el foro Joan Alsina de Gerona, que siguen vivos, aunque chocheando por los años. Teniendo como mérito importante el haber contribuido no poco a vaciar las iglesias de aquella diócesis, que si no se han vaciado más es por la misericordia de Dios, y después de pedirle a Benedicto XVI hace unos años que tuviese un pontificado como ellos querían, esto es, de todos modos menos como tenía que ser realmente, pues al no ir las cosas como ellos querían tenían que elevar su voz, cual profeta veterotestamentario, para denunciar los desmanes de la Iglesia. Hace unos días publicaron un comunicado, con escasa repercusión mediática, como no podía ser menos (el País no se lo podía perder), en el que dan por sentado que la Iglesia encubre a los abusadores sexuales y condenan tal actitud. Añaden además una serie de recetas para acabar con tal plaga (quizás se las haya sugerido Jordi Pujol), que sin duda estarán estudiando en la Secretaria de Estado Vaticana pues a nadie se le habían ocurrido antes.
En la nueva Santa Inquisición se ha autoenrolado también otro anciano, el P. Juan Masiá, jesuita, que olvidando los preceptos de su fundador y del sentido común eclesial, ha puesto de vuelta y media a la Iglesia afirmando que “La Iglesia tiene miedo a la mujer, a la ciencia, a los periodistas, a la modernidad, a la sexualidad...” Y si bien sabe perfectamente el susodicho que todos somos Iglesia, se da por sentado que él no comparte esos miedos, que parece que todos los demás sí tenemos. Ahora ha dejado el blog que tenía, no sea que le dejen en la calle los padres de la Compañía, pero él genio y figura...
Y, por fin, dulcis in fundo, cómo no citar al ínclito Leonardo Boff, que, arremetiendo contra el celibato afirma que cuando el sacerdote “descubre que ésta no es sólo ‘la santa madre Iglesia’ sino que puede ser madrastra que usa sus ministros para la lógica del poder, se decepciona, deja el ministerio con el celibato obligatorio y se casa”. ¿Será un modo de justificar lo que a él mismo le pasó? Como no le conozco personalmente no sé la respuesta y dejo la pregunta en el aire.
La lista de neo-inquisidores podría continuar, pero mejor no cansar a los lectores. Solamente permítaseme una breve reflexión: A algunos todas estas denuncias, más que inquisitoriales, les pueden parecer “proféticas”, siguiendo el ancestral ejemplo de Isaías, Jeremías y otros más. Se ha hablado mucho de dicha denuncia profética, la cual sin duda tiene base bíblica y puede ser muy útil para enmendar errores y corregir las costumbres, pero que para muchos ha sido también como un cajón de sastre, un modo para criticar lo que no les gusta, disfrazando a veces la crítica amarga bajo aspecto de virtud.
Yo (humildemente) pienso que, concretamente en los tiempos que corren, en los que los errores del pasado quedan claros a todos y también lo que hay que hacer en el futuro, el amor a la Iglesia no nos debería llevar a remover la herida para que duela más, y de paso lucirse ante los medios de comunicación, sino ayudar a la Iglesia a cargar esta cruz pesada que le ha tocado (la de los curas poco dignos y la de las acusaciones falsas) con nuestra oración y nuestro buen obrar. Pero me puedo equivocar, cómo no, que para eso doctores tiene la Iglesia.
Alberto Royo Mejía, sacerdote