Como era de esperar, el malentendido provocado por unas palabras más o menos claras del Cardenal de Viena ha servido para que muchos medios de comunicación se hayan apresurado a hablar de los peligros del celibato, entre los cuales se encontraría la posibilidad de caer en la pedofilia. Y esto, prácticamente poniéndolo en boca del pobre Cardenal Schönborn, el cual ahora parece ser que desde el principio no quiso decir lo que parecía que había dicho, y por si las moscas se ha apresurado a ratificar su defensa del celibato. Pero ya los medios de comunicación habían aprovechado para arremeter contra dicha institución multisecular.
Por desgracia, la verdad es que llevamos una temporada que a dichos medios de comunicación la cosa les resulta fácil, vistas las noticias que han llegado recientemente primero de Irlanda y después de Alemania (por no hablar de las de EE.UU, que ya pertenecen a un pasado más lejano). No hay palabras para expresar la indignación y el bochorno que se siente, como católico y como sacerdote, por el comportamiento de los clérigos que han provocado dichas noticias, y lejos de mí el querer disculparlos o minimizar la gravedad de la culpa. Pero de eso a aprovechar y atacar el celibato, es como confundir la velocidad con el tocino.
Querer relacionar pedofilia con el celibato es un disparate de marca mayor, que no viene avalado ni por la experiencia ni por las estadísticas, sino solamente por algunas mentes cándidas, o por el contrario calenturientas o malintencionadas. De eso saben mucho en la Iglesia americana, donde los muchos casos ocurridos -por desgracia- les ha obligado a hacer cuentas, y si bien es cierto que aunque hubiese un solo caso es ya inexcusable y condenable, la verdad es que los números no acompañan el sensacionalismo de muchos medios de comunicación. Las cifras las tomo de diversas publicaciones, ni me las invento ni sabría como hacerlo.
En el país donde más casos ha habido, esto es EE.UU. (no hablemos de otros donde los casos se han contado con los dedos de las manos), leo en una publicación digital que el problema ha afectado solamente al 0.3% del clero. La cifra, citada en el libro “Pedophiilia and Priests”, escrito por el estudioso no-católico Philip Jenkins, está tomada del estudio más amplio que existe hoy día sobre este tema. Concluye el estudioso que solamente 1 de entre 2.252 sacerdotes que formaron parte del estudio a lo largo de un período de más de 30 años, se ha visto afectado por la pedofilia. En los escándalos tan conocidos de Boston, diócesis en la que parece que hubo más casos, solamente 4 de entre más de los 80 sacerdotes etiquetados por los medios de comunicación como “pedófilos” fueron en realidad culpables de abusar de niños pequeños.
Mas cerca de nosotros, concretamente en nuestro país, leo en una publicación que durante 2004 se denunciaron 3.829 casos de abuso sexual infantil, lo que representó 300 más que en el año precedente. Este aumento, según los expertos, tuvo más que ver con una mayor eficacia en la detección de los abusos por parte de los médicos, aunque según los expertos se trató sólo de la punta del iceberg, ya que el número de personas que reconoce haber sido víctima de este tipo de prácticas es muy inferior al que reflejan las estadísticas. De los 3.829 casos denunciados, 3.151 correspondieron a chicas, y el resto, 678, a chicos. Las niñas entre 6 y 12 años fueron las más afectadas por el abuso sexual (63%), aunque el 35% de las víctimas ni siquiera llegaba a los 5 años. Casi la mitad de los casos denunciados son crónicos, es decir, que se repiten con distinta frecuencia, y lo que me llama la atención es que el 31% de los abusadores sexuales de menores son familiares de la víctima y el 61% son conocidos del menor o de sus padres. Se sabe también que en el incesto los casos quedan acallados con más frecuencia que en los demás tipos de abuso.
Las estadísticas que hablan de un 0'3 por ciento de sacerdotes cayendo en la pedofilia los sitúan en un nivel igual o inferior de los hombres casados, y hablando de profesiones, por lo menos en Estados Unidos se han dado mucho más casos entre profesores y educadores que entre sacerdotes. Allí mismo me explicó un experto que el hecho que haya muchos casos de pedofilia entre los profesores no se difunde para que los padres no pierdan la confianza en el profesorado, cosa que claramente no ha importado al difundir los casos de los sacerdotes.
Leo en otra publicación digital acerca del retrato robot del pedófilo, que no incluye ningún rasgo especialmente aplicable a los sacerdotes y menos aplicable a los casados. Las conclusiones sobre el posible perfil de un pedófilo son similares en la gran mayoría de los estudios consultados. El retrato robot, como le dicen, se elabora a partir del estudio de los detenidos por pedofilia, y habla de hombres en el 90% de los casos y mayores de 35 en un 70%; de profesionales de nivel socioeconómico medio o alto en su mayoría; sin antecedentes penales también en su mayoría, y en cuya casa “normal” es igualmente “normal” que puedan albergar una familia propia con hijos pequeños propios. La conclusión del perfil es inquietante en tanto responde a cualquiera, incluso al del vecino del piso de enfrente.
No seré tan iluso de negar el peligro que puede tener un sacerdote, pero afirmo que no es mayor ni menor que el de otro hombre (aceptando que la mayoría de los pedófilos son hombres). Y añado, sin intentar imponer a nadie mi opinión, pero sin duda convencido de ella: Un sacerdote que viva bien su sacerdocio, que use de los medios de santificación que Cristo nos dejó y que la Iglesia administra, e intente dar su vida cada día por las almas, puede perfectamente superar las peores tentaciones, sean del signo que sean, y ser muy feliz en su celibato. Pero si flaquean las premisas, por desgracia todo es posible.
Alberto Royo Mejía, sacerdote