Quisiera no tener que estar escribiendo estas líneas. Lo más sagrado que existe sobre la Tierra son los sacramentos, y, por ello, uno no debería permitirse, acerca de ellos, ni la más mínima broma, ni la más remota falta de respeto. Sin embargo, los dos casos que paso a comentarles son reales, tan reales como ese puñado de incautos que suelen dejarse seducir por todo lo “rompe moldes”, aunque esos moldes sean las paredes de su propia casa. A ellos dirijo estas palabras que ojalá no hubiese tenido que escribir nunca.
El “caso Bono”, “Bono affair”, o “Bonogate”: ya entenderán que se refiere a José Bono, a quien la Conferencia Episcopal advirtió de que no debía comulgar tras haber apoyado públicamente la Ley del Aborto. Las declaraciones del Presidente del Congreso, en las que afirma que seguirá comulgando, dejando clara su intención de buscar a un sacerdote que le administre la Comunión, y pontificando que “la Iglesia somos muchos”, no se entienden. Es imposible vislumbrar lo disparatado de estas palabras en el enturbiado y removido contexto de la religión. Para comprender hasta qué punto deliran Bono y cuantos lo jalean es preciso llevar su caso a cualquier otro ámbito de la vida que deje claro lo ridículo de semejante postura. Por ejemplo: supongan que, ante las advertencias realizadas por la FIFA para que el jugador Bonetti no toque el balón con la mano y el recordatorio de que semejante acción, realizada dentro de la propia área, conllevará la imposición de un penalty en contra de su equipo y la expulsión inmediata del jugador, Josefo Bonetti declarase que “el fútbol somos muchos”, que en su pueblo el balón se coge con la mano, y que ya buscará un árbitro que le deje hacer lo que le pete en el terreno de juego sin someterse a la dictadura de esas normas atávicas y retrógradas... ¿Les parece chusco, estúpido, descarado y petulante? Pues ya lo han visto. Ahora devuélvanlo al terreno eclesiástico y no olviden lo ridículo que es.
El caso del “ciberconfesonario” o del “penitonto internauta”: ha sido un colectivo que se califica a sí mismo de “católico” el que ha inaugurado la web “Le Fil du Seigneur” (no copio el enlace para no darles visitas). Allí, por un módico precio de 0,15 a 0,34 €/min, el internauta puede confesarse sin necesidad de tomarse la molestia de buscar a un sacerdote y arrodillarse físicamente ante él: “para el asesoramiento sobre la confesión, pulse uno; para confesarse, pulse dos; para escuchar algunas confesiones, pulse tres”. ¡Tal como lo leen! Yo, desde luego, pagaría y pulsaría tres, con tal de escuchar la confesión de José Bono, quien, a buen seguro, ha acudido a estos franceses “rompemoldes” para expiar sus culpas y poder comulgar. Puede que incluso encuentre algún ciberobispo que le suministre la Comunión vía web o ftp. Lo que está claro es que el colectivo galo ha interpretado a su manera esa disposición del Catecismo según la cual la Confesión debe ser “auricular y secreta”. Por “auricular” han entendido el pinganillo bluetooth que nos encajamos algunos en la oreja para hablar a través de Skype. Y por “secreta” han debido entender todo aquello que se encuentre en una página segura que comience con https. ¡Hay que fastidiarse!
La cosa es más seria de lo que parece, porque cada vez son más los incautos que, movidos por sus ansias de desahogo, nos escriben a los sacerdotes relatándonos, a través del email, las más secretas intimidades. Personalmente, les aseguro que, en ocasiones, recibo correos que me hacen enrojecer. Mi respuesta es siempre la misma: “por favor, señora -o señor, que ya bibianeo en tablas-, acuda a su parroquia, busque a un sacerdote, y cuéntele todo eso cara a cara, o cara a rejilla, que estos emails los lee Rubalcaba y pueden tener consecuencias”. Claro que, viendo el modo en que algunos se confiesan en directo delante de las cámaras de televisión, la gente piensa que esto es jauja.
Quisiera no haber tenido que escribir esto. Pero, puestos a escribirlo, mejor echarle sentido del humor que romper a llorar a estas horas de la mañana en que aporreo el teclado. Por favor, amigos lectores, traten a los sacramentos como es debido: con respeto, con veneración, y con santo temor. Y oremos para que las próximas bromas sean sobre Zetapé o Maricospe, no sobre la Eucaristía o la Penitencia, que no hay por qué llegar a estos extremos.
José-Fernando Rey Ballesteros, sacerdote