Queridos Hermanos y amigos: paz y bien.
Han sonado ya las campanas, el equipaje ya llegó a su nuevo destino, solo faltaba decir adiós a mis Diócesis queridas de Huesca y Jaca. Y así lo hemos hecho en dos celebraciones para mí inolvidables en las dos Catedrales estos días atrás. Entonces os dije, queridos hermanos y hermanas, que escribir estas líneas me cuesta por resultarme no sólo extraño tener que deciros adiós, sino algo que todavía me cuesta trabajo creer. Dios tiene sus caminos, Él traza nuestros senderos y con dulzura nos invita a creer y abrazar lo que por bien de su Iglesia y por nuestro propio bien quiere proponernos. Pero comparto con vosotros ese sentimiento agridulce al tener que incorporarme a la archidiócesis de Oviedo como arzobispo, dejando este terruño de historia y de gentes entre las que como obispo he nacido y crecido.
Sin una idea previa, sin consignas, casi sin papel ni tinta, llegué aquí hace seis años con una encomienda que por tantos motivos me desbordaba. Ser obispo saliendo de mis habituales lugares como profesor de teología en Madrid y en Roma, o trabajando en las parroquias de la gran ciudad o en las de los pueblos pequeños de la sierra pobre del Guadarrama en mi Castilla, dedicado al estudio, a la publicación, a la predicación, a la enseñanza. Como hijo de san Francisco, viviendo en un convento con la fraternidad asignada. Y de pronto, dejar tierra, casa, hermanos y amigos, quehaceres, para venir a un lugar desconocido y con gente que nadie me había presentado, no fue sencillo. Sabía bien lo que dejaba, ignoraba del todo lo que aquí y con vosotros me aguardaba. Todo estaba aún por escribir. Y así, con todo el cúmulo de mis luces y mis sombras, con las gracias y pecados en mi ligero equipaje, me allegué a Huesca y Jaca diciendo un sí lleno de noble respeto y de cristiano temor, para secundar lo que el Señor –a quien entregué mi vida para siempre– volvía a proponerme como encomienda en su Iglesia.
Miro ahora hacia atrás de estos seis años, y lo primero que me surge sin ningún tipo de pose ni ficción es un agradecimiento rendido: a Dios me ha vuelto a sorprender haciéndome ver que Él no juega jamás con la felicidad de sus hijos en los diversos avatares en los que nuestra vida camina y se decide. A muchas personas que he podido conocer y querer, particularmente las que han sido más cercanas colaboradoras en estos años: sacerdotes, religiosos, delegados y voluntarios de las diversas tareas diocesanas. Gracias también a esta tierra con sus instituciones diversas en los pueblos, comarcas y provincia: autoridades civiles, militares, docentes y judiciales, las fuerzas de seguridad, los medios de comunicación, los servicios sanitarios. Con todos y con cada uno he tenido la oportunidad de caminar juntos, buscando desde el propio ámbito puntos de encuentro a favor de las personas y de la entera sociedad a la que por distintos motivos servimos. Que conmigo deis gracias y las sigáis pidiendo también para mí, a fin de ser para todos, ahora en Oviedo, según el Corazón de Dios, un pastor bueno.
Así, al decir adiós a esta tierra y a esta gente que inmerecidamente el Señor me regaló en vosotros, me voy como mensajero, portador de esa Presencia del Señor que por doquier me ha acompañado y portavoz de esa Palabra escuchada en los labios de Dios. Me voy dejándoos con Aquel que estaba antes, Aquel que ha estado conmigo y Aquel que siempre seguirá después como nos prometió en su Evangelio.
Al disponerme a deciros mi adiós en el Señor, cambiaré de caminos pero no de peregrinación, y en ésta nos seguiremos encontrando y queriendo. Para vivir como peregrino la andanza a la que me emplaza el Señor, deberé salir de este entorno, pero no podrán salir, ni quiero, los nombres y los años que me llevo grabados en mi adentro.
Queridos hermanos, con el bello verbo de nuestro poeta gaditano, digo de nuevo que porque no nos separemos, llevadme en vuestro corazón, que yo en mi corazón os llevo. El Señor os bendiga y os guarde.
+ Jesús sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo