«Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: –'Hijo, tus pecados quedan perdonados'.»
Ante los ojos de Jesús, y de cuantos le rodeaban, se ha descolgado desde el techo la camilla de un inválido. A causa del espectáculo, todos han levantado la vista, y la carne herida y deforme de aquel hombre ha provocado un piadoso silencio. Están conmovidos. Esperan, del Maestro, el alivio de un mal corporal que se les horroriza, en parte porque saben que también ellos podrían padecerlo. Quizá, si hubiesen conocido sólo de oídas la existencia de aquel paralítico, apenas le habrían prestado atención, como apenas se la prestaban a tantos enfermos de quienes se hablaba en sus casas o en las calles. Pero contemplar, allí delante, esas piernas contrahechas, y ver la camilla descender desde las losas del tejado con tanto ruido... Eso es distinto. Tenían el alma en un puño. Todos los ojos están fijos, ahora, en Jesús.
«Tus pecados están perdonados»... Mientras la atención de todas aquellas personas permanecía clavada en las piernas del inválido, Jesús está mirando más allá. «Hay un mal mayor que ése», parece decir. «Unas piernas contrahechas pueden durar apenas el instante en que se escapa la vida presente, pero pueden recuperarse para siempre, sanas y gloriosas, si se alcanza la vida futura. Sin embargo, el pecado mata cuerpo y alma por toda la eternidad. Ése es el verdadero mal, el más necesitado de curación, ante el cual no os horrorizáis porque no lo veis como yo lo veo». Ayer mismo, a última hora, la prensa de Internet arremetió contra el nuevo obispo de San Sebastián, Mons. Munilla, por haber dicho, en unas declaraciones a la Cadena SER, que «existen males mayores» que la tragedia de Haití; que deberíamos llorar por nuestra pobre situación espiritual y nuestra concepción materialista de la vida». Les aconsejo leer los comentarios de los lectores a la noticia, para que presencien el escándalo de las gentes ante la mirada de Jesús sobre el paralítico. Y, sin embargo, el obispo tenía y tiene toda la razón; su mirada es la de Cristo. Si se nos retransmitiera en imágenes, a través de la televisión, la desolación en que quedan las almas tras ser arrasadas por el pecado, no resistiríamos el espanto. Pero, ya saben, lo que no puede verse en televisión, hoy día, apenas existe. Y provoca escándalo el decir que hay algo peor que un país que alfombra sus calles con cadáveres cuyas almas han volado hacia Dios: una civilización entera por cuyas avenidas transitan millones de muertos vivientes, cuerpos vivos que arrastran almas muertas y hediondas a causa del pecado. El que quiera entender...
«Entonces le dijo al paralítico: –'Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla–y vete a tu casa'. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos». Para que aquellos hombres supiesen que Jesús no se desentendía del mal físico, Él, que tomaría sobre Sí nuestros dolores, sanó también las piernas del inválido. Esta mañana, el Obispo ha emitido un comunicado clarificando sus palabras. Realmente, no hubiera hecho falta; habría bastado con leer el evangelio de hoy. Pero, ya que lo ha escrito, les aconsejo que lo lean, para que entiendan el mensaje en su totalidad. Muchos de quienes hoy se escandalizan, hace una semana no sabían siquiera donde estaba Haití, y, dentro de dos meses, lo habrán olvidado de nuevo. La Iglesia Católica, a través de sus misioneros, lleva muchos años en Haití haciendo el bien y proclamando a Jesucristo, y seguirá allí cuando todos hayan vuelto a olvidarse. Muchos de esos misioneros han muerto en el terremoto. Y llegarán otros, sin duda, que continuarán su labor, como realiza hoy su labor Caritas en medio de las ruinas de Puerto Príncipe. Acusar al obispo, o a la Iglesia, de desentenderse de una catástrofe como ésa, es no haber entendido nada. Y conmoverse ante las imágenes de televisión, donar unos euros a una ONG, y seguir después viviendo en pecado a espaldas de Dios... Eso es haber entendido menos todavía.
Es tener –ya lo dije en alguna otra ocasión– corazón de plasma, aunque sea de 42 pulgadas.
José-Fernando Rey Ballesteros, sacerdote