Entiendo por ideología no tanto el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona o colectividad, sino dándole aquí un sentido más negativo, la mentalidad e intereses de un grupo social que pretende imponer sus criterios y exigencias por encima de los derechos de otros grupos o clases sociales. Así se habla de ideología capitalista, marxista o laicista. Este aspecto peyorativo hace que muchos no acepten que se use esta palabra en este sentido cuando nos referimos a la religión o al patriotismo. Una religión que me enseñe a amar y respetar verdaderamente a todos como hermanos no será una ideología, si bien a veces puede ir mezclada con intereses no tan santos, siéndolo desde luego si pretende avasallar, lo mismo que tampoco lo es un patriotismo que evite el patrioterismo y respete a los demás, aunque no sean de mi patria o nación.
Ante todo distingo entre cultura laica, en cuanto supone una sana autonomía de lo temporal y la ideología laicista, cerrada a los valores transcendentes. Esta ideología laicista es una cultura negativa, marcada por la preocupación de tener cosas, la obsesión por la satisfacción inmediata, el afán de riquezas, el hedonismo o búsqueda del placer sin tener en cuenta los principios morales, la mentalidad antivida que lleva al rechazo del hijo, al aborto y a la eutanasia, mentalidad de la que tan partidarios son los políticos progres, y a la que el Papa Juan Pablo II llama cultura de la muerte. En cambio quien pretenda ser responsable y quiera servir al ser humano y a la civilización de la vida, debe ser siempre consciente de los límites que la moral impone a su libertad. Pero también en el campo científico la ideología puede llegar a cometer verdaderos disparates, como ha sucedido con la ideología marxista que se ha creído con derecho a dictaminar lo que era científico y lo que no, condenando la genética mendeliana como producto inservible, rechazable y falso de la ciencia burguesa, o los socialistas con su negativa a que el feto es un ser humano.
El ateísmo y el libertinaje han ido a menudo de la mano. Es una ideología que renuncia a buscar la Verdad y el Bien, aunque paradójicamente piensa que está en posesión de la verdad y la razón, por lo que trata de imponerse a los demás, y aunque tenga siempre en la boca la palabra tolerancia, es de pensamiento único al que los demás deben acoplarse. Se ven favorecidos por la tendencia de muchos de pertenecer a la mayoría, a los ganadores. Como ya ironizaba Unamuno: “en Francia no se puede pensar libremente, hay que ser librepensador”. Ellos y su ideología nunca se equivocan, aunque haya que poner la realidad al revés. Y sin embargo sus adeptos piensan que no se puede adoptar ningún compromiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional, si bien son ellos, los políticamente correctos, los que acuerdan cuando y cómo hay que hacer los cambios, porque la única medida y criterio de verdad es el subjetivismo, es decir soy yo o la legislación civil, quienes deciden lo que conviene o no conviene a mí y a los demás, lo verdadero y lo falso. De este modo se pierde la relación no sólo con la verdad, sino incluso con el sentido común y se abre la puerta a la tiranía.
Esta ideología en lugar de alumbrar un mundo sano, al mantener que no se pueden poner límites al avance científico, se ha convertido en un serio peligro para la humanidad y ha dejado tras de sí una destrucción desoladora. Ha olvidado al hombre, dejándolo solo, sin Dios, en un mundo sin sentido. Si Dios no existe, no debo responder de mis actos ante nadie, la conducta moral sería una solemne estupidez, y, por tanto, al no haber moral el camino queda libre para el más fuerte y el más insolidario. Por ello donde han tenido manos libres, los estados y gobiernos ateos han exigido la obediencia ciega dejando tras de sí docenas de millones de muertos y desde el punto de vista económico han arruinado los países que han tenido la desgracia de seguir sus doctrinas. Y si hablamos de esperanza, al creer que todo termina con la muerte, supone considerarla como algo imposible.
Pero si existe Dios todo cambia y puede llegar a tener sentido. La resurrección de Cristo es prenda y señal de mi propia resurrección y de que no todo termina con la muerte. El amor pasa a ser el mandamiento principal, y aunque en ocasiones nuestro comportamiento ha dejado mucho que desear, es indudable que no hemos llegado ni de lejos a las aberraciones ateas. Hay textos en la Biblia enormemente esperanzadores, como este versículo del Salmo 116: “preciosa es a los ojos del Señor la muerte de los justos”(v. 15). Y en el Nuevo Testamento: “El testimonio de los profetas es unánime, que los que creen en Él (Jesús) reciben por su nombre, el perdón de los pecados”( Hch 10,43) y “dichosos desde ahora los que mueren en el Señor”(Apoc 14,13). La Iglesia considera por ello la muerte de los santos como su segundo nacimiento, y celebra generalmente como día de su fiesta el día de su muerte, pues es el día de su entrada en la vida eterna, en el cielo.
Pedro Trevijano, sacerdote