En el curso de mi vida sacerdotal, me he encontrado con frecuencia con jóvenes que ante su inminente boda, deseaban recibir el sacramento de la Penitencia, a fin de celebrar digna y cristianamente su recepción del sacramento del Matrimonio. Es un momento en que están bastante receptivos a recibir consejos y es indudable que hay que aprovecharlo pastoralmente.
A mí me gusta empezar recordándoles que lo que buscan en el matrimonio es su propio bien y felicidad, y que ello es un deseo absolutamente legítimo, porque incluso forma parte del mandamiento fundamental de «Amarás a Dios, al prójimo y a ti mismo».
Ahora bien, en ese amarse a sí mismo que todos tenemos, porque nuestra máxima aspiración es ser felices siempre, hay dos maneras de intentar realizarlo: una, la manera equivocada, exaltando mi propio egoísmo, con lo que pronto o tarde, mas bien lo primero, me encuentro con el rechazo de pareja y de los demás y, por supuesto no consigo mi propia felicidad. La otra, la acertada y verdadera , consiste en tratar de ser feliz haciendo feliz al cónyuge, Si el otro va con la misma mentalidad, las probabilidades de conseguir la felicidad, dentro de los límites humanos y de esta vida, son bastante elevadas.
Un segundo consejo son las cuatro preguntas que planteo a todo novio o novia a quien tengo ocasión de aconsejar o confesar. Son las siguientes:
- ¿desde que sales con tu pareja, has mejorado como persona y como cristiano?;
- ¿la otra parte ha mejorado como persona y cristiana?;
- ¿ayudo a la otra parte a ser mejor?;
- ¿me ayuda el otro a que yo sea mejor? Estas preguntas, que abreviadas son ¿soy mejor?, ¿es mejor?, ¿le ayudo?, ¿me ayuda?,
Les pido que no me las contesten a mí, sino que las hablen entre ellos, en algún sitio donde estén tranquilos y relajados, siendo lo normal que haya puntos positivos y negativos, debiendo entonces mejorar los puntos positivos y corregir los negativos. Hay también una quinta pregunta, que es: «¿qué son más importantes, los puntos positivos o los negativos?» Aquí la contestación, en novios en víspera de su boda, tiene que ser: «indiscutiblemente los positivos», porque de otro modo, van al desastre por la vía rápida.
Y aunque a algunos les pueda parecer extraño, todavía hay gente que vive un noviazgo cristiano y llega virgen al matrimonio. A éstos les recuerdo ante sus relaciones sexuales, que procuren que la chica vea en esas relaciones que el chico se acuesta con ella, mucho más porque la quiere, que no porque es el macho ibérico que se desfoga. Es especialmente en la relación sexual donde hay que extremar el cariño y la delicadeza.
Deben también tener en cuenta que el matrimonio supone un acoplarse entre dos personas y ello tiene sus dificultades. Recuerdo lo que me dijo una esposa: el mejor consejo para mi vida matrimonial me lo dio un cura. En todo matrimonio hay broncas. Si uno ha pedido perdón las tres últimas veces no tiene ninguna gana de pedir perdón la cuarta, por lo que si apagamos la luz como enemigos el enfado dura una semana. En cambio, si a pesar del enfado, hay una gesto o una palabra que digan: estamos reñidos, pero nos queremos, al día siguiente ni te acuerdas de lo sucedido. Posteriormente descubrí que este consejo se basa en San Pablo, en la carta a los Efesios 4,26 que dice: «si os enojáis, no pequéis ni se ponga el sol sobre vuestra iracundia», que en lenguaje actual sería: «no apaguéis nunca la luz como enemigos».
Y por último, les insisto en la importancia que sea un verdadero matrimonio cristiano en el que Dios, inventor del amor, esté de verdad presente. Les recomiendo que recen, que procuren ir a Misa y que se acostumbren a comulgar juntos. Incluso es muy bueno que vayan juntos a confesarse a la Iglesia. Más tarde, cuando tengan hijos, el ver que sus padres creen y practican los sacramentos, será el mejor sermón que puedan darle, aunque sea sin palabras, unos padres a sus hijos. En pocas palabras, no es lo mismo, ni mucho menos que la gracia de Dios esté presente en un matrimonio por la oración y los sacramentos, que esté totalmente ausente. El estar cerca de Dios, contribuye a la unión y a la fidelidad matrimonial.
Pedro Trevijano, sacerdote