El 1 de diciembre de celebra la fiesta de San Edmund Campion, en el día de su ascenso al Cielo en el año de 1581, después de ser torturado y ejecutado por los esbirros de la reina Isabel I. El novelista británico Evelyn Waugh, célebre por Retorno a Brideshead, fue uno de sus biógrafos y la editorial Homolegens ha editado su obra.
Lo primero que tenemos que decir es que la traducción parece tan cuidada y atractiva como debe de ser el original de Waugh, uno de los mejores escritores de lengua inglesa del siglo XX. Salvo el verbo implementar que aparece una vez, no hemos encontrado más errores.
La historia de Edmund Campion es un ejemplo para el mundo cómodo de hoy en el que se pide a los creyentes una pequeña adaptación de su fe a los tiempos para no ser marcados como reaccionarios o ultras y condenados al aislamiento social. En el reinado de Isabel I, Campion era un estudiante de Oxford con promesas de gloria mundana por su inteligencia y su encanto. Sin embargo, la Gracia de Dios le tocó y abandonó no sólo su carrera, sino, además, su país.
En 1572, a los 32 años de edad, Campion huyó a Europa y pasó a Roma. Años más tarde, a un amigo que también peregrinó a Roma le escribió: “Aprovecha Roma a fondo. ¿Ves el cadáver de la ciudad imperial? ¿Qué puede haber de gloria en la vida si tanta riqueza y tanta belleza han parado en nada? ¿Y qué ha permanecido firme en estos desgraciados cambios, qué sobrevive? Las reliquias de los santos y el asiento del Pescador.”
Impulsado por su nueva fe, ingresó en la orden más vinculada con la Contrarreforma: los jesuitas. Sirvió varios años donde se le ordenó que lo hiciera. Ayudó a levantar un colegio en Praga y, a diferencia de tanto catedrático, no desdeñó el trabajo físico en la cocina. “Ningún trabajo que no fuera obedecer, ninguna sabiduría salvo Cristo crucificado.”
Aceptó participar en la Misión Inglesa, un grupo de jesuitas que, enviado por el papa, regresó a su patria con las órdenes exclusivas de administrar los sacramentos a los católicos perseguidos y difundir el Evangelio. Estos consagrados sabían perfectamente cuál era su destino final: la prisión, la humillación, la tortura y la muerte; y lo aceptaron.
Waugh cuenta que a Campion, un hombre brillante, admirado por la corte y los académicos de Oxford, la reina Isabel I en persona le ofreció el perdón a cambio de que abjurase y se uniese a la Iglesia de Inglaterra, de la que ella era la cabeza. Campion, que siempre se proclamó leal súbdito de la reina, respondió que por encima de los poderes terrenales está la Iglesia y prefirió la muerte.
La biografía de Campion es revelador del ambiente de persecución religiosa y de caos que introdujeron en la Iglesia y en Europa los reformistas: guerras civiles, persecuciones, delaciones... Waugh narra un caso impresionante: el caza católicos Richard Topcliffe, que detuvo al mártir y sus acompañantes, tenía, por privilegio real, su propia red de espías y una sala de tortura en su casa. Una privatización semejante del poder del Estado no ocurrió en la España de la Inquisición. Durante más de dos siglos, los católicos ingleses fueron perseguidos en su patria como traidores: tener un rosario, recibir la confesión, asistir a misa, cobijar a un sacerdote eran crímenes contra el Estado y se penaban con la confiscación de la propiedad, la cárcel y hasta la muerte. Hoy, la antaño poderosa Iglesia anglicana se está desmoronando.